Entra Sancho en el patio emparrado de Alonso Quijano, plantándose
ante él, dudando si hablarle o no, puesto que está en la mecedora balanceándose
con los ojos cerrados. Permanece unos instantes en silencio, Moviendo la cabeza
al ritmo de la mecedora. «¿Estará durmiendo? Como no ronca, no hay forma de
saberlo. Si fuera yo, el huracán María que asoló Puerto Rico, parecería el
murmullo de la brisa en playa Sucia.» Pensó recordando a sus amigos boricuas.
—¿Qué te pasa, amigo Sancho, que estás ahí plantado como si
fuese un «ninot» de Falla en las vísperas de San José?
—Alonso, después de estos tórridos días… ¿Volveremos a ser
nosotros?
Alonso levanta la mirada pasando la mano derecha sobre su
despejada frente, arruga el entrecejo pasándose la lengua por su labio
superior, de donde todavía quedan aromáticos efluvios del café que tomó después
de comer un salmorejo cordobés generoso de ajo morado de Las Pedroñeras, una
pizca de huevo y trozos magros de pernil. Hace un intento como de incorporarse
de la mecedora, pero finalmente le señala a Sancho la que tiene a su lado.
—Anda, siéntate, amigo Sancho, que si a estas horas de la
siesta me visitas no es para que te invite a un resolí…
—Eso es mucho decir, que un café no me vendría mal…No, no
tranquilo. No te levantes, que sé dónde está, y si he entrado como Sancho por
su casa, es para no molestar, que tu mujer, ya me ha dicho que estabas debajo
de la parra, que, por cierto, ya están pintadas y maduras las uvas y estamos
solo a nueve de agosto…
—Amigo Sancho, ya que estás de pie, tráeme a mí otro. Que no será el café lo que me quite el sueño…
—Alonso, amigo mío, estamos apañados, los dos desvelados, por
la tarde por los pensamientos y por la noche por los calores…
Sancho se marcha, regresando al momento con dos vasos de café
frío con cubitos de hielo hasta arriba.
—Como se nota que el hielo no es tuyo, que bien generoso le
añades al café —suelta Alonso estallando en carcajadas.
—Alonso, no me tientes que me llevo el que tengas y los subo al
pajar para bajar la temperatura del aire acondicionado…
—Si no tienes…
—Por eso me voy a las tiendas de congelados, que dice el de la
coca que en las tiendas de congelados hay que ir con pelliza, bufanda y gorro,
porque si no te congelas…
—Amigo Sancho, un poco borde eres con el hombre. No sé qué
habrá dicho, pero no creo que haya dicho ese disparate…
—Y otros mayores. Lo que ha dicho es que el gobierno improvisa…
—Un poco verdad sí que es, aunque peor es la tal Isabel con
sus paasyudas, y no me he equivocado. Esa mujer con tal de llevar la contraria
es capaz de cualquier cosa, hasta de poner escaparates en los centros de salud
que ha cerrado… ¿Qué ha dicho la próxima víctima de Isabel? Me tienes en ascuas…
—Pues ha dicho, tontunas, al estilo de Emepunto Rajoy. Se ha
inventado que las tiendas de congelados deben tener los congeladores a la misma
temperatura que las estanterías de los libros…
—¡Madre del Amor Hermoso! Vaya nivel… En fin. Algo habrás
exagerado, conociéndote…
—Poquito, poquito. Bueno está el café, y el hielo… ¿es casero?
—Hombre, Sancho, me ofendes. El hielo es casero, como siempre
en mi casa, ¿para qué están las cubiteras?
—Se nota, se nota. Habiendo agua, no sé por qué esa alarma…
—Habiendo cantos redondos, ¿para qué papel higiénico? Sé de
buena tinta que compraste una bala de rollos de papel…
—Amigo Alonso, vamos a dejarlo. El mundo está loco, ciego y
sordo y esto del hielo o el papel pal culo son solo una pequeña muestra… ¿Sabes
lo de los dieciséis niños asesinados por Israel?
—Amigo Sancho, claro que lo sé, pero esos niños no le importan
a nadie. Ningún país, ni siquiera el nuestro, va a condenar el genocidio ni la
ocupación de Palestina…, ni son rubios, ni europeos. No les importan a al
imperio, ni mucho ni a los serviles gobiernos europeos. Los pobres no le
importan a nadie, y los palestinos, lo mismo que los afganos son pobres, así
que los países que se autodenominan democráticos, cuando masacran a los pobres,
sean de la raza que sean o del país que sean, miran para otro lado…
—Esto me pone malo, más todavía que lo de los pinchazos… ¡Mecagüen…!
—Amigo, Sancho, no digas nada de lo que te vayas a arrepentir…
—Si es que es todo. Ahora resulta que las muchachas no pueden
ir de fiesta tranquilas. Todo porque unos cuantos imbéciles, más carcas aún que
sus abuelos, les ha dado por pinchar a las mozas con jeringas. Que a esos energúmenos
los haya parido una mujer, tiene miga…
—Me parece que vamos a necesitar algo más que café para calmar
esos nervios, y tila no va a ser. Ya sabes dónde está el licor de guindas,
casero como el hielo, y dónde está el hielo. Pones dos copas con mucho hielo,
seguimos la charla y nos vamos al centro comercial a pasear…
—Alonso, que no necesito nada. Tengo melones de mi melonar,
pimientos y pepinos de mi bancal, chorizos y…
—Amigo Sancho, que no es para comprar nada, es para dar una
vuelta al fresco con nuestras mujeres, si se tercia ir al cine…
¡Ea, pues vale!
©Paco Arenas a 10 de agosto de 2022
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