sábado, 3 de noviembre de 2012
En estos días recuerdo todos los años a mi padre, no porque
sea el día de los difuntos, sino por su pasión por el teatro. Al teatro y a la
poesía, a pesar de no saber leer ni escribir, se aficionó mientras luchaba
defendiendo la República. Era tal el empeño del gobierno legítimo por instruir
a la tropa, tanto en la enseñanza de la lectura como en el desarrollo
intelectual y cultural, que los principales intelectuales, al contrario de lo que ocurre ahora, se implicaron en
ello, ofreciendo obras de teatrales diversas y recitales de poesía.
Recordemos la labor de la compañía de Federico García Lorca,
“La
Barraca”, enmarcada dentro de las Misiones pedagógicas de la República,
para potenciar en las zonas rurales la instrucción y la cultura, que sembraron
de palabras los lugares más apartados de aquella ilusionada e ilusionante
república. Tras el golpe del militar de
los enemigos de la libertad, la legitimidad republicana no tiro la toalla y
extendió el manto de la cultura hasta las mismas trincheras, donde al igual que
en las misiones pedagógicas, se hacían representaciones teatrales y se ofrecían
a la tropa recitales de poesía, con la participación entre otros de Miguel
Hernández, Rafael Alberti, Antonio Machado, Gabriel Celaya, León Felipe, Luis
Cernuda, entre otros.
Decir que mi padre era capaz de recitar poesías de aquellos
poetas del pueblo, a pesar de no saber leer. No solo poesía y refranes
manchegos, también pasajes enteros de alguna obra teatral.
Terminada la guerra desaparecieron las Misiones Pedagógicas,
así como la potenciación de la cultura en general, para los golpistas la
cultura no era un bien a potenciar, sino todo lo contrario. No es necesario decir que en Pinarejo no
existía teatro. Con el tiempo llegó a
existir un cine, el de Manuel Illán, donde de uvas a peras se proyectaba alguna
película.
La llegada de la
televisión supuso que en cierto modo, de nuevo regresase el teatro a los
pueblos, “Estudio Uno” fue una gran iniciativa
que nos acercó al teatro clásico, obras como “El Burlador De Sevilla”, “Don Gil de las calzas verdes”, “La Vida Es sueño”, hacía que mi padre de nuevo
renovase su afición por el teatro, pero su obra favorita sin duda alguna era “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla. Solo existía
un pequeño inconveniente y no era que hubiese de verlo en una televisión en
blanco y negro, sino que debía verla en el bar. En aquellos años tan solo las gentes adineradas o los bares
disponían de aquel novedoso aparato, que más tarde se llamó la caja tonta, y
que ahora, junto con internet, es un sorbe sesos, que deja a la gente atontada
e impasible a merced de cualquier gobernante corrupto.
Nosotros éramos
campesinos pobres, por tanto, la elección no podía ser otra que ir al bar, o
como decía mi madre, a la taberna, para poder verla. Aquellos locales, donde solo acudían hombres,
se abarrotaban cuando jugaba el Madrid, el Atlético entre ellos o contra el
Barcelona, también cuando retransmitían alguna corrida de toros. Tengo muchos
recuerdos de tardes de verano con el Bar de "El Vivo" hasta los topes
viendo una corrida de toros, eso sí, solo hombres y algún crío, para que
cogiese afición…, yo pronto me puse en la piel del toro contra esa salvaje
afición.
No ocurría lo mismo cuando en la noche del 31 de octubre TVE
- que no era la 1, sino la única, no existía ni
tan siquiera la UHF, que luego sería la 2 - emitía la obra de “Don JuanTenorio”, desde el primer momento mi padre junto a otros cuatro o cinco amigos
acudía todos los años a ver la obra teatral de Zorrilla al bar de Francisco,
“El Torcio”, bar que al igual que el del
“Vivo” se encontraba en la plaza.
El último año de vida de mi padre, se empeñó en que yo le
acompañase, ante el disgusto de mi madre que no le parecía muy correcto que un
crío de siete años pisase un bar, o una taberna - como decía ella - llena de
borrachos y viejos. Pero mi padre al final
se salió con la suya, me abrigaron bien, con bufanda y gorro incluido y nos
presentamos en el bar, donde aquella fría noche apenas había diez o doce
hombres que al comenzar “Estudio Uno” no quedarían no llegarían a los diez,
para al final quedarnos cinco o seis. Al
comenzar la obra, los pocos que estábamos, hicimos silencio más interesados en ver a Don Juan Tenorio que
de beber o “cascar”, nos sentamos todos juntos en la misma mesa, yo medio
acurrucado junto a mi padre, de cara al televisor, esperando ver algo
extraordinario. - Debieron pasar muchos
años para llegar a apreciarlo - En la mesa una botella de vino, una de gaseosa
y un “Cholet” de vainilla, unos "alcahuetes" cacahuetes y aceitunas.([1]
Muchos años después he sabido que aquella noche estaba allí otro chiquillo,
algo más joven que yo, tampoco podía ser mucho, Nicolás Haro, que también
estuvo con su padre).
De aquel día recuerdo
que estaban con mi padre y conmigo a Germán Jiménez “Trequetales, hermano de mi
cuñado Isidro, a Joaquín “El Tuerto”,
padre de Herminia y abuelo de Miguel, un gran fisioterapeuta que trabaja en el
hospital La Fe de Valencia, a Raimundo un viejo y sabio anarquista con mil
sentencias que hacían pensar a quienes le escuchábamos, a Julián Romero “El Rojo de Soplaeras”, consuegro de mis padres y
padre de mi cuñado Victorio, de Julián “El Motosierra” y de Angelina, Francisco
“El Torcio”, dueño del bar, posiblemente, quiero recordar que había otro hombre
más, pero no recuerdo quien era [2](
. Quien les conociese, en esa mesa estaban
representadas todas las tendencias políticas, buenas personas todas. Aquella
noche tenían algo en común aparte de la amistad o paisanaje. La afición al teatro, no sé si circunstancial y
puntual o porque realmente tenían esa afición.
Teatro que solo podían ver en una pequeña pantalla en blanco y negro.
Vimos en silencio la
obra teatral, de la cual guardo este recuerdo que me marco para siempre, tal
vez porque ya nunca pude volver a verla junto con mi padre. Al año siguiente esa noche la pase en casa de
mi hermana Dolores, recuerdo que Joaquín “El Tuerto”, vecino de ella en la
calle Las Eras, aquella noche pasamos miedo gracias a él, contó historias fantásticas de terror, un montón de cuentos e historias que tenían
que ver con la noche de las animas, relatos orales que se habían ido
transmitiendo de generación en generación y
que desgraciadamente al ser orales en la mayoría de los casos se han
perdido para siempre.
Entre quienes estaban aquella noche en el bar de “El
Torció”, viendo a Don Juan Tenorio, al menos tres de ellos eran muy buenos
narradores, cada uno en su estilo, el mencionado Joaquín”El Tuerto”, Julián
Romero, “El Rojo de Soplaeras”, que fue guardia de asalto con la
República, debido a su carácter
extremadamente jovial, contaba las historias siempre dándole una chispa de
humor, entre ambos estaba mi padre, en ocasiones, más cercano a “El Rojo”, lo
mismo contaba historias o cuentos trágicos a los cuales en muchas ocasiones les
daba un toque cómicos. Poco o casi nada
recuerdo de esas historias, mi hermana Felipa sabía muchas de ellas, pronto
decía, “como decía padre”. Algunas de esas historias todavía se podrán
recuperar, recuerdo que, aunque contadas de manera diferente por nuestros
abuelos y mayores, eran las mismas, en muchas ocasiones surgía: "eso ya lo
ha contado fulano o zutano…"
Puede ser un desafío para ese gran investigador que tenemos
en el pueblo, José Vicente Navarro, podría salir un estupendo libro con esas
historias de las gentes de Pinarejo, historias como la del clavo en la puerta
del cementerio que por estas fechas ha escrito de manera magistral mi amigo
José Vicente.
[1] Me
enteré durante la presentación de mi novela “Los manuscritos de Teresa Panza en
Pinarejo”
[2] Ahora ya
sé quién era Nicolás, que también había llevado a su hijo Nicolás y que fue el
primero en comprar mi novela en toda España. Me ha costado mucho, pero al final
gracias a él, he recordado quien su
padre, sabía que había un hombre más que no recordaba.
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