Si un día
dejo de escribir… ¿Alguien notaría los renglones deshabitados? ¿cuántos lo celebrarían?
En
realidad, no es eso lo que me debiera preocupar, lo que realmente me debería
hacer temblar es tener las maletas en la puerta, el marcharme sin avisar, sin
despedirme, ¿de la vida? No, de esos renglones huérfanos, de que mis pajas
mentales no hayan sido capaces de sembrar palabras en los surcos desiertos y que
mi semilla se marché por el desagüe del olvido sin engendrar tierra yerma. No
por nadie, puesto que, como espíritus invisibles los lectores se desplazarían
en dirección a otros trigales en los que alimentar su espíritu, otros sorbos
frescos o ardientes en los que calmar la sed de párrafos que sin encadenar
atrapen sus ansias lectoras. Más pronto
que tarde se olvidarían de este junta letras, de este «intelectual de veinte céntimos» como me llamó alguien que nunca leyó
mis libros, y que, si los hubiera leído ni aunque le hubieran pagado por ello,
porque hay gente que nunca leería nada mío ni si se lo recetase el médico,
ellos se lo pierden, escribo para todos; pero desde el suelo, desde debajo de
las abarcas del campesino, desde las suelas rotas de las botas de los obreros,
y eso molesta, sin que a mí me importe.
No tengo
motivos para la desazón ni para enterrar palabras sin escribirlas antes. Tal
vez fue un error explorar en los confines del pasado que no fue, enfrentarme de
nuevo a lo que pudo ser, a aquella novela que pudo hacerme atravesar el pórtico
de las letras en mi lejana juventud. Sus personajes me hablan desde la lejanía
del tiempo, los ladridos de los perros aturden mis sentidos como si fuesen
truenos seguidos de relámpagos sin lluvia que ayude a germinar las semillas.
Réquiem por
una noche de amor fue la razón o el motivo para dejar de escribir hace más de
30 años, ¿será otra vez el motivo para volver a dejar de escribir? Caminar por sus renglones es como si lo
hiciera sobre alambres de espino, como viajar en un tren que dejo atrás, muy
atrás, las estaciones de mi destino. No quiero que esa novela se convierta en
una obsesión, una barrera imposible de saltar, una tumba de cristal que me
impida respirar, no es mi meta, es mi pasado y no debiera condicionar mi
futuro, pero me da miedo enfrentarme a ese texto, ahora que llevo ya la mitad
de la novela trascrita.
Réquiem por una noche de amor fue un éxito y un gran fracaso a la vez, el clasificarme para un premio importante, el que finalmente no se publicará siquiera, ahora amenaza con diferentes armas. No me termina de gustar, intento reescribirla, creo que merece la pena, pero su trama y sus personajes son más fuertes que mi voluntad, posiblemente debería dejarla de lado.
Quiero
escribir otras cosas, dejar Réquiem por una noche de amor, pero sus personajes
me tienen preso con cadenas invisibles que trastornan y bloquean mi mente y mis
sentidos, si fuera capaz de romper esos eslabones..., provocando muy seriamente que me planteé dejar de escribir.
Si un día dejo de escribir, ¿cuántos lo celebrarían? ¿cuántos lo echarían en falta? ¿moriría yo de pena?
© Paco Arenas
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