La luz, los ladrones y los
«sinluces».
—Abuela, tengo miedo, se apagó la
luz justo cuando comenzaba a leer Alí- Babá y los cuarenta ladrones…
La abuela buscó a tientas entre
los cajones de su mesita de noche, sacó dos viejas velas amarillentas y un
viejo mechero de gasolina de su difunto marido. Mientras intentaba encender la
mecha, hablaba con voz dulce a su nieta:
—Seguro que habrá sido el rey de
los ladrones…
—Abuela, ¿ese que se ha fugado a
los países de los golfos con tantos millones y que tiene calle con su nombre en
todas las ciudades y pueblos?
—Ese es uno más. De casta le
viene al galgo, de todos sus ancestros, ninguno ha sido honrado. Si uno ladrón
el otro más…
—Si siempre los reyes han sido
ladrones, como decía el abuelo, ¿por qué hay gente que quiere reyes?
—No me hagas hablar, no me hagas
hablar…
—¿Y por qué cuando viene el
bribón con Ali-Babá no lo detienen?
—Entre ladrones se protegen y
respetan unos a otros…, para eso es el rey de los ladrones.
—¿No era Ali-Babá el rey de los
ladrones?
— Alí-Babá, seguro que era más
honrado que él, pero en España se protege a los ladrones, los jueces…
—El abuelo decía que los jueces están
más caducados que un huevo cocido puesto un mes al sol…
—Siempre andas con el abuelo en
la boca. Seguro que te daba la vara con sus ideales…
—No. Los ideales se los fumaba.
También decía que
—¡Mecachis! No tiene gasolina el
encendedor…
—Espera abuela, que creo que el
abuelo tenía cerillas en la biblioteca, detrás del Quijote gordo…
—¡Malandrín! Como el médico le
prohibió el tabaco y yo le requisé el mechero, escondía los Ideales y las cerillas entre los libros.
No me acordaba, pero saberlo lo sabía, ¡eh!
—Él decía que no lo sabías…, esos
Ideales son los que se fumaba, los otros los heredé yo. ¿De verdad no lo
sabías?
—No lo habría de saber, a ti,
sólo te falta sacar la tricolor al balcón…y yo limpiaba casi todos los días la
casa de arriba abajo. Como él nunca
limpiaba, creía que desaparecía el polvo de los libros y las estanterías como
por arte de magia. Ahora sí me habría engañado ni limpiar puedo…
—Abuela, pero si estás siempre
con el trapo del polvo, dime un día que no pases la mopa…
—Todos los días hay polvo. Si
lo dicen hasta en la tele, hay polvo en suspensión subsahariano, eso que llaman
«calima».
—Eso es otra cosa y el abuelo,
también limpiaba…
—Lo que veía la suegra y llevaba treinta
años muerta…
—Que abuela tan exagerada, me
troncho de la risa.
—Sí, pues no te rías, que era muy
bueno, pero un desastre, miedo me daba que se metiera en la cocina a guisar.
—Pues a mí me gustaba, todo con
una pizca de picante y…
—Más sal de la cuenta. Y con las
tres cosas tú eras su cómplice…
—¿Las tres? El abuelo decía que
no había dos sin tres…
—Sí, las tres, que bien sé que le
decías que picase un poquito, la sal una vez te pillé echándole tú y con el
tabaco me hacía la tonta, como ya sólo fumaba en ocasiones señaladas. La verdad
es que ya ni me acordaba. ¿Pero tú no tenías miedo a la oscuridad?
—Y mucho, pero hablando…
—Anda ve y ten cuidado de no
tropezar, que los ladrones de las puertas giratorias nos han quitado la luz…
—Abuela ¿no sabes que tengo ojos
de gata?
—Eso decía tu abuelo, pero ten
cuidado de no caerte ni tirar el Quijote de escayola…
—¿No era de oro?
—Sí, claro, del que caga el moro.
Si fuera de oro, por muchos ladrones que hubiera en España o en los países de
los golfos, íbamos a estar sin luz…, bueno ya se lo habrían llevados los
bribones de los ladrones, que riman con los dos…
©Paco Arenas
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