La verdad sale del pozo (1898), Édouard debat-Ponsan |
Este relato real como la
vida misma, tuvo lugar en un país de nombre Cleptolandia,[1]
donde el latrocinio por parte de los gobernantes es generalizado y donde la
verdad se oculta tras burdos eufemismos. Afortunadamente en España estas cosas no
suceden, tenemos una ley laboral justa y avanzada, nuestros gobernantes y todas las instituciones del Estado, y las empresas, son un ejemplo de eficacia, honradez y
dedicación a los ciudadanos, y, sobre todo, España es una país socialmente
avanzado y muy democrático, no hay peligro de que estos abusos se lleven a cabo.
A continuación, el relato:
Mientras corta una cebolla
Marta llora, y no es por la cebolla. Una carrera, dos masters y un sinfín de
cursos y cursillos para enfrentarse a la desolación. Le queman las palabras, la vida cotidiana, el
a sus veinticuatro años sentir que tanto sacrificio no ha servido de nada.
Quisiera huir de este país al que un día quiso o creyó sentirse orgullosa de
pertenecer. Le sonaba como algo lejano eso que decían que los gobernantes
habían robado por encima de las posibilidades del pueblo, aunque ellos dijesen
que había sido el pueblo quien había vivido por encima de sus posibilidades.
Marta, echa la cebolla al
aceite, está cabreada consigo misma, unas gotas de aceite caliente la saltan
sobre el envés de la mano, cierra los ojos de dolor, y de inmediato pone la
mano sobre el frío manar del grifo. No le duelen las quemaduras, no siente el
frescor del agua, todavía tiene en mente la última entrevista de trabajo.
Tanto estudiar, tantos
trabajos de becaria, ¿para qué? ¿para coger formación? Ahora comprende a su
padre cuando le decía que la reforma laboral era una reforma criminal contra la
gente honrada. Estando todavía en la
Universidad estuvo de becaria seis meses, trabajando como una más. Contenta,
estaba aprendiendo, trabajando ocho, nueve horas y días de diez horas, no por
un mísero jornal, gratis, por la comida, que hasta el transporte se tenía que
pagar.
Después realizó dos
masters, y multitud de cursillos.
Pago por un master, seis
meses de becaria, pagar por trabajar…
—Así cojo experiencia.
Así comenzó a caminar por
la calle de la frustración, de trabajo en trabajo, tampoco muchos, porque al
terminar de trabajar, gratis, otro becario o becaria ocupaba su lugar. En las
entrevistas de trabajo pronto decían:
—Estás sobre cualificada, ¿querrás
cobrar? Lo siento, queremos personas con
las que podamos firmar convenio con la universidad…
Así una y otra vez. Se
había transformado en una viajera ausente de sí misma, camino de un exilio en
otros países: Inglaterra, Alemania…, cualquier sitio menos en España, donde la
esperanza estaba secuestrada.
Se secó las manos, untó
pomada contra las quemaduras.
—Las quemaduras es lo que
menos escuecen —murmuro con rabia recordando la última entrevista:
—¿Cuántos años tienes?
—Veinticuatro.
—Pareces más joven. No sé
—le dijo el entrevistador mirándola con descaro.
—Tengo veinticuatro
—insistió molesta.
—No, sí ya lo veo, ya lo
veo. Eres muy guapa, supongo que tendrás pareja, novio…
—Vengo por el trabajo
—cortó al entrevistador.
—Ya, ya. Pero es
importante para la empresa saber esas cosas, por si te piensas quedar
embarazada y tener hijos…es que, sabes, ya tienes una edad. No sé si te
interesa este trabajo…—respondió altanero el entrevistador, dándose cuenta de
que aquella muchacha tenía las cosas claras y no iba a entrar en su juego.
—Dígame las condiciones y
ya le diré si me interesa o no el trabajo.
—No te interesan, ya te
digo que no te interesan. Carrera, dos masters, inglés fluido…experiencia en el
sector…
—Es lo que piden ¿no? En
la convocatoria decían eso, persona cualificada…
—Sí, sí claro, pero vamos
a ver, tienes casi veinticinco años, ¿querrás cobrar más de trescientos euros?
—¿Trescientos?
—Sí. Aquí lo hacemos de la
siguiente manera. Seis meses de becaria o becario, a trescientos euros, si no
tienes convenio con la Universidad, te podemos ofrecer un master por el que
pagarías setecientos euros al mes, tendrías que pagar solo cuatrocientos. Eso
sí, a los seis meses, te haríamos un contrato en prácticas de un año, cobrando setecientos
euros al mes…
Marta dudo, quiso saber
hasta dónde estaba dispuesto a llegar aquel malnacido.
—Bien. ¿Cuántas horas tendría
que trabajar?
—¿Te interesa?
—Dígame más.
—Serían seis horas de
jornada laboral, más tres o cuatro horas del master, total trabajarías unas
diez horas diarias, solo pagando cuatrocientos euros al mes…
—Y luego, cobraría
setecientos euros al mes durante un año. ¿Y después del año?
—Después del año, ya veríamos,
si nos interesases cobrarías como una persona normal…
—¿Sí les interesase? En año y medio podrían comprobar bien si les
intereso o no ¿no?
—Debes pensar que no somos
una ONG, sino una empresa. Si por el mismo trabajo podemos pagar setecientos no
vamos a pagar mil cuatrocientos…sería estúpido por nuestra parte… ¿Te interesa?
Marta dudó si mandarlo a
la mierda o no. Se levantó y recordó una frase que alguien escribió:
«Cuando los ladrones gobiernan, ser honrado es un delito»
Salió y miró a dos docenas de chicos y chicas
esperando para ser entrevistados.
Al llegar a su casa,
mientras preparaba los espaguetis con cebolla y tomate, una política que nunca
había dado un palo al agua y que cobraba siete mil euros al mes por jugar al Candy
Crash, vaguear y dormir la siesta en el Congreso de los diputados aconsejaba a
los jóvenes que ahorrasen dos eurillos al mes para su jubilación…
La cebolla no es lo que le
hizo llorar, las quemaduras no fue lo que más le escoció, fue pensar que:
«Cuando los ladrones
gobiernan, ser honrado es un delito»
©Paco Arenas
©Lágrimas secas
Pintura La verdad sale del
pozo (1898), Édouard debat-Ponsan
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