Este verano, me sucedió algo parecido en uno de los bares donde fui a buscar trabajo, hoy las declaraciones del presidente, me han inspirado este relato:
Fue un caluroso día del mes de junio, Joaquín, tras dejar a
su hijo en el colegio, comenzó a patear las calles echando currículos allá
donde se lo admitían.
—Triste mi suerte, no hay nadie que escuche mis quejas. —Se
lamentaba Joaquín tras salir del bar, donde terminaba de echar el su último currículo
—Nadie siente pena, a nadie le duele. No buscan experiencia, buscan esclavos…
Se sienta en un banco del parque, mirando en dirección al
bar que termina de salir. La gente está en la terraza, tomando cervezas,
refrescos y helados. Él saca de una bolsa un trozo de pan, lo abre con la
navaja de arriba abajo. A continuación saca una lata de sardinas en escabeche,
agradeciendo el abre fácil y que el vinagre ablande el pan duro, que alguien
dejó colgado del contenedor. Mira a los escasos
clientes que en esos momentos se encuentran en la terraza, se fija con descaro
en la dueña del bar, que ahora sale con una bandeja llenas de jarras heladas de
cerveza.
—Puta —masculla entre dientes, masticando la rabia, mientras
muerde el improvisado bocadillo.
—Tal vez —piensa —no debería, yo no soy así; pero, decirle lo
que le he dicho y que se ría en mi cara…, no me voy a arrepentir ahora.
Bien claro podía leer, desde el banco, todavía el letrero en
la ventana del bar: “Se precisa urgente camarero con experiencia en plancha y
cocina”.
—¿Traes el currículo? —Le preguntó la dueña del bar.
—Sí, por supuesto —contestó Joaquín sacando un folio de la
carpeta que llevaba metida en su mochila.
—Déjalo ahí encima de la barra —dijo, sin ni siquiera
mirarle la dueña, que a pesar de sus más de cuarenta años, andaba coqueteando
con el camarero, de unos veintidós.
—Tengo experiencia en plancha y cocina, también en barra y
mesas —quiso apuntar Joaquín. Si precisa de manera urgente, yo podría comenzar
ahora mismo…
— ¿Y? —Preguntó la dueña, mirándolo por primera vez —te he
dicho que dejes el currículo encima de la barra.
—Tengo también un hijo que mantener —murmuró Joaquín—.
Necesito el trabajo.
La dueña, da un beso en los labios al muchacho y un azote en
el trasero.
—Anda, Andrés, a trabajar —. Después se encara con él:
—¿Cuántos años tienes? —Le pregunta, con cierto gesto de hastió
mirándolo fijamente, al tiempo que ponía a dos palmos su generoso escote.
—Cuarenta y dos —contesto, con un cierto tono fatalista
Joaquín. Era la pregunta que más miedo tenía a la hora de contestar a los currículos
a través de internet. Era la pregunta que nunca le hacían, pero que era el principal
obstáculo para conseguir un puesto de trabajo.
—No cumples los requisitos —respondió la exuberante dueña
del bar, señalando otro cartel que se encontraba al lado de la cafetera, con el
mismo texto que el anterior, en el cual se añadía en letra pequeña: “Contrato
de formación”.
— Se precisa urgente camarero con experiencia en plancha y
cocina. Contrato de formación —leyó en voz alta Joaquín, casi elevando la voz
—. ¿Con experiencia, en formación?
—Con experiencia, porque no quiero inútiles, y hasta los treinta
años hay mucha gente con mucha experiencia. Comprenderás, que si tienes un
hijo, no es problema mío. Así que lo siento, no das el perfil —le espeto con
descaró, dándose media vuelta.
—Pero… —quiso rebatir Joaquín.
—Además, quiero que sean camareras, y a ser posible con dos
buenas… —dijo volviéndose y levantándose los pechos siliconados con las manos
—que calienten un poco el ambiente —y se echó a reír, metiéndose en el interior
de la cocina, donde se encontraba el camarero veinteañero.
Joaquín cogió su currículo y salió del bar, camino hasta el
banco y se comió el bocadillo de pan duro con sardinas en escabeche. Espero
allí en aquel banco, mirando hacia el bar, fijándose en los devaneos de la
dueña cada vez que salía. Viendo otros,
que como él, entraban al reclamo del cartel. Antes de entrar, ya sabía cuál iba
a ser la contestación de la dueña del bar. Vio, también a una chica joven, cabellos largos,
cuerpo esbelto y largas piernas.
—A está la coge, seguro.
Se equivocó, no se hubiese equivocado de haberla visto de
frente, la conocía, era una antigua vecina de su calle, con carrera de derecho
terminada, brillante y simpática. Tampoco daba el perfil, con gafas, prominente
nariz; pero, sin dos buenas tetas. Saludo
a la muchacha desde la distancia, y ella caminó hasta donde estaba él. Tras los
saludos pertinentes, ambos se lamentaron:
—Será imbécil la tía cabrona. Que no doy el perfil. Que llevó
tres años trabajando en bares, eso sí en los veranos y contratos de cuatro
horas… ¿No me pregunta la imbécil que si soy de Castellón de la Plana? Y yo
tonta de mí, que le digo que no. Ximo,[1]están
muy mal las cosas para los jóvenes. No encuentro trabajo ni por equivocación.
Me tendré que ir a Alemania…
—Natalia, están muy mal las cosas para quienes con cuarenta
y dos años nos consideran viejos —respondió Joaquín, mientras se fijaba en el
reloj de la torre, que comenzaba a dar las cinco de la tarde —voy a recoger a
mi hijo al colegio.
—Si ya han terminado las clases…—lo miró extrañada Natalia.
–Mi hijo —dudó, todavía sentía vergüenza de reconocer, que
no ganaba dinero suficiente para dar de comer a su hijo, que lo llevaba al
comedor social del colegio, para que así pudiese comer —mi hijo va al colegio
para poder comer, desde que nos desahuciaron, todo ha ido de mal en peor. Nos
de alquiler, nos volvieron a desahuciar… ¿recuerdas la mujer que atropelló el tranvía?
Era Carmen, mi mujer.
La muchacha se echó las manos a la boca horrorizada. Había
escuchado que habido desahucios en el barrio, pero, eso era algo que ya no era
noticia, de no pillarte en el mismo patio. De la mujer atropellada por el
tranvía, todos los testigos testificaron que se trataba de un suicidio. En
teoría a pesar de ello, le correspondía una indemnización, pero la compañía
aseguradora recurrió y el dictamen tardaría años en producirse.
Por la noche, en la habitación del piso compartido donde se alojaban junto con otras tres familias, mientras su hijo cenaba, vieron las noticias,
el presidente y candidato a la reelección en un mitin decía:
— Os pido ayuda. Decidles a todos que es muy importante
concentrar el voto moderado porque, cuando se divide, se acaban aprovechando
los malos, los radicales y los extremistas…
—Papá, ¿quiénes son los malos, los radicales y extremistas?
—Le preguntó su hijo.
—Hijo mío, los malos los radicales y extremistas, son: los mismos que nos robaron el piso, que asesinaron a tu madre, que se llevan nuestro dinero a Suiza, a Panamá, que le dicen a los ladrones: Luis sé fuerte. Los mismos que mientras condenan a la miseria a los pobres, cobran sobres en “B”. Esos son los malos. Esos son quienes terminan aprovechándose de la ignorancia de los pobres, esos son los verdaderos radicales y extremistas …
—Papá, ¿tú no cenas?
—He cenado mientras te preparaba la cena...
En la cama, Joaquín, mira a su hijo dormir y sonríe. Sus tripas reclaman comida, Así estarán toda la noche. A pesar de todo sonríe, quiere soñar que pronto amanecerá y alguien le dará trabajo, que su hijo no tendrá que ir al comedor social, que volverán a vivir en un piso. Piensa en su esposa desesperada que se tiró al tranvía, porque no fue capaz de confesarle que se estaba prostituyendo para poder darles de comer a él y a su hijo. Y eso le quemaba por dentro, por eso se tiró al tranvía, también por la esperanza de que el seguro los indemnizase y no pasasen hambre. Joaquín ahora se entristece, llora, sorbiendo sus lágrimas...
Se levanta, mira por la ventana, piensa en su mujer, abre la ventana, duda. Mira a su hijo, se vuelve a acostar tras darle un beso en la frente al chiquillo. Apenas musita:
—Te quiero, hijo mío, te quiero.
Se acuesta y nota como su hijo se incorpora.
—Y yo a ti papá, y yo a ti.
Juntos miran la luna llena se cuela por la ventana y ríen.
—Papá, ¿tú no cenas?
—He cenado mientras te preparaba la cena...
En la cama, Joaquín, mira a su hijo dormir y sonríe. Sus tripas reclaman comida, Así estarán toda la noche. A pesar de todo sonríe, quiere soñar que pronto amanecerá y alguien le dará trabajo, que su hijo no tendrá que ir al comedor social, que volverán a vivir en un piso. Piensa en su esposa desesperada que se tiró al tranvía, porque no fue capaz de confesarle que se estaba prostituyendo para poder darles de comer a él y a su hijo. Y eso le quemaba por dentro, por eso se tiró al tranvía, también por la esperanza de que el seguro los indemnizase y no pasasen hambre. Joaquín ahora se entristece, llora, sorbiendo sus lágrimas...
Se levanta, mira por la ventana, piensa en su mujer, abre la ventana, duda. Mira a su hijo, se vuelve a acostar tras darle un beso en la frente al chiquillo. Apenas musita:
—Te quiero, hijo mío, te quiero.
Se acuesta y nota como su hijo se incorpora.
—Y yo a ti papá, y yo a ti.
Juntos miran la luna llena se cuela por la ventana y ríen.
P.D. Hace tan solo unos meses, fui a pedir trabajo y algo parecido me paso. Con esto no quiero criminalizar al sector hostelero, al que he pertenecido la mayor parte de mi vida, y la mayoría luchan por seguir adelante de manera honrada. Por desgracia, también están quienes se aprovechan de esta situación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario