Esbozos de la infancia lejana de un chiquillo campesino que
nunca aprendió a labrar.
Me veo caminando por las calles embarradas en los días de
lluvia, intentando pisar las piedras resbaladizas, procurando no caer, buscando
que las abarcas o las zapatillas, no me pesasen un quintal, inventando
fantasías deshilachadas de vértigo imposible al asomarme desde la Divina Pastora.
Digamos que buscando entre el cielo y la tierra el horizonte en la lejanía, que
no llegaba más allá de donde alcanzaba mi vista infantil.
Los recuerdos laten al ritmo de un corazón viejo, enhebrando
las agujas del tiempo a través de palabras inconexas, absurdas, como si
intentara escribir una historia olvidada surgidas de los labios de mis padres,
vistas por sus ojos, a los cuales los veo a mi lado, dictando sus recuerdos.
Los escucho entre los acufenos que me atormentan, mezclados con la mirada de mi
madre y la risa perenne de mi padre. Los escucho en mis recuerdos olvidados, y
no estoy loco, o tal vez sí.
Veo a mi madre preparando la comida en la lumbre, tostando la
malta, cosiendo o zurciendo pantalones, jerséis, calzoncillos o calcetines,
remiendos de pana o tela áspera en rodillas o codos, en pantalones o calzones,
que ya olvidaron su color o tela original. La veo enseñándome, siendo
analfabeta, el nombre de las letras y el matrimonio que había entre ellas, no
siempre acertado, la c con la e, podía ser que, porque la c con la a era ca.
Cena, se podría llegar a leer zena, pero entre los dos leímos El Gato con
botas, antes de ir a la escuela....
A él, a Fermín Arenas, labrando, conmigo caminando a su lado,
escuchando sus historias, que cayeron en el olvido de mi mente infantil. Lo veo
con la gorra campesina ladeada hacia el lado izquierdo, con su pañuelo a
cuadros al cuello, y el cigarrillo en los labios, aprovechando el mellado entre
sus dientes. Lo veo cada mañana encendiendo la lumbre, abriendo la puerta para
mirar al cielo del que nunca caía la lluvia anhelada. Todavía lo recuerdo
cortando leña con golpes secos de hacha, acarreando con la galera, o en el
corral sacando la basura, cantando mal, pero cantando mucho, para compensar...
No hay fruta como el madroño,
especia como el ajo,
ni mujer que no se ría,
estando delante el
novio.
¿Serán mis recuerdos, o son los recuerdos de otros, de ellos,
los que salen de mis dedos sin ser capaces de razonar?
Es una pena no ser voz, memoria, no ser capaz de recordar todo aquello que jamás quisimos olvidar, ahora que, por mucho que alarguemos la mirada al horizonte, el punto más lejano, está mucho más cercano que cuando de chiquillos mirábamos al horizonte, siendo lo más lejano que nos alcanzaba nuestra vista eran las tapias del camposanto, al que, inevitablemente, nos vamos acercando...
©Paco Arenas, autor de
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