A finales de la primavera me llegó de manos de su autor, mi amigo, Orlando Cuéllar Castaño, una novela
inquietante ‹‹Todo paraíso lleva
implícito su propio infierno››, escrita hace muchos años y que pensaba reeditar
de nuevo. Junto con la novela venía un difícil encargo
de que escribiese el prólogo de la misma. De Orlando son muchas las cosas que
he leído, sabía que no me iba a dejar indiferente la lectura de ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio
infierno››, como realmente así fue:
‹‹Todo
paraíso lleva implícito su propio infierno››, es una novela muy diferente a
todas cuantas he leído, que desde luego no me ha dejado en absoluto
indiferente. Su primer capítulo ‹‹Todo final tiene su principio››, nos traslada desde el infierno
personal del protagonista en el inicio de la novela al mismo paraíso infantil
de selvas vírgenes que son penetradas por el hacha y las máquinas buscando
arrebatar a la jungla tierras vírgenes para las labores agrícolas o las industrias
madereras. En ese idílico paraíso tropical, sus moradores se adaptan a sus
duras condiciones con alegría, y a pesar de la pobreza casi extrema, logran
gozar de grandes dosis de felicidad. Es precisamente la felicidad la emoción
que busca el protagonista a lo largo de toda la novela. Son muchas las
ocasiones en las cuales cree encontrarla; sin embargo, cada vez que sube un
nuevo escalón, no es hacia la dicha sino al infierno, que termina por
atraparlo, no siendo consciente en ningún instante de ello.
Tiene momentos de ternura, en los cuales, la felicidad más
intensa puede lograrse en algo tan simple como una mirada furtiva, un paseo con
la mano de la niña amada cogida, un casto beso, con la niñera/carabina
fingiendo no ver esos besos a escondidas. Trazos donde la apoteosis final
orgásmica se consigue leyendo una carta plagada de deseos imposibles y castos,
mientras alguien viola la inocencia con realidades nada castas.
Lo que en principio produce espanto, termina convirtiéndose
en un medio de vida. No resulta fácil escribir, y menos en primera persona,
sobre cuestiones de índole sexual, ¿dónde termina el erotismo? ¿Cuál es su
límite? Cuéllar bordea sutilmente, con gran maestría, los límites del erotismo
hasta el extremo, evitando caer en lo pornográfico. Con su peculiar estilo y
cuidado lenguaje, no hiere a la vista ni a los sentidos, lo que sin su maestría
molestaría, sabe jugar con gran maestría con las palabras y los tiempos,
provocando tensión en los sentidos sin herir sensibilidades.
Al leer ‹‹Todo
paraíso lleva implícito su propio infierno››, con ese lenguaje, tan directo y
natural, Cuéllar nos hace creer, sin permitirnos dudarlo, que en realidad está
narrando sus propias vivencias, trasmitiéndonos sus sensaciones, las buenas y
las malas, nos mete en la mente del protagonista. Conociendo a Orlando Cuellar
y su exquisita sensibilidad adorable desde el punto de vista literario y
personal, a pesar de sin quererlo identificar o más bien confundir al narrador
con el protagonista, este último, nos provoca un rechazo natural hacia su
mezquindad frívola, y a la vez una pena infinita, porque en el fondo, no deja
de ser un desgraciado que jamás alcanzará la felicidad, y que cuando realmente
le encuentra sentido a su vida, ya es demasiado tarde. Podría decirse que
Orlando Cuellar Castaño escribe como los ángeles traviesos y picarones que
juegan al escondite con los diablillos cojuelos que animan la fiesta y que
tanta falta hacen en el cielo de las letras.
Para terminar, decir que me ha impresionado gratamente, a la
vez que me ha descubierto nuevos campos narrativos desconocidos para mí.
Orlando se presenta:
Mis ojos
se abrieron al mundo, un cálido día a mediados del mes de agosto de 1966, en un
pequeño pueblito llamado “El Dovio”, perdido entre las montañas del norte del
Valle del Cauca. Mis primeros recuerdos están poblados de imágenes de selvas y
ríos casi vírgenes, de animales fabulosos, de duendes, hadas, brujas y seres
míticos, gracias a mi abuelo, quien como todo buen paisa era, además de colono,
un gran contador de historias (por no decir un mentiroso de miedo; o sea, que
inventaba cuentos de terror). Aprendí mis primeras letras en el Colegio
Nacional “La Frontera”, de Saravena (Arauca), donde un día descubrí y me
adentré en el mundo de la literatura y me perdí embelesado en sus múltiples
caminos llenos de magia y fantasía, en los que aún hoy continuo, más perdido
que nunca. Estudié diez semestres de Filosofía y Letras en la universidad Santo
Tomás de Aquino. Resido hace muchos años en la hermosa Villa de San José de
Cúcuta, la ciudad de los árboles, como ha sido llamada por los poetas, ciudad
que me ha cobijado como su hijo adoptivo.
Paco
Arenas
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