miércoles, 4 de marzo de 2015

Añoranzas de una infancia en blanco y negro





Eran tiempos en los cuales las consolas se encontraban en los dormitorios de los padres, los videojuegos no existían ni en las novelas de ciencia ficción, las pantallas, las pocas que existían solían estar en los bares o en las casas de las personas más adineradas de los pueblos y en la clase media de las ciudades,  por supuesto en blanco y negro y tan solo unas horas al día, solo una cadena, que ni tan siquiera se llamaba la primera.
La 2 o UHF, llegaría más tarde, sus emisiones comenzaban con una interminable carta de ajuste y seguían con “El Parte”.  Los chiquillos, los guachos, no la veíamos prácticamente, recuerdo que en mi pueblo, en Pinarejo, algunas veces, en el bar de “El Vivo”, ver el Virginiano, Bonanza y la Ponderosa, o ya más tarde en el bar de Paquillo, los tres Mosqueteros, siempre un poco a hurtadillas, con la vista gorda de los taberneros que nos dejaban ver la tele con alguna que otra pequeña regañina, pero que terminaban dejándonos estar siempre que nos estuviésemos callados sin armar jaleo, eso sí, con miedo a que llegasen
los guardias de Santa María, si alguien decía que llegaban, pronto salíamos disparados del bar, no sé si hubiese pasado algo, posiblemente se trataba de una estratagema del tabernero, pero con guardia civil desde pequeños se nos enseñó que debíamos tener precaución o más bien miedo, al menos, los hijos de los rojos, en nuestras casas siempre habíamos escuchado relatar algún que otro abuso por parte de aquella benemérita de la dictadura,  no temíamos al coco, ni al hombre del saco, pero sí a los guardias y más nuestros padres …


Comiendo pipas
Distracción en los momentos de aburrimiento, mientras esperábamos a un compinche podía ser comer pipas, sentados al sol o a la sombra.  En época previa a la siega, cuando todavía estaban las espigas verdes, íbamos y nos comíamos algunas espigas, o cogíamos tortas de girasol.  Como no tuvimos muchos juguetes, nos los fabricábamos nosotros mismos, del hueso del albaricoque sacábamos un “sorbito”, pito.   Tirar piedras podía a dar lugar a una apasionante tarde, hacerlas saltar sobre los charcos un acto de destreza. Subir a un carro de varas y hacer que se inclinase para un lado o para otro, una y otra vez, hasta que algún mayor se daba cuenta, un acto emocionante…


Los chiquillos, cuando no íbamos a la escuela, estábamos en la calle, incluso en el invierno, recuerdo que rompíamos el hielo de los charcos, íbamos con nuestras botas de agua y saltábamos sobre ellos, si había nieve, hacíamos bolas y nos lanzábamos, o cogíamos una cuesta y la íbamos haciendo cada vez más grande hasta llegar a la plaza, no recuerdo muñecos de nieve por aquel entonces, luego ya adolescente sí recuerdo alguno, posiblemente por influencia anglosajona, jugábamos al futbol en las eras, casi todos del Madrid, yo descolocado siempre, pues nunca me gusto el balompié, me ponían de portero y era un poco del Atleti, supongo que por llevar la contraria, veíamos jugar al frontón o la pelota, en las paredes de la iglesia a los más mayores, también jugábamos con el aro, en ocasiones recorríamos el pueblo de punta a punta, otros días más tranquilos y sosegados jugábamos  al tejo, a las “cajotas” tapas de las botellas de refresco, las conseguíamos en los bares, sobre todo en el corral de Paquillo, recuerdo que había una marca de refresco que se llamaba “Canadá Dry”, había de Mirinda, de Pepsi, no recuerdo que hubiese de Coca-Cola, las de cerveza, todas eran de Mahou;  también jugábamos a “Los santos”, de las cajas de cerillas, todos teníamos nuestro trompo, recuerdo a algunos que eran verdaderos maestros siendo capaces de después de tirarlo cogerlo varias veces en la palma de la mano y que continuase dando vueltas, saltar  la pídola era uno de esos juegos populares, en el que yo no solo no destacaba, sino todo lo contrario, el clavo, el güa o las canicas, el escondite, a indios y vaqueros, a buenos y malos y sobre todo a hacer la puñeta a las chiquillas, íbamos al paleduzar, al molino de viento a jugar a don Quijote y Sancho, a la veguilla a arrancar juncos, con los cuales intentábamos hacer pleita, rompiéndose pronto.

 Las chiquillas, eran casi unas desconocidas para nosotros, ellas saltaban a la comba en sus diversas modalidades, acompañadas de la canción correspondiente:

"Al pasar la barca"
"Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
las niñas bonitas,
no pagan dinero.
Yo no soy bonita,
Ni lo quiero ser,
Arriba la barca,
Una, dos y tres".

  Cantaban canciones, jugaban con muñecas, a los alfileres, la goma,   y a todo aquello que no nos interesaba a los chiquillos, la división por sexos, no solo se daba en la escuela o en la iglesia, también en la calle y en los juegos, pocas veces jugábamos juntos y muchas veces, no obstante, terminábamos los juegos a insultos y empujones.


De los pocos juegos que compartíamos chiquillos y chiquillas,  estaba “la Taba”, que se llevaba a cabo, normalmente sentado en alguna acera con escalones, el escondite también solía ser un juego mixto,  en ocasiones “la gallinita ciega” o las tres en raya, o al corro de la patata:

"El corro de la patata"
Al corro de la patata
comeremos ensalada
lo que comen los señores
naranjitas y limones
¡Achupé, achupé
sentadita me quedé!


Ahora  a los chiquillos no les da el brillo del sol en la  cara, sino de las pantallas de ordenador o consolas, no pisan los charcos ni se llenan de barro, ven imágenes virtuales a todo color, pero...

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