Madre Tierra(Horacio Ferrer de Morgado) |
Andaba yo buscando por la red una historia que escuche hace mucho tiempo y que daba por
hecho que debía estar en la biblioteca pública más grande del mundo internet,
tras varios intentos sin resultados puse solo el final de la historia, ¡Muera
el señorito! Y me topé con el blog Ángel Romera, doctor en Filología Hispánica, escritor,
investigador y crítico literario, y un montón de cosas más, a pesar de todas esas cosas que dan miedo a
un zoquete como yo, por sus escritos, su forma de presentar los temas, de
escribirlos, se le nota la cercanía de las personas sencillas, el apego a la
Tierra, a La Mancha, a pesar de ser natural de Úbeda. Su
blog está plagado de cosas más que interesantes de nuestra Tierra. Es donde encontré algo muy interesante,
la novela transcurre “en un pueblo manchego en realidad inexistente, El
Pinoso, en el que paradójicamente no hay pinos, ya que todo ha sido arrasado
para plantar trigo.” Curioso ¿no? Curioso y llamativo que alguien de San
Clemente, con dos de los apellidos más comunes en Pinarejo escriba sobre un
pueblo cuyo nombre es Pinoso donde los pinos han sido arrasados para sembrar
trigo ¿Os suena de algo pinarejeros? A continuación la primera parte:
¡Muera el señorito! de Rafael López de Haro (I)
En una novela del conquense, nacido en San Clemente, Rafael López de Haro, ¡Muera el señorito! (1916), encontramos una de las más fuertes
denuncias de la España manchega anterior a la Guerra Civil, comparable a El
crimen de Cuenca de Alicio Garcitoral
(1931) o Vorágine sin fondo de Antonio
Heras Zamorano, ambientada en Ciudad Real (1936). Está dedicada a uno de
los mayores representantes del Regeneracionismo, Julio Senador Gómez, notario como él y autor de Castilla en escombros. Las leyes, las
tierras, el trigo y el hambre, publicado un año antes, lo que ya es
significativo de la inspiración que nutre el libro, muy bien escrito, y con una
rabia que se nota. El ejemplar en mis manos está dividido en tres libros: "La patria chica", "La patria grande" y "Ni patria ni amor". La mayor
parte de la obra transcurre en un pueblo manchego en realidad inexistente, El Pinoso, en el que paradójicamente no
hay pinos, ya que todo ha sido arrasado para plantar trigo. El protagonista,
Eugenio Balmes, aplicado estudiante de Derecho, marcha al pueblo tras morir su
madre y quedarse huérfano para ver a su hermana, atravesando los campos manchegos:
"Las llanuras de La Mancha son un agro infinito que
solo pudo poblar de ideas la infinitud del genio cervantino. La tierra llana,
inacabablemente llana, rasa, roja, seca, causaba a Eugenio la impresión
negativa de lo inexistente. Era la del campo ilimitado y aspérrimo, era la de
la planicie calcinada, eran las de un sol que enceguecía, turbio el ambiente
por turbonadas que arrancaba en momentos la ebullición del aire caliente; eran
las de la tierra bermeja excavada, escoriada, surcada como sarnosa carne
pálida; eran sensaciones de una soledad, de una acritud, de una sed que solo
sugerían ideas de fuga, de suicidio. Fugarse, al menos, como los pájaros, como
las nubes, como los colores. Aquella tierra fea y desagradecida podía mantener
una escasa población que, en fuerza de luchar obstinada y estúpidamente con su
esterilidad, se ha enfurecido y vive, sin agua, en hidrofobia perpetua, aislada
en los lugarones, lugares o lugarejos, hechos de la misma tierra que Eugenio
veía en lejanías remotas, denotados por la torre verdusca, chatos, agachados,
perdidos en la inmensidad, náufragos en la estepa, páramo, pampa, sabana
desnuda, infausta, calva de la Península, a modo de lupus que ha depilado,
asolado, desollado ese gran pedazo de la fisonomía de España.
El camino de hierro, trazado en línea recta, no tanto por
ser allí fácil como por ser la más corta para pasar cuanto antes por allí donde
nada lo retiene, no era aliciente a que aquel horrísono tren mixto acelerase su
marcha. Lento, jadeante, avanzaba caudato de una caliginosa polvareda que a
ratos venía sobre él y lo envolvía y enterragaba. A un flanco, las cuencas de
los sacatierras, álveos de cieno en la invernada, se cuarteaban. Solían verse
muertos de sed algunos juncos y retamas que se atrevieron a nacer fiados en la
promesa de humedad. De tarde, un caminejo arenoso cruzaba la vía y, en la
intersección, una mujer tripuda, descalza, con el rostro del color de las
tejas, presentaba unos palitroques forrados de bayeta roja y verde.
La sensación de inhabitabilidad, de carraspera de Sáhara, se
iba intensificando hasta ser una gran tortura para Eugenio, quien jamás
sospechó que fuese así la Patria: un solar. El polvo socarrante había ya
tapiado el departamento; algunas langostas saltaban golpeándose. y seguía, seguía
el campo soledoso, ocre, blancuzco, rojo, y el sol caía con apesgante,
angustiosa tenacidad, y el calor asfixiaba..." p. 37-39.
Este paisaje hace el efecto de un opio en Eugenio: duerme a
la gente y lo duerme a él. Hay campos sembrados de vides que también
emborrachan a la gente y la duermen. Así hasta que llega, conducido en una
galera por un gañán, a la casa de su hermana en El Pinoso, casada con un tal
Pelecha, un aprovechado. Bebe pistraque y come un arenque. El consejo de
familia ha sido fraguado para robarle lo más de la herencia; Ferreol Balmes es
el cacique y alcalde del pueblo y quien lleva la voz cantante. Los concejales
son todos de la misma familia y sifilíticos, porque apestan a yodoformo, y
quieren comerse la hacienda del recién llegado poco a poco. Eugenio no se deja
engañar, pero tiene que transigir; ignoran que él también los ha engañado. Y el
alcalde le promete un empleíllo en el Ayuntamiento que le ayude a concluir la
carrera, el de secretario particular.
Como tal asiste en un solo día a una procesión de personajes
como los de la ínsula Barataria de Cervantes, solo que el alcalde no es nada
honesto ni Sancho Panza, salvo en el aspecto; más bien parece Ginés de
Pasamonte o el Ventero, cuyo currículo canallesco tan bien pinta Cervantes en la
primera parte de su Don Quijote. El alcalde mata de hambre al boticario, comido
de hijos y al que no paga; no tiene ni medicinas que vender porque el alcalde
retiene sus fondos con el propósito de que se vaya y así traspasar la botica al
sobrino de su mujer. Lo consigue al fin, a cambio de pagarle la mitad de lo que
en realidad le debe. Acude luego una hortelana que contaba con un buen puesto
en el mercado, pero se lo cambiaron a peor y le cobran el impuesto municipal
varias veces en vez de una, solo porque su marido no votó a quien le dijo el
alcalde. Esta es menos mansa que el farmacéutico: "Cuando la tortilla se
güelva nos veremos, señor don Ferreol, ladrón, cornudo". Viene luego el
rematante de Consumos, un corrupto al que le molesta que otros corruptos, los
de la familia del alcalde, le quiten su parte. "Usté tie que cerrar el
mataero aquellos días tocante a que la carne de mis novillos se venda y darme
la exclusiva del vino dentro de la plaza y la poquedá que hay consigná pa
festejos. Ítem, y prestarme los peones del Ayuntamiento pa armar la plaza
y..." El alcalde promete que se le apoyará en lo que cabe. Ordena a
Eugenio que escriba al diputado para que no vengan los inspectores del
Catastro, y que, "si vienen, que vea quién y diga de qué pie cojea".
Pasa luego el Desollao, un expresidiario por asesinato que vivía en El Pinoso
sin trabajar y penduleando a sueldo del Alcalde. Este matón solo es importante
el día de las elecciones, para asustar a la gente y dar palizas. Le encarga el
Alcalde que vigile al boticario y se haga ver cerca de él dándole un par de
voces. Termina la didáctica función con dos labriegos que entran en el
Ayuntamiento para asegurar su fidelidad, ya que habían sido comprados para un
jurado en la capital, hacia donde iban a viajar ese mismo día. (Seguirá)
Fuente: Blog de Ángel Romera
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