Quien me conoce sabe sobradamente
que nunca hago chistes sobre la falta de cultura de las personas, a la hora de
escribir “b” cuando debería ser “v”, porque por regla general siempre hay una
razón de peso, y es el no haber tenido acceso a la educación, como fue mi caso.
Hoy voy a hacer una excepción. La razón lo requiere y lo que puede parecer de
risa, me resulta muy triste, más cuando me temo que es un problema generalizado
en España, aunque tal vez no tan acusado como lo que me ha ocurrido en el
hospital esta mañana.
Me he encontrado a un viejo conocido mío.
Me consta, porque lo sé, que es muy buen hombre y trabajador, aunque lleva ya
cuatro años parados y como yo sin esperanza de encontrar trabajo, sobrevive él
y la mujer, gracias a los cuatrocientos euros de subsidio y a la ayuda que le
da su padre, con el que viven, porque hace dos años el banco les robo el piso.
Me he alegrado de verlo después de más de quince años. Nos hemos saludado y
hemos comenzado a hablar mientras que esperábamos para entrar en la UVI a
visitar a nuestros respectivos familiares.
—Ahora que me acuerdo, me dijo
Miguel, el fallero, que habías escrito un libro… ¿Cómo se llama?
—Me preguntó
como si estuviese realmente interesado en él.
—Sí. Se llaman Los manuscritos de
Teresa Panza.
—Teresa Danza, ¿y esa quién era?
¿Una bailarina?
—Panza, la hija de Sancho Panza,
un personaje nuevo que me he inventado…—me apresuré a aclararle yo, como si
fuese tan fácil.
—Ahora caigo. Quijote, Sancho,
Sancho Quijote…, mira que estaban bien esos dibujos animados, ahora ya no se
hacen como antes. Y es que ahora con tanto ordenador la gente no sabe ni
trabajar, a picar los mandaba yo a los de los ordenadores—comenzó a tatarear la
melodía de la serie de dibujos animados, añadiendo con contundente vehemencia
digna de un catedrático de Salamanca la virtud de los dibujos animados de
antes, y la maldad de los ordenadores. No quise decir nada al respecto, ni
tampoco decirle que antes había un libro de tal nombre, que siendo una joya, poca
gente había leído. Realmente no merecía la pena. De repente vimos llegar a dos sacerdotes, provenientes
de la capilla adyacente, uno de la Iglesia Católica de raza blanca, posiblemente español y otro de la Iglesia Evangélica, de raza negra y con acento caribeño, que pasaron de manera precipitada a la UVI. Al instante nos dijeron que nos
quitásemos del pasillo, porque tenían que sacar un cadáver de la UVI. Cosa que
realizaron con asombrosa rapidez, introduciéndolo en el ascensor. Yo me quedé pensando en la llegada de los sacerdotes y la salida del cádaver, el hecho que apareciesen de dos iglesias diferentes me llamo poderosamente la atención. ¿Solicito el servicio el moribundo o se trataba de una practica habitual del hospital ante el fallecimiento de cualquier enfermo? Todavía me estoy preguntando. Tras la desaparición del cadáver, camilleros y sacerdotes por el ascensor, la sala de
espera y el pasillo se quedaron en el más absoluto silencio. A buen seguro que a más de uno le dio un vuelco el corazón.
—¿Tú sabes quién era Federico El
Hermoso? —Me espetó rompiendo el silencio.
—Supongo que te referirás a
Felipe El Hermoso…
—Sí, a ese, que estaba casado con
Juana la loca. Lo tenían que desenterrar todos los años para que Juana la loca
le diese un beso en la boca. Lo vi en la película, menudo putero el cabrón,
¡qué hijo puta!
—Eso es algo común entre todos
los reyes…—intenté argumentar yo, mas raudo y veloz continuó con su película.
—Y tanto. A Juana la loca la encerró
mientras él se iba de pingos pardos con Isabel II, que era otro putón verbenero
y además madre de Juana la loca, fíjate, acostarse con la suegra, la madre de
Alfonso XII, el de la película de “A dónde vas pobre de ti”. Y si no el rey, el
de ahora no, el padre, que hizo un palacio al lado de la Zarzuela para tener
allí a la Mónica Lewinsky. Todo con nuestro dinero. Que le pagamos un sueldo
que…
Y así me estuvo explicando y mezclando, dinastías reyes, reinas y amantes de diversos mandatarios y yo
escuchando admirado con la elocuencia que lo narraba, como despotricaba contra
todos los miembros de la Casa Real, contra Rajoy y su gobierno. Mientras apenas
podía aguantarme la risa, por el lío mental que llevaba en su cabeza, pero
tampoco quería ser pedante y presumir de mis conocimientos de historia.
Películas y noticias vistas entre cabezada y cabezada en el sofá regadas en sus
buenos tiempos con cerveza y güisqui, se habían transformado en un maremágnum
de conocimientos totalmente anárquicos que vagaban por su cerebro de manera
desordenada. Cuando parecía que le faltaba la respiración, después de sus
sesudas aseveraciones contra la Casa Real y el gobierno, ha echado un trago de
agua y me ha preguntado, como si me acusase del peor de los crímenes:
—¿Y tú, no dices nada? ¿Te roban,
y no dices nada?
—Que lo que hace falta es que
venga la República de una puñetera vez —le respondí, pensando que iba a estar
de acuerdo conmigo. Sin embargo, veo que se echa las manos a la cabeza
alarmado, como si hubiese dicho la mayor barbaridad del mundo.
—¡Amos,[1]
por Dios! ¿Tú sabes lo que has dicho? Eso es lo peor que hay.
—¿Por qué? —Le he pregunté, sin
comprender muy bien su reacción.
—Eso es la guerra, lo peor que
puede pasar en España es una guerra, la república es volverla a liar, nadie
quiere eso…¿Tú no decías antes que eras pacifista?
—Y soy pacifista, la república
nada tiene que ver con la guerra, Francia es una república, Alemania es una
república…
—¡Ea![2]
¿Ves cómo me das la razón? La que liaron en París hace unos meses, y Alemania
el Hitler y la Meckel la que tienen liada…
Recordé entonces que él había
estado trabajando en Suiza, dónde había ganado en seis meses dinero suficiente
para dar la entrada de un piso. Recordé sus alabanzas al país helvético.
—Eso no tiene nada que ver con la
república. Suiza también es una república…
—¿Me lo vas a decir a mí? Qué
equivocado estás, Suiza es una confederación. Me tiré seis meses trabajando
allí, en seis meses gane más que aquí en dos años, eso es lo que funciona, la
confederación…
Le di la razón, por darle algo. Y
él orgulloso, dispuesto a darme ahora una lección de política:
—¿A quién vas a votar?
Antes de que pudiese contestar me
lanzaba esta perorata, al Pepe, de ninguna manera, mira el Bárcenas, la
Aguirre, la Botella, la Rita, menuda Rita. Al Pesoe, de ni harto de vino, anda
que los eres de Andalucía…
—Entonces votarás a Podemos e
Izquierda Unida…—me atreví a interrumpirle.
—¿Por quién me tomas? ¿Qué
quieres que se hagan los venezolanos los amos de España? Yo voy a votar a Primo
de Rivera… —dudó un poco, supongo que ante mi cara de sorpresa — ¿Tú también,
verdad?
—Ni borracho, además lleva muchos
años muerto…
—¿No me jodas? ¿Han matado a
Primo de Rivera, el de ciudadanos?
—A José Antonio Primo de Rivera
sí, a Albert Rivera, no.
—Menos mal —suspiró —, es a quien
voy a votar. — ¿Cómo has dicho que se llama tu libro? Por saberlo, porque yo no
leo nada, yo no pierdo el tiempo con esas cosas…
Ahora quien suspiraba era yo,
comprendiendo muchas cosas, mi conocido, no perdía el tiempo leyendo. Se
empapaba de películas y noticiarios entre cabezada y cabezada en el sofá,
regados los sueños con agua, porque a cerveza no le llegaba el presupuesto y
mucho menos a güisqui. Sin embargo es capaz de decirme las alineaciones del Madrid, del Barça y el Atlético de Madrid de cualquier temporada, así como los resultados y jugadas importantes, lo cual no le puedo llevar la contraria por ser un ignorante en tales cuestiones, por él, ayer, tuve conocimiento que Guardiola ya no era entrenador del Barça, o sea, que también soy un ignorante total, como así me lo hizo saber.
Lo triste es que a buen seguro
que hay muchos como él.
©Paco Arenas
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