Para muchos en aquellos tiempos de pozo en la plaza y fuente
con pilón, el final de las fiestas era el mejor, no había tiempo para la
tristeza por ese final, porque todo se podía tiznar negro. José Antonio Lavara
el matarife del pueblo, procedía al descuartizado de las reses que habían
servido de distracción los días previos en
las tardes de toros de aquella plaza
improvisada montada a base de remolques
de tractores, como antaño se hiciese con carros y galeras. Terminadas las procesiones, las noches de
baile en los almacenes de la cooperativa agraria, o el peregrinar tabernero
entre acto y acto, terminadas las fiestas, se colgaban en perchas trajes de
domingo y vestidos de fiesta para enfundarse en uno vaqueros y una camiseta, ese día era imprescindible ir de
trapillo, o al menos con ropa que no te importase llenarla del tizne de las
sartenes.
Se repartía la carne entre los asistentes de manera
equitativa, pero no para llevársela a sus casas, sino para cada uno cocinarla
en su sartén, a su modo, sabiendo que cocinaban para todos, si para todos, porque todos pasarían por cada
una de las sartenes y darían su veredicto.
No había premio ni galardón, solo el reconocimiento de que la gente del
pueblo que fuese el mayor número quien dijese que tu carne era la que mejor
estaba, y si no tampoco pasaba nada porque de las sartenes no iba a quedar ni
el tizne. . Se preparaban en sartenes
sobre trébedes a leña, las sartenes se llenaban de tizne y una vez degustada la
carne, venia lo mejor.
Algún día, de algún año alguien se tizno los dedos con una sartén
y no se le ocurrió mejor idea que limpiarse los mismos sobre la cara de alguien,
tiznándosela, en unos minutos, todo el
mundo estaba con la cara negra o en el pilón de la fuente. Lo que fue un hecho
puntual término convirtiéndose en tradición…Hasta que llegaron las vacas locas, fue prohibida y perdimos una de las pocas tradiciones genuinamente pinarejeras que teníamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario