Allí permanece de pie aquel viejo pino seco. Sus casi cien años le
habían dado la seguridad que sabría resistir las embestidas del viento, de la
lluvia, el granizo, las escasas heladas del Mediterráneo y los calurosos y
húmedos días y noches de verano. Se había acostumbrado a los petardos y el olor
a pólvora de las semanas falleras. Las mascletas habían terminado por dejarle
sordo. Aun así, disfrutaba de ese olor a pólvora, que a él le llegaba como
aroma embriagador.
Cuando comenzaron a trazar la gran avenida, a construir muy cerca un
grandioso hospital, moderno y funcional con material de baja calidad, a precios
de especulación urbanística, pensó que estaría más distraído viendo pasar
coches, ambulancias, las luces destellantes de la Policía, los bomberos, el trajín
y las prisas de los parientes que llevan a sus familiares enfermos a urgencias.
Sus caras de preocupación, su dolor ante la pérdida de un ser querido, sus
gestos de alegría y alivio cuando la noticia era buena, la cara de alegría de
los trasplantados, ante la nueva oportunidad que les brindaba la vida. Eso, no
lo iba a negar, le entretenía y le hacía vivir cada una de esas historias y
vivencias.
También alguna , pero ahora menos, de vez en cuando algún coche paraba
bajo sus ramas, con una pareja de enamorados dentro que de inmediato reclinaban
sus asientos y mostraban la belleza de sus jóvenes cuerpos desnudos, y lo más
hermoso, su pasión, deseo, y en ocasiones, amor. Nada tenía que ver con ese
sexo comprado que también alguna vez observó bajo sus ramas de prostitutas de
todas las razas que se reclinaban sobre su tronco, y entregaban su cuerpo a
cambio de papel, que después entregaban a quien las maltrataba.
Él observaba todo, y comenzaba a tener sensaciones casi humanas, a
distinguir en el tono de las palabras la sinceridad de la falsedad. Mientras
tanto, el humo invisible de la polución le mataba poco a poco. Cuando se quiso
dar cuenta estaba completamente seco, pero de pie. Se hubiese marchado a otro
lugar, pero las raíces podridas se lo impedían.
Pino de la Carretera Malilla, junto a la Nueva Fe. El edificio que se
ve al fondo es el hospital, donde otro pino de casi noventa años se está
secando poco a poco; aunque parece que entre sus ramas quiere brotar algo que
se parece a la vida.
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