lunes, 10 de junio de 2024

El loco de pluma de avutarda

 


Siendo más Sancho que Quijote, me volví loco por culpa de los libros que leí, me armé de valor y comencé a caminar, llegando a creer que era posible cambiar el mundo con la palabra escrita sin necesidad de gritarla.

 

Este escritor manchego que escribe con grosera pluma de avutarda nació en los campos dorados de La Mancha de rojos arreboles verpertinos, donde el viento de solano me susurraba secretos de los silenciados. Nunca escondí su rostro tras yelmos ni me enfrenté a imaginarios gigantes.  No, mi lucha es más noble, aunque utilizo plumas de avutardas de corto vuelo, escribo palabras en la tierra como surcos traza el arado más afilado que el pico de las águilas.

 

Arado forjado en los yunques de las fraguas campesinas, este destripaterrones no se rinde ante las adversidades. Mis principios son como la reja de ese arado, labrando surcos de justicia en la tierra reseca. Mis padres no fueron reyes, sino campesinos analfabetos, cuyas manos ajadas conocieron las ampollas y los callos, y con su sudor regaron la tierra para que creciera la espiga, la esperanza y la palabra silenciada por los poderosos.

 

Quiero ser voz de los silenciados, de los escuderos, de esos que nunca serán caballeros. En las noches sin luna, cuando los grillos entonan sus cantos, me siento y escribo junto al fuego los secretos de quienes se les privó de la palabra. La sangre de ellos se convierte en palabras que fluyen como ríos, a pesar de que, como mis padres, apenas pisé las aulas de la escuela, ellos me confiaron su voz. Y yo, como un trovador errante, la saco de los rincones más oscuros del olvido utilizando la palabra como martillo sobre el yunque para derribar los muros de la intolerancia, sabiendo de antemano, como dijo un poeta:

«Un buen verso no derriba al tirano. en el mejor de los casos consigue cortarte la respiración (la digestión casi nunca)».

No lo pretendo, pero quien no echa la semilla en la besana, nunca verá crecer la espiga.

En estos días turbios, donde nadie dimite, ni siquiera las togas caducadas desde hace más de un lustro, y los viejos reyes se marchan a desiertos lejanos para no pagar impuestos y se adoran marionetas con menos corazón que seso, este campesino siente ganas de meter la pluma hasta las entrañas de la tierra hasta encontrar la tinta y que sean los silenciados quienes dicten las palabras.

 

En esta era de sombras, donde el honor se desvanece y no hay renuncias, ni siquiera de togas que el tiempo ha olvidado, y los monarcas de antaño huyen a eriales remotos, esquivando el tributo justo, mientras se veneran títeres de alma vacía y mente estrecha, este labriego anhela hundir su pluma en las entrañas de la tierra, buscando la tinta para que los mudos sean quienes dicten los renglones con las palabras que no pudieron pronunciar.

 

Armado con la pluma de la avutarda grosera, este hijo de la Mancha prosigue su andanza quimérica. Mis palabras son y serán mi única espada, y mi contienda, la sempiterna de los olvidados. Que sea el aire de su aliento el marque el rumbo y los ausentes dioses de toda fe y desde las entrañas de las orillas de los caminos sonrían a quienes perseveran en la tarea.

Continuaré mi relato al lado de aquellos que elevan su voz en un cosmos que, en ocasiones, prefiere el silencio.

Y es aquí, donde las llanuras manchegas se juntan con rojizos tonos con el cielo, mi pluma golpea contra el yunque de la injusticia al compás del viento de solano. Vientos que van susurrando historias amordazadas de los campesinos. Los olivos, centinelas milenarios, custodian los secretos de la tierra.

Seguiré mi historia junto a todos los que alzan la voz en un mundo que a veces olvida escuchar.

©Paco Arenas

PACO ARENAS

PACO ARENAS, SUS LIBROS Y RELATOS...

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