Hoy es uno de esos días de folios en blanco,
de dolores de cabeza,
ganas de
acostarse
y no levantarse...,
o tal vez,
de escribir tu último poema,
el postrero de todos,
justo antes de morir.
No, no es desanimo,
ni el buscar
refugio detrás de los párpados cerrados,
o de hastío ante las lágrimas
que se escapan de mis cansados ojos.
Huyeron de mi volando los poemas
de mi canosa
cabeza
por debajo de
mi mal ajustada boina
de campesino
exiliado en el asfalto.
No quiero sentir miedo,
cuando bulle en mi ánimo la rebeldía
de una lejana juventud,
no quiero irme
sin hacer nada…
La nada,
puede llegar a ser sugerente,
y erigirse en el todo absoluto,
y no, no es contrariedad...
¿No dicen que los extremos se tocan?
Veinte poemas
de amor y una canción desesperada...
¿Por qué no al revés?
Rasga los húmedos papeles,
pégales fuego hasta que ardan
todas las mentiras,
arrasa los tronos malditos.
Después,
de las cenizas,
enerva la rabia de los súbditos,
hasta ser capaz de mirar a los ojos de la muerte
y no sentir
miedo,
sino la urgente necesidad de correr más que ella,
de dormitar en sus brazos con deleite,
sabiendo que tienes perdida la batalla,
la guerra; pero
que,
todavía tienes
mucho que decir,
y lo vas a decir sin miedo.
No vas a dejar que te queme la brasa candente
del miedo de los cobardes,
a pesar de no ser valiente,
a pesar de tener miedo.
Grita ante los sicarios:
“El mejor rey, el que no existe.”
Te temblaran
las piernas,
te abrasarás
las manos,
notarás los
puñales clavarse en tu espalda,
y hasta verás tu cuerpo silente
en un humilde ataúd de mal pino
ardiendo en las llamas del infierno
del crematorio
municipal,
y desde la nada absoluta
te reirás a carcajadas.
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