Parece que
Papá Noel lleva toda la vida, desde ante de terminar el verano ya nos están
dando la tabarra los grandes centros comerciales; sin embargo, yo supe de él,
perdonar mi ignorancia, cuando ya me afeitaba. Estuve al menos quince o
dieciséis años de mi vida que no sabía que había un viejo gordo vestido de
colorado que repartía juguetes a los niños del mundo anglosajón y los niños
ricos de los países latinos. Por mi casa nunca pasó.
Yo recuerdo otras navidades muy diferentes,
perdidas en un falseado de mi mala memoria. En el mes de diciembre, Pinarejo
eran días de mucho ajetreo en todos los sentidos. Se juntaba la recogida de la aceituna con la
matanza del gorrino y la posterior elaboración de los embutidos, en lugar de
guirnaldas colgábamos chorizos y perniles. Y ya los últimos días previos a la
Navidad, con la preparación de los dulces navideños, todos caseros; aunque ya
comenzaban a verse polvorones, turrón siempre hubo, no tantas variedades ni
mucho menos, solo cuatro o cinco, que yo recuerde: duro de Alicante, blando de
Jijona, de yema tostada, frutas escarchadas, chocolate y alguno más que no
recuerdo.
Ya por la
mañana comenzaban mis hermanas y mi madre a preparar mantecados, aguardentados,
roscos de vino, de anís, borrachuelos (pestiños) galletas de naranja…
Por la tarde
los chiquillos armados con zambombas y panderetas comenzábamos a, no ir pedir
el aguinaldo, en mi caso solo a las casas que sabíamos que nos iban a dar,
digamos que nuestros padres intercambiaban el dinero, por decirlo de algún
modo con nuestros compañeros de pandilla, claro, que, también podía ser que hubiese algún tío, tía o demás que no tuviesen hijos, ahí, ganabamos todos.
Por la noche
cenábamos la familia más o menos al completo, si alguno faltaba porque cenase
en casa de los suegros llegaba después. Desde ese momento todas las casas
estaban en jornada de puertas abiertas, y en la mesa había preparada una
botella de coñac, una de aguardiente(anís) y dulces navideños para ofrecer a
las visitas. Después de la cena algunos iban a la Misa del gallo, costumbre que
no tuvimos en mi casa; aunque, sí cantábamos alegres villancicos acompañados por diversos instrumentos, no solo la pandereta, alguna zambomba, también botellas vacías de anís La castellana, El mono o marcas ya desaparecidas.
No existían
regalos el día de Navidad, ni tampoco esperábamos a Papá Noel, ni siquiera
sabíamos que existía, al menos yo. Uno de los días preferidos por la
chiquillería era el día de los Santos Inocentes, el que más y el que menos
procuraba gastar una “inocenta”, a los mayores que, se hacían los despistados,
y cuando les pedíamos una peseta prestada nos la daban haciéndose los tontos,
entonces nosotros decíamos entre risas:
—Que los
Santos Inocentes se lo paguen.
Porque
siempre les tratábamos de usted.
Ellos
seguían la broma fingiendo aspavientos y nosotros nos íbamos con nuestra
peseta, o nuestro real, pensando que los habíamos engañado.
En
nochevieja cambiaba el ritual, nos acostábamos todos más tarde y recorríamos
las casas del pueblo. Al día siguiente, como en Navidad, íbamos a misa de punto
en blanco, si se podía, que no era siempre, estrenando algo.
El día
grande era el Día de Reyes, por la noche preparábamos nuestras zapatillas al
lado de la chimenea o en la ventana, y supuestamente, se presentaban los Reyes
Magos, algunas veces dejaban tan pocas cosas y tan útiles, que no hacía falta
disimular mucho. Y por supuesto, no comprendías porque si tú habías sido bueno,
a ti los reyes magos te traían solo un plumier como algo extraordinario, nunca
juguetes, tal vez alguna cosa de comer, higos secos, nueces, mientras que a
fulanito, que era peor que la quina, le traían un montón de juguetes…, y al año
siguiente te esforzabas por ser mejor, hasta que un día, escamado, pillas a tu
madre colocando el plumier junto a tus “abarcas desiertas” y te das cuenta que
los reyes nunca se acuerdan de los pobres, ni siquiera el negro que era tu
favorito .
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