Sancho se siente agobiado y desengañado; hasta dos semanas
antes, no sabía si votar o no. Eso a pesar de que él siempre lo tuvo claro
desde aquel viaje en Clavileño. Los ricos solo quieren a los pobres para
mofarse de ellos, para sacarles las castañas del fuego sin quemarse y, sobre
todo, para vivir a cuerpo de rey sin pegar un palo al agua a costa de los
pobres.
Tenía motivo para el desengaño. A quienes siempre votó iban
en candidaturas diferentes, y eso lo enfadaba mucho, maldiciendo como si fuera
un blasfemo con dolor de muelas.
—Amigo Sancho —le dijo Alonso Quijano—, si los pobres vamos
separados, nos matarán como a liebres en la cama. Tienes que votar.
—¿Y qué voto, amigo Alonso?
—Eso no te lo voy a decir yo. Pero piensa un poco. ¿Te
acuerdas de cómo a las combativas Ada y Marcela las acusaron los jueces
prevaricadores de ladronas sin pruebas y los voceros airearon los bulos hasta
convencer a todo el mundo de que la mentira era la verdad?
—¿Cómo no me voy a acordar? Los jueces siempre están al
servicio de su amo... y hay gente dispuesta a creerse las mentiras.
—Pues eso. ¿Acaso has olvidado cuando a Mónica, entre los
voceros, los ricos y los jueces prevaricadores, crearon injurias que la
obligaron a dimitir como vicepresidenta por un delito que no cometió?
—Pobre muchacha, claro que me acuerdo, amigo Alonso...
—¿Te has olvidado de todo el acoso que sufrieron Pablo e
Irene, con los perros voceros echando leña al fuego para que acosaran hasta a
sus hijos de pecho? ¿No te acuerdas de todas las injurias que sacaron contra
ellos con el Caso Neurona, aquellos jueces al servicio de los ladrones?
—Claro que me acuerdo, pero hay que tener pocas neuronas para
no darse cuenta...
—¿Has olvidado cómo al pobre Ricote los duques lo acusaron de
moro infiel para quedarse con sus tierras? No lo dudes, que como ganen ellos,
se quedan con sus tierras...
—Peor lo de mi hija Isabel —se rasca el cogote Sancho Panza—,
que la querían quemar en la hoguera porque vive con Marcela...
Alonso Quijano movió la cabeza.
—Con su amor no hacen daño a nadie.
—Pues eso digo yo —asintió Sancho.
—Y por último, ¿acaso no le piden los corruptos cuentas al
bachiller porque Manos Sucias ha denunciado ante un juez despeinado?
—Pero si eso ya ha dicho la Guardia Civil que es falso... Un
juez decente, despeinado o calvo, no puede tomar nada en cuenta de lo que digan
esos delincuentes de Manos Sucias...
—Yo siempre he defendido a la Justicia, pero en España cada
día me resulta más difícil. Son los jueces quienes arrastran a la Justicia por
la ciénaga.
—Los caducados, si fueran decentes, dimitirían en bloque,
pero claro, si entrasen jueces decentes, sus amigos y a lo mejor alguno de
ellos, iría a la cárcel...
—Llevas razón, amigo Sancho. Son muchos los jueces que están
al dictado de los perversos. Los duques de Mamandurrias le piden explicaciones
al bachiller para que explique lo que no hizo su mujer, porque el juez
despeinado la ha imputado por recortes de prensa de los voceros al servicio de
esos que no quieren llegar a un acuerdo para nombrar un nuevo gobierno de los
jueces porque los tienen a sueldo... Lo dicho, al servicio de los perversos...
—Eso ya lo llevo diciendo yo muchos años: pocos jueces hacen
justicia; solo son duros con los pobres, con quienes roban una gallina para
comer, pero para quienes roban a manos llenas, barra libre... Tampoco me olvido
yo de aquel diputado que fue expulsado del parlamento porque un policía mintió
y, a pesar de las pruebas en contra, los jueces lo condenaron...
—Los mismos jueces caducados que no ven nada de lo que se
hace en Madrid... Para terminar —dijo Alonso Quijano—, ¿tú has visto rezar a
Barrabás?
—Blasfemar sí, rezar no. Es más descreído que yo y, además,
roba a los pobres y ayuda a los ricos...
—Pues el domingo va a rezar el rosario para que los
mamandurrias ganen las elecciones...
—Y volvamos a los tiempos de un famoso bandolero llamado M...
Rajoy, que hay que tener bemoles para decir que no saben quién es... Pues,
¿sabes qué te digo? Voy a votar, amigo Alonso...
—¿A quién?
—Amigo Sancho, el voto es secreto, pero cuando voto, desde
que tengo edad y algo de conocimiento, nunca he cambiado de idea, aunque me
digan que...
—Ya, que ya lo sé...
—Pues eso, que los pobres tenemos que votar, porque estoy
harto de voceros a sueldo y jueces que dictan sentencias siempre favoreciendo a
los mismos. Pero sobre todo, voy a votar por mi padre, porque fue uno de esos
7291 ancianos que murieron abandonados a su suerte en las residencias
madrileñas porque alguien así lo decidió... ¡Ah! Y por los miles de criaturas
asesinadas en Palestina.
—¿Entonces, el domingo nos vemos en la urna?
—Nos vemos, amigo Alonso. Y después nos comemos una paella,
convido yo...
—Eso suena a música celestial... ¡Ah! Y que no falte la
fruta, que a todos nos gusta la fruta, pero no la podrida. ¡Salud, amigo
Sancho!
—Más bien terrenal. La fruta no faltará, pero sana y sin
gusanos de cloaca judicial. ¡Salud y República, amigo Alonso!
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