domingo, 19 de febrero de 2023

Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo

 




En la televisión el ministro Luis Planas está diciendo en una entrevista:

—No creo que existan márgenes extraordinarios de las empresas de distribución, pero si un consumidor no está de acuerdo, el mejor instrumento que tiene un ciudadano o un usuario si no está de acuerdo con los precios es irse al supermercado de al lado que probablemente lo ofertará en un precio inferior...

—¿Cómo puede decir eso, si se ha puesto de acuerdo la mafia para poner todos los precios igual... ¡Qué vergüenza! —Gritó enfurecida Teresa Cascajo entrando de la calle con una bolsa de nylon.

Los cuatro hombres, que se encontraban jugando a las cartas, se giraron al escucharla.

 —¿Quién tiene la culpa, Putin, Zelenski, Biden, Borrel, los traficantes de armas, los traficantes de petróleo o los traficantes de hambre?   —De nuevo gritó la mujer de Sancho Panza, mirando ahora a los jugadores, mientras dejaba una bolsa de nylon encima de la mesa, interrumpiendo la partida de mus entre el cura Pedro, el bachiller Carrasco, el barbero Nicolás y su esposo, Sancho Panza. Los cuatro hombres miraron estupefactos, primero la bolsa de la compra y después a Teresa.

—¿Qué le has dado de comer hoy, amigo Sancho, que tan desbocada tienes a tu amada Teresa?  —Preguntó el bachiller Carrasco en tono jocoso a Sancho.

Teresa taladró con la mirada a bachiller, colocó sus brazos en jarras y cuando parecía que iba a salir el magma volcánico por su boca, giró la mirada hacia el televisor, en la que Ana Rosa Quintana justificaba las palabras del ministro, dándole la razón y el gran creador de bulos, Eduardo Inda, volvía a la carga echándole la culpa a una coleta hace meses cortada.

—¿Para qué tenéis esta mierda, si no la estáis viendo? —¿No sabéis que gasta corriente? Claro, como luego la que limpia soy yo…

—¡Calma, calma! Calma, estimada Teresa —se levantó el cura Pedro colocándole una mano sobre el hombro, hablándole de manera condescendiente y paternalista — Tranquilízate, mujer de Dios —calló el sacerdote ante la mirada iracunda de Teresa.

—¿Calma? ¿Que me calme? Hay que tener un cuajo para decir que me calme, cuando acaban de atracar, abusando de mí entre cinco sinvergüenzas con la complicidad de…

Los tres hombres que permanecían sentados se alzaron a un tiempo colocándose al lado del sacerdote y de Teresa.

 —¿Te han atracado y te han violado? —Preguntó consternado Sancho abrazándola, casi sin salirle las palabras de la boca, soltando un suspiro triste con aroma a nada frito.

Los otros tres hombres se miraron entre preocupados e incrédulos.

—Si es que con tanto extranjero. No sé a dónde vamos a parar… —dijo maese Nicolás, que había tenido que bajar los precios ante la competencia.

—La depravación moral, que si el matrimonio gay, el divorcio, el aborto —calló porque la hija del bachiller Carrasco se terminaba de casar por lo civil con la hija del jefe de la policía local, homófobo declarado. Además, sabía que el hijo del sacamuelas andaba de amores con un sobrino de Sancho Panza, aunque eso de momento era secreto de confesión y no lo podía decir. Por si fuera poco, la hija mayor del bachiller Carrasco, que ansiaba ser abuelo le confesó, aunque no en el confesionario, que se había hecho ligaduras de trompas, para no quedarse embarazada:

—Padre —le dijo Raquel Carrasco al sacerdote cuando le preguntó si sería madre pronto, pues su padre le había dicho que ansiaba ser abuelo—, se lo voy a decir claro. Tener hijos para que los Garamendi y compañía, que cobran cuatrocientos mil euros y está en contra de un salario mínimo de mil ochenta euros, o para que el bribón de un rey le dé de nuestros dineros sesenta y ocho millones de euros a su amante, y los «froilanes» o las «victorias federicas» vivan a cuerpo de rey a cargo de quienes sudamos cada miga, eso por no decir a quienes mandan a sus hijas a estudiar a Gales a costa nuestra, pues va ser que no. Antes de traer a un esclavo, ligaduras de trompas, porque el método de la aspirina no funciona, porque vocación de monja no tengo…

Tanto le dijo Raquel Carrasco, que el sacerdote se persignó con resignación, le echó su bendición y pensó: «Si tu padre que es juez supiera cómo piensas, ibas directa a la cárcel». No obstante, no le dijo nada, por si acaso se metía con la asignación de 13.000 millones que recibe la Iglesia Española del Estado, y ahí entraba en juego sus lentejas.

Volvamos a la interrupción de la partida de mus por parte de Teresa Cascajo.

—Y las leyes que no acompañan porque… —comenzó a decir el bachiller Carrasco, juez en ejercicio, (aspirante eterno a entrar en el Tribunal Supremo), ajeno a los pensamientos del sacerdote, pero calló ante los ojos penetrantes de Teresa, que lo miraba como si le perdonara la vida.

—¿Te han violado, bonica mía? ¡Ay! —insistió Sancho —. Eres tan guapa y caminas con tal donaire, que hasta yo que estoy operado de próstata siento deseos cada vez que te veo…

El bachiller Carrasco, el barbero Nicolás y hasta el cura Pedro, tuvieron que hacer esfuerzos para no reír, pensando que al igual que el difunto don Quijote veía hermosura  donde no la había, a Sancho le pasaba lo mismo con Teresa. Ella era su Dulcinea y aunque oliese a ajos y le salieran verrugones, él, estaba tan enamorado, siempre vería a la muchacha de  «rompe y rasga» de la que se enamoró.

—Anda quita, zalamero, que hay ropa tendida y alguna con sotana. Eso me lo dices esta noche en el jergón —sonrió por primera vez Teresa, separándose de su marido. 

Separándose de su marido, fue directa a la mesa y comenzó a sacar los alimentos que llevaba en ella, sin preocuparse por los naipes que había sobre la mesa, que los cuatro hombres viéndolos en peligro se lanzaron de cabeza ante el maltrato de su más barato modo de ocio del que podían disfrutar en esos momentos, jugar a las cartas con vino de la tierra y agua, eso sí, por separado, que ni buena era el agua con vino, por muy bendecida que estuviese, ni el vino hecho de polvos y aguas, que esto es La Mancha y no Caná de Galilea, que ellos tenían muchas ganas para andar con esos remedios milagrosos.

Sobre la mesa colocó una serie de alimentos que llevaba en la bolsa. Curiosamente eran productos repetidos de las marcar blancas de las cinco principales cadenas alimenticias.

—¿Cuándo he dicho yo que me hayan violado? ¿Acaso me tomáis por Garamendi que compara su escandalosa subida de sueldo con la violación de una chica con la minifalda? He dicho que han abusado de mí entre cinco sinvergüenzas y aquí está la prueba. He recorrido todos los grandes supermercados para comparar los precios, buscando las presuntas ofertas. Todos tienen el mismo precio. ¡Todooooooooooooooos! Los muy sinvergüenzas se han puesto de acuerdo para mantear a Sancho…

—Me cuesta ver a Garamendi con minifalda, ni con sotana, menudo pájaro el tal Garamendi, con cuatrocientos mil euros de sueldo y está en contra de la subida a mil ochenta de los trabajadores... ¡Ay, Señor, Señor! Baja y llévate a estos mercaderes —alzó las manos al cielo el cura Pedro.

Todos miraron sorprendidos al sacerdote y Sancho, que se veía el centro de la polémica, protestó:

—A mí no me han manteado nada más que en aquella venta de Puerto Lápice, que por cierto, el ventero se quedó con mis alforjas y mis salarios…

—Pues ahora te están manteando y robándote las alforjas y la bolsa entre esa panda de delincuentes sinvergüenzas que han multiplicado los beneficios con la excusa de la guerra, los bancos, las distribuidoras, las petroleras los de la luz… Esos te están manteando y robándonos la cartera, las televisiones son los cómplices que te hacen creer que la culpa la tiene el Coletas.  Y encima  sale el Planas y dice que no se puede frenar el saqueo y el manteamiento que nos están haciendo, porque estamos en una economía de libre mercado.

—Mujer —intervino el bachiller Carrasco —vivimos en un estado democrático de libre derecho basado en el libre mercado, no podemos intervenir en la economía de mercado…

—¿De libre mercado o de libre saqueo? —Se lanzó Teresa en dirección al bachiller Carrasco —. Lo que están haciendo las distribuidoras es libre saqueo. Son delincuentes, ladrones y si yo entro y me llevo uno de esos paquetes de arroz, me detiene la policía y me llevan al juzgado…Y tú, si tú, me condenas por ladrona, pero a ellos los justificas…

—Está claro que se han puesto de acuerdo —musitó Sancho, examinando los cinco tiques de compra. Esto señor juez altera la ley de la competencia, ¿no?

—¡Coño! No exageres tú también, amigo Sancho, que eres un hombre que se calza por los pies. Un buen español. Las mujeres ya se sabe… ¿tú qué opinas Nicolás? —Preguntó buscando apoyo el bachiller Carrasco a maese Nicolás, futuro candidato a la alcaldía por un partido de esos que eufemísticamente se autodenominan «constitucionalistas.»

—Lo que sea, lo que sea con tal de desalojar a este gobierno social-comunista. España necesita un gobierno… —respondió Maese Nicolás —En esto debemos estar todos de acuerdo, todos a una como Fuente Ovejuna, todos a una para…

—Para mantear a Sancho, ¿no? Para que nos roben las alforjas sin nadie que los llames ladrones…

—Este gobierno es ilegítimo y es preciso acabar con él, aunque sea subiendo los precios y ahogando un poco al pueblo, tal conforme dijo Montoro, hay que hundir España para levantarla después. Son los daños colaterales… 

 —Encima de machistas, golpistas de mierda —se enfrentó a ellos Teresa —. Y usted, don Pedro, como representante de la Iglesia, ¿está también de acuerdo con ellos?

—No, Teresa, no estoy de acuerdo con ellos. Pienso que llevas mucha razón. Pienso como dijo el zar de Rusia, Pedro I, que no era rojo: «Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo.» Así que…

—¡No me jodas Pedro! —Protestó el barbero. Tú también dices lo mismo que ese argentino usurpador del papado. ¡Coño! La Iglesia siempre ha defendido…

—El sexto mandamiento dice: «No robarás», y están robando o como dice Teresa, están manteando a Sancho y a todos los pobres de este país con la excusa de la guerra de Ucrania, que ya se habría terminado si esos y otros mafiosos no se llenasen los bolsillos…

—¡Pedro, coño! Que eres cura —protestó el bachiller Carrasco.

—A ver si vas a ser comunista como el Papa Francisco, que nos ha salido de la cáscara amarga…

—No me hagáis blasfemar, no me hagáis blasfemar, que soy cura y a Sancho lo están manteando y le han robado las alforjas…

—Pues eso —dijo Teresa — Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo…

 

 ©Las blasfemias del cura Pedro 

 ©Paco Arenas-Escritor


viernes, 3 de febrero de 2023

El ladrón invisible (Un relato de ¿humor?)


Sigo ausente de las redes, pero hoy he querido haceros un regalo y aprovechar para decir que estoy bien. No me pasa nada malo. Al mismo tiempo agradecer que sigáis con mis libros en el candelero a pesar de mi ausencia. Espero que os guste el relato y me perdonéis. Estáis en mi corazón a pesar de la ausencia en las redes.



El ladrón invisible

 

—No puede ser, no puede ser —se lamenta Matilde ante la estantería del arroz del supermercado —¿has visto? A uno treinta el kilo…

 

—Ya lo veo, ¿qué quieres decir? —pregunta Manolo, su marido, que lleva el carro vacío.

 

—¿Pero no te das cuenta? Está a uno treinta, el de la marca blanca, que el de marca…

 

—¿El pasillo de la cerveza? —pregunta Manolo a una empleada del supermercado.

 

—¿Vienes un día conmigo al supermercado y ni me escuchas? Te estoy hablando, te digo que el arroz está a uno treinta el kilo…

 

—Hace falta, pues lo compras y ya está —se encojé él de hombros, haciendo el gesto de ir al pasillo de la bebida.

 

Matilde agarra a su marido del brazo de la parka.

 

—Necesitas un abrigo, pero este año no podrá ser —casi musita —¿me quieres escuchar?

 

—¡Qué pesada! ¿Qué quieres?

 

—Que te están robando la cartera y no te das cuenta… ¡Imbécil! —Termina gritándole, porque Manolo instintivamente se echa mano al bolsillo donde lleva la cartera.

 

—¿Quién, ¿quién, ¿quién…? —No cesa de decir, mirando para todos lados sin ver a nadie cerca.

 

—El dueño de Mercaroba, ¡imbécil! —le vuelve a insultar sin poder evitar una sonrisa amarga.

 

—Te estás pasando —protesta él.

 

—¿Por llamarte imbécil o por decir que Juan Hurtamas,  roba?

 

—Por las dos cosas.

 

—Es un señor que da trabajo a miles de personas.

 

—Y qué te está robando la cartera sin que te des cuenta…

 

—¿A mí? A mí no me roba nadie. ¡Menudo soy yo!

 

—Un imbécil, lo que yo te diga. ¿Tú sabes a cuánto estaba el arroz en el mes de abril del año pasado?

 

—No sé, eso son cosas de mujeres. Yo he venido porque últimamente siempre te olvidas de la cerveza. Supongo que más barato, todo sube, pero el gobierno, según escuché, bajó el IVA de los alimentos el mes pasado… —Manuel calla, porque Matilde se está desternillando de risa.

 

—¿Qué equipo va el primero en la liga? ¿Y el ultimo?  —le pregunta, parece que sin venir a cuento.

 

—El Barcelona el primero y el Elche el segundo…

 

—¿Quién metió los goles en el partido del Barcelona?

 

—¿Qué tiene que ver esto con lo que estamos hablando? Tienes unas tonterías…

 

—Tú dímelo.

 

    —Por el Barcelona Rapinha en el minuto 64 y Lewandowski en el minuto 81, el Betis no marcó ninguno, fue Koundé  en propia meta en el minuto  85 y te digo el Betis…

 

—Lo que te digo, sabes cosas que no te traen beneficio y no sabes lo que costaba el kilo de arroz en el mes de abril del año pasado, ni en el mes de diciembre, ni ahora…

 

—Ahora sí, uno treinta —cortó Manolo ofendido.

 

—Te lo digo, en Mercarroba, estaba a cero sesenta y nueve, en Consumroba a cero sesenta y siete, en Liderroba a cero setenta, en Alirroba a cero sesenta y siete, En Camporroba, lo mismo, en Carroroba a cero setenta y dos. En diciembre, todos, todos, como si se hubiesen puesto de acuerdo, tenían el kilo a un euro justo…

 

—Pero el gobierno bajo el IVA, como debía haberlo bajado hacía tiempo, ya lo decía Frijoles…

 

—¡Imbécil! —Se echó a reír Matilde.

 

—Una torpeza del gobierno, cayó en la trampa de Frijoles y bajo el IVA, y lo único que consiguió fue que los ladrones robaran más —dijo cuando termino de reír.

 

—Sí bajo el IVA, debería estar a menos de un euro, ¿verdad? —Razonó Manuel dándose importancia.

 

—Sí. Exacto. El día dos de enero, cuando abrieron los supermercados, el arroz estaba a noventa y siete céntimos, el día siete de enero, en todos, pero en todos los supermercados, el mismo arroz que no llegaba a los setenta céntimos en abril, a un euro en diciembre, lo subían a uno treinta, casi el doble. El azúcar, lo mismo, la harina, el pescado, la fruta y la verdura, me entra sudores cuando me paso por las estanterías…, por suerte en las fruterías de barrio está más barato, aunque a veces…

 

—¿La cerveza también?

 

—No lo sé. Ya sabes que últimamente siempre me olvido de comprar…Mejor dicho, no me llega y es porque te están robando la cartera y no te das ni cuenta…

 

—Como se arrime a mí alguien a tocarme la cartera, le arreo un soplamocos que da palamas con las orejas…

 

Los altavoces del supermercado interrumpen el canto de las ofertas para anunciar que don Juan Hurtamás hace entrada en el centro para inaugurar la sección de comida preparada.

 

—Ahí lo tienes. Ahí tienes a quien te está robando la cartera.

 

Manolo camina decidido en dirección al dueño de la cadena de supermercados. Matilde, pone cara de preocupación, pero se siente orgullosa de su marido. Seguro que va a cantar las cuarenta a aquel sinvergüenza ladrón. Los guardaespaldas del magnate lo detienen antes de llegar. Manolo junta las manos, como si estuviera rezando, dice algo que Matilde no llega a oír. Ve como los sicarios del magnate le dejan pasar y este estrecha la mano de Manolo efusivamente, mientras que él le dice:

 

—Don Juan, hombres como usted son los que hace falta en España.

 

Cuando Manolo se vuelve orgulloso de haber estrechado la mano a Juan Hurtamás, se encuentra con el carro vacío donde antes estaba Matilde.

—¡Copón! ¡Qué cara! ¿Dónde vamos a ir a parar?



Dejo el carro y se fue al bar, donde pagó la cerveza aún más cara, pero se la tomó saboreando el momento en el que estrechó la mano de un gran hombre como era don Juan Hurtamás.



P.D. Los personajes que aparecen en el relato son ficción propia de la calenturienta imaginación del autor.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...O no.



©Paco Arenas, 3 de febrero de 2023

© Lágrimas secas

 

domingo, 8 de enero de 2023

Javier llegó como un géiser irlandés



Javier llegó como un géiser irlandés           


 

El jueves 4 de enero de 2001 era un día más del mes de invierno, aunque como suele ocurrir en Valencia, tampoco hacía frío, así que no sé si se podría decir un día primaveral de enero. Llovió el día anterior, pero apenas empapado el asfalto y en las hojas de los árboles en el momento que sopló una miaja el aire y salió el sol, no quedó ni rastro de esas clandestinas gotas de lluvia que se esfumaron sin esperar la llegada de la policía, ni el permiso del Tribunal Constitucional, que siempre llega tarde menos cuando le pagan bajo manga sus amos.

Yo estaba en el bar, como casi siempre, por mis manos habían pasado ese día varías botellas de coñac, alguna de güisqui, incontables vasos de vino y bastantes más de cerveza. También, no lo voy a negar, cientos de botellines de todo tipo, también de agua, barras de pan, embutidos, sepia, calamares y jamón, ¿cómo no, si era tabernero?

Mari Nieves, mi mujer, fue a una visita rutinaria al hospital La Fe, y aquel día no la acompañé, claro, yo estaba en el bar. Y allí llamó.

—Paco, que dicen los médicos que me quedo, que hoy nace, sí o sí.

Me restregué los ojos a puñetazos como si precisara despertad de un profundo sueño. Puse las manos como pidiéndome paciencia, tomé un trago de cerveza, y casi de coñac debería haberlo tomado. Subí a mi casa, que estaba justo encima del bar y tras pasar menos de tres minutos por la ducha, en otros cinco estaba en la puerta del hospital, si me llega a ver la policía me echa el alto. Menos mal que no me crucé con ninguno.

Javier todavía tardó un par de horas en llegar. En la sala preparto, separadas por cortinas de plástico estaban más de media docena de parturientas, algunas acompañadas por sus maridos y otras por sus madres. Una gritaba:

—¡Te la corto! Te juro que como me vuelvas a dejar preñada, te la corto.

Las enfermeras iban pasando, pidiendo calma y a la gritona le pusieron algo para tranquilizarla y le dijeron que lo mejor sería ponerle la epidural para que no lo pasará tan mal, que todavía no estaba madura.

Otra pedía permiso para levantarse e ir a echar un pitillo.

—Solo un ratico, que llevo desde el último polvo de anoche sin fumar.

—Pues miré usted, ya ha dilatado bastante, así que nos vamos, y en lugar de a echar un pol.., perdón un pitillo, al paritorio —dijo la matrona, una mujer de un metro ochenta con gafas y con aspecto de estar enojada por algo.

—Es que yo quería echar un pitillo, aunque fuese una calada solo…

Y se la llevaron camino del paritorio sin dejarle echar humo y a consecuencias de un polvo, no el de la noche anterior, sino el de cuarenta semanas antes, y es que todo momento de placer puede tener consecuencias dolorosas después, y hasta la prohibición de echar una calada a un pitillo en el hospital. Todo quedó tranquilo, en silencio, como si con la marcha de aquella muchacha el mundo se hubiese entero se hubiese despeñado por un acantilado tras la tormenta, y todos, parturientas, enfermeras y medrosos maridos temiéramos ser amonestados por la matrona. Entonces se escuchó a otra muchacha:

—Me estoy cagando.

—¿Cagando? Ahora llevo la cuña —dijo una enfermera presurosa —. ¡Criatura, si tienes la cabeza fuera!

Y no dio tiempo de que la llevasen al paritorio, casi sin decir esta boca es mía, escuchamos los lloros de una niña, porque eso dijeron, que nosotros la vimos.

A la una en punto, le tocó a Mari Nieves. Tras la enésima revista, la matrona de gafas y con cara de pocos amigos preguntó.

—¿Va a venir el marido?

—¡Hombre, pues claro! Con mi hija le tuve que ayudar a la matrona porque pilló en cambio de turno...

—Le he preguntado a ella —me cortó en un tono algo desagradable, como deseando que Mari Nieves dijera que no.

—Sí, claro —contestó ella.

—¡Toma ya! —Pensé yo, pero no dije nada, simplemente me encogí de hombros con una sonrisa, posiblemente estúpida.

—Es que hoy hay están los residentes y va a haber mucha gente en el paritorio y…, bueno, vale, pero tendrá que estar en la cabecera de su mujer sin moverse…

Y así fue como me vi desplazado, frente a las piernas abiertas de mi mujer, con Javier llegando, diez o doce estudiantes de medicina viendo el nacimiento de mi hijo mientras la matrona les explicaba el proceso. Sin querer, yo iba abandonando mi puesto y me incorporaba al grupo para ver nacer a mi hijo. De inmediato la enfermera:

—Caballero, usted a la cabecera, con su mujer.

Al minuto de nuevo la misma historia, y así hasta tres o cuatro veces.

—Empuje, señora, que ya está.

Se lo llevaron, sin ponérselo encima, como se suele hacer e hicieron con mi hija, y lo colocaron en una mesa redonda sin dejarme opción de ver a Javier. Como pude, casi a codazos, me coloqué en primera fila. La matrona me miró severa:

—¡Caballero! —casi gritó —. Le he dicho que usted con su mujer..., no puede estar aquí…

Y de repente, como un cañonazo de agua, un manantial torrencial, si eso se puede decir, salió cual géiser irlandés, directo a los labios de la matrona, mojándole hasta las gafas.

Las risas irreprimibles de los jóvenes estudiantes y hasta la de la matrona se escucharon hasta fuera del paritorio. Cuando cesaron, tras limpiarse, dijo:

—No hay temor a que esté mal de los riñones.

Y así llegó al mundo Javier un cuatro de enero de hace veintidós años, y a mí me parece que fue ayer.

En la calle brillaba el sol, era vísperas de la cabalgata de reyes y a mí me corrían manadas de caballos persiguiendo mariposas más allá del estómago.

Paco Arenas

sábado, 31 de diciembre de 2022

𝓢𝓸𝓵𝓸 𝓵𝓸𝓼 𝓹𝓪𝔂𝓪𝓼𝓸𝓼 𝔂 𝓵𝓸𝓼 𝓵𝓸𝓬𝓸𝓼 𝓱𝓪𝓫𝓵𝓪𝓷

Pocos cuadros como este del pintor francés Marcel Nino Pajot representan mejor lo que es España


𝓢𝓸𝓵𝓸 𝓵𝓸𝓼 𝓹𝓪𝔂𝓪𝓼𝓸𝓼 𝔂 𝓵𝓸𝓼 𝓵𝓸𝓬𝓸𝓼 𝓱𝓪𝓫𝓵𝓪𝓷



Saturno devora a sus hijos,

sin remordimientos,

con cerveza y mejor vino.

Ejerce su libertad

sin escuchar a la madre que los parió

a la sombra de un almendro en flor,

 como buen padre, los ama,

 es un buen patriota.

 

 

El diablo da vueltas a la noria

echando espuma de cerveza por la boca,

lleva el látigo en la mano

y como aquellos viejos tiranos

atiza al españolito desnudo

que se alimenta en pesebre vacío,

tragando hiel y sal a falta de grano

sin resolver su enigma suicida,

pero callado y agradeciendo tener amo.

 

 

España tierra pisoteada

por pezuñas de caballos

 sin herrar,

que algunos llaman «mercados».

Mecenas de misa y rosario diario,

que en nombre de la Patria

despojan y escarnecen sus entrañas

sin dejar que crezcan espigas y amapolas

donde antes hubo miradas libertarias.

 

 

España, donde la verdad impuesta por Saturno,

 jamás vomitará a sus hijos que tragó

sin llegar a digerirlos.

Don Quijote, ese loco payaso,

 se enfrenta a los gigantes

con jumento escuálido,

incapaz de deshacer el entuerto

de una España adormecida

que sufre y calla, cuando no aplaude

a quien le roba el alma.

 

 

Sancho, ese loco pensante,

trabajador y borracho, «quijotea»

sin huir ante la avalancha que se le viene encima,

y con una desnuda piedra, lucha.

Siempre supo que los tiranos ganarían la batalla.

Resiste, lucha y no calla,

no es cuestión de valentía

sino de llenar la cesta vacía.

 

 

El diablo, vestido de patriota,

tapa sus vergüenzas con hermosas palabras:

España, Libertad, Justicia, Constitución…

Sin embargo,

tiene el mismo látigo de los tiranos de antaño.

Don Quijote lo sabe y lucha,

 Sancho lo sufre y escupe a la tierra que maltrata a sus hijos,

mientras todos callan.

España ¡Qué pena!

Siempre la misma historia,

Siempre la boca callada, como siempre.

 

 

Solo los payasos hablan

y sin perder la sonrisa

gritan las verdades del barquero

en el desierto de los locos.

Los locos cabalgan sobre escuálidos jumentos

enfrentándose a gigantes,

saben que tienen la batalla perdida,

el alma y la bandera hecha jirones,

y necesitan darla, sin rendirse.

La libertad no puede ahogarse

en una caña de amarga cerveza.

 

 

Sancho y don Quijote,  

como tantos otros

payasos ilusos,

nunca callan

y ante la perdida batalla,

no se resignan a darse por vencidos.

Si han de morir de todos modos,

prefieren reír a llorar,

ser semilla de amapola,

que estiércol en el penal.

 

 

Solo los payasos hablan

tras la sonrisa pintada

 que esconde la tragedia hispana.

Los ilusos y soñadores,

con la piel hecha jirones por bandera,

no pierden la esperanza.

Los locos y los borrachos dicen la verdad...

¿Y los poetas?

Solo si están locos o borrachos,

de lo contrario,

callan como si fuera viernes de cuaresma.


© Paco Arenas-Escritor

jueves, 29 de diciembre de 2022

¿𝕯𝖊 𝖖𝖚é 𝖕𝖆í𝖘 𝖘𝖔𝖞?


 

La Corte (Marcel Nino Pajot)


Soy de un país extraño en el que se hablan hermosas lenguas y se insulta en todas las de Babilonia, lanzándolas como puñales contra todo acento discordante.

En mi país los volcanes están en calma absoluta, sin embargo, las lenguas de las personas son de ardiente lava, siempre dispuestas a abrasar en la hoguera a todo aquel que piense diferente.

En mi país rara vez hay huracanes, aunque, chocante es el día en la cual no se escuchan vientos de odio rompiendo los cristales o donde, gentes sin honor, hablan de lanzar balas al viento contra los corazones libres que piensan diferente.

Mi país tiene los más hermosos paisajes en donde recrear la mirada con embeleso, a pesar de lo cual, siempre miramos la ciénaga buscando entre el cieno los odios cocinados a fuego lento.

Es mi país, la tierra de Cervantes y otros grandes escritores, grandes genios narraron sus historias en todas sus lenguas, millones son quienes presumen de las obras maestras que nunca leyeron. En esta tierra de poetas y literatos sus más insignes plumas sufrieron prisión, exilio o muerte.

Mi país es rico, muy rico, tanto que siempre sus reyes y gobernantes, a lo largo de su historia se dedicaron a robar un día sí y otro también, y sin embargo sus habitantes se muestran generosos como si no les importase. En mi patria los ladrones son venerados y los poetas fusilados.

En mi país se habla de una constitución sacrosanta e inviolable que fue cocinada como un plato de lentejas requemadas y con gorgojo «o la tomas o te quedas sin comer».   En mi patria, quienes presumen de ser los más entusiastas defensores de esa Constitución, son sus mayores violadores, y al igual que El Quijote, tampoco la han leído, pero presumen de sus ignoradas bondades.

Soy de un país que se habla de la libertad como de una necesidad vital; y, no obstante, siempre está amenazada, en la mayoría de las ocasiones, por quienes más alto gritan su sagrado nombre, cada vez que el pueblo alcanza migajas de libertad. Para algunos, por paradójico que parezca, la libertad se reduce a emborracharse en la terraza de un bar.

Soy de un país que, también, se habla de libertad, en los cuarteles, en los despachos de los bancos, grandes empresas y en los púlpitos de las iglesias; pero, para acabar con ella.

Soy de un país, donde quienes más hablan de la patria, son aquellos que siempre están dispuestos a traicionarla y a la menor oportunidad evaden el capital a otras patrias que guardan en la cartera.

Soy de un país extraño, donde una bandera o quien nunca trabajó, son mucho más importantes que las personas que sudan el pan que se comen.

Soy de ese país donde algunos se escandalizan de que otros no feliciten la Navidad, los mismos que dicen que su rey mago preferido es el negro, pero sólo si está tiznado, y si José o María llegarán a nuestras costas, hundirían la barca antes de que arribarán a la orilla y si lograban llegar y se cobijaran en una cuadra, les llamarían «okupas», y sin duda, llamarían a los antidisturbios.

Mi país es tan extraño que habla de dignidad y rinde pleitesía a quien usurpa su soberanía.

¿De qué país soy?

©Paco Arenas

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