Trabajaba yo como recepcionista a finales de los años setenta, del pasado siglo, en un hotel de
Ibiza, y un joven maestro madrileño de lengua castellana, se encontraba allí
alojado con varios de sus alumnos en viaje de fin de curso. El maestro en cuestión
se empeñaba en que, contraviniendo las normas del hotel, le tutease[1] a
él y a sus alumnos, casi de mi misma edad. Viendo que no hacía caso, decidió contarme un
relato que a continuación escribo:
Llego el señor marqués
con la señora marquesa, a un lujoso hotel, llevando consigo al chófer y a su
joven esposa. El chófer para que llevase al matrimonio de excursión y la esposa
del chófer, que era a la vez una de las amantes del marqués y criada de
palacio.
Si bien, el marqués
salía siempre acompañado del chófer o de su esposa, ya fuese la propia o la del
chófer. Aquel día un rico banquero de la isla lo invitó a comer en su casa, la
señora marquesa alego dolor de cabeza, pues no soportaba al banquero, por ser
muy conocido por sus escandalosas fiestas con prostitutas muy jóvenes, incluso
niñas. Cosa que el marqués que también tenía bastante de degenerado, aceptó la
invitación ya que el banquero le había prometido una virgen.
Fue el chofer del banquero a recoger al señor
marqués, y hasta ya pasada la tarde del día siguiente no lo llevó de regreso al
hotel. Al chófer y a la criada/amante
les dieron el día libre, el chófer alegó desear descansar, y su joven esposa se
fue a disfrutar de las bellas calas ibicencas y tal vez de algún joven alemán,
que sustituyese a su consentidor marido y al baboso marqués.
Medio borracho,
no solo de alcohol, llegó el marqués a la recepción del hotel.
—Dame la llave de
la trescientos seis —exigió al joven recepcionista, con la habitual soberbia
que solía mostrar siempre ante quienes no consideraba sus iguales.
—Lo siento vuestra
alteza, pero no le puedo dar la llave de su habitación porque el señor García,
está con su señora en su habitación, la cual me ha pedido que no deseaba ser
molestada —contestó muy digno el recepcionista, con cierto tono irónico, que
debido a la medio borrachera del marqués, este no se percató.
— ¡Impertinente! Me
resulta indiferente que mi chófer esté con su señora en su habitación. Yo
quiero la llave de la trescientos seis, que es mi habitación y me espera mi
señora. —Protestó el marqués.
De nuevo el joven
recepcionista dio la misma explicación y el marqués la misma respuesta, por
segunda y por tercera vez. No sabiendo el inexperimentado recepcionista del
paso, tuvo una idea:
—Señor marqués
del Membrillo Coronado, ¿me permite vuestra alteza tutearle?
—¿Cómo te
atreves? ¡Insolente! —protestó el marqués, que deseando acostarse en la cama
después de una noche de sexo, güisqui y drogas, lo único que le apetecía era
dormir. Se lo pensó mejor —de acuerdo, por una vez y sin que sirva de
precedente, tienes mi permiso, con tal de que me des la llave de la trescientos
seis, que es la llave de mi habitación…
Tragó el
recepcionista saliva, dio las gracias al marqués por la licencia y comenzó:
—Te estoy
diciendo que no te puedo dar la llave de la trescientos seis, porque el señor García,
tu chófer, está en tu habitación coronándote.
Y ha dicho tu mujer que bajo ningún concepto quiere ser molestada. ¿Lo
entiendes ahora?
Por supuesto que
lo entendió.
©Paco Arenas
[1] Fueron
los maestros de secundaria quienes a finales de los años setenta, en pro de una
mayor democratización de la educación, decidieron que a los maestros dejase de llamárseles
con el “don” por delante y el “usted”. Si la medida fue positiva o negativa no
lo sé, lo cierto es que el tratamiento del “usted” en España se limita únicamente
a imposiciones patronales en comercios, restaurantes determinados trabajos cara
al público y únicamente relación cliente/trabajador.
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