Es una pena no haber hecho alguna
foto a los paneles de tapas que ponía en la puerta del Bar Arenas. Era preciso
hacerlos con cámaras, llevar después los carretes a revelar y que saliesen
bien, hubiese parecido estúpido retratar unos paneles de las tapas y bocadillos
de un bar, aunque ese bar fuese el Bar Arenas, mi bar. Entonces no había móviles con cámara de fotos,
en realidad ni siquiera móviles. El primer móvil que vi en mi vida fue a un
barrendero que estaba en el parque de enfrente del dando vueltas a un árbol y
discutiendo con él. Eso es lo que pensábamos quienes entretenidos y riendo pensábamos,
hasta que nos percatamos que llevaba un extraño artefacto negro del tamaño de
un ladrillo estrecho en la mano con una antena. Y que al terminar lo metía en
una riñonera, como si fuese una pistola del viejo oeste americano.
En esos carteles aparte de la
larga lista de tapas y bocadillos, yo tiraba de ironía y de mis tontunas, pocas
recuerdo, pero hay una que no olvidaré. Al final de la lista de bocadillos
puse:
Hamburguesas (de la carnicería de
Paco,[1]
no bávaras de Hamburgo, que nadie piense en teutonas cerveceras):
Normal: Hamburguesa, lechuga,
tomate y cebolla.
Completa: Hamburguesa, lechuga,
tomate, cebolla, huevo, bacón.( es lo que pone en el molde)
Sanguis (no sé escribir inglés)
normal (de York (llamarle jamón sería un insulto imperdonable) y queso.
Sanguis vegetal (Es un decir,
porque lleva lechuga, tomate, mahonesa hecha en Valencia, atún y huevo.
Terminando la pizarra con un
: ¡Que aproveche, chorra!
Una mañana, entró un hombre muy
bien vestido, lo cual ya hizo que nos pusiésemos en guardia, era un bar donde
iban los trabajadores a almorzar, comer cenar o tapear, o simplemente tomar
unas cervezas, cafés, copas o cubalibres, los pocos que entraban con traje, o
eran representantes o inspectores, ni unos ni otros eran bien recibidos. De
hecho una de las máximas de mi hermano y socio era:
—Yo veo a uno manchado de yeso,
de grasa y digo esté viene a gastarse los cuartos. Si veo a uno con traje y
corbata, digo, este viene con intención de llevarse los cuartos.
La cuestión es que casi nunca se
equivocaba. Pero este hombre tenía aspecto inofensivo, tenía cara de buena
persona y fue directamente en dirección a mi persona, a pesar de que mi hermano
estaba más cerca, supongo que porque vio que mi hermano ya estaba en guardia.
—¡Buenos días! ¿Qué desea usted?
—Le pregunté, utilizando el usted, algo raro en aquel bar, donde todos nos conocíamos.
—¡Buenos días! Por favor, ¿me puede dejar un boli un momento?
—Solicitó el hombre.
Yo rápidamente eché mano al
bolsillo de mi camisa y le entregué el bolígrafo en la mano.
—¿Me puede dejar también una hoja
de libreta?
Con la misma celeridad le
entregue la libreta.
—Coja las que necesite.
El hombre agarró la libreta y
comenzó a escribir en la primera página, entregándomela al instante, con una
palabra escrita: Sándwich.
—¿Quiere un sanguis, normal o
vegetal? —Le pregunté, extrañándome que me lo pidiese por escrito.
—No, era para decirle como se escribía,
como pone en la pizarra que no sabe escribirlo…
Me eché a reír, no debería
haberlo hecho, porque sin duda su intención era buena, me di la vuelta y agarré
el paquete de pan de molde que tenía tras de mí, donde claramente ponía la
palabra: Pan de sándwich. Está claro que él se debería haber percatado de la
ironía, más cuando al final del cartel ponía: ¡Qué aproveche, chorra! El hombre
agachó la cabeza, dio los buenos días de nuevo y se marchó.
[1] La
carnicería de Paco, era una carnicería que estaba enfrente del parque de la calle Gil
Sumbiela, regentada por un matrimonio formado por Paco y Paquita. La carnicería
se llamaba Paquita.
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