Eran tiempos en los cuales las
consolas se encontraban en los dormitorios de los padres, los videojuegos no
existían ni en las novelas de ciencia ficción, las pantallas, las pocas que
existían solían estar en los bares o en las casas de las personas más
adineradas de los pueblos y en la clase media de las ciudades, por supuesto en blanco y negro y tan solo unas
horas al día, solo una cadena, que ni tan siquiera se llamaba la primera.
La 2
o UHF, llegaría más tarde, sus emisiones comenzaban con una interminable carta
de ajuste y seguían con “El Parte”. Los
chiquillos, los guachos, no la veíamos prácticamente, recuerdo que en mi
pueblo, en Pinarejo, algunas veces, en el bar de “El Vivo”, ver el Virginiano,
Bonanza y la Ponderosa, o ya más tarde en el bar de Paquillo, los tres
Mosqueteros, siempre un poco a hurtadillas, con la vista gorda de los
taberneros que nos dejaban ver la tele con alguna que otra pequeña regañina,
pero que terminaban dejándonos estar siempre que nos estuviésemos callados sin
armar jaleo, eso sí, con miedo a que llegasen
los guardias de Santa María, si alguien decía que llegaban, pronto salíamos disparados del bar, no sé si hubiese pasado algo, posiblemente se trataba de una estratagema del tabernero, pero con guardia civil desde pequeños se nos enseñó que debíamos tener precaución o más bien miedo, al menos, los hijos de los rojos, en nuestras casas siempre habíamos escuchado relatar algún que otro abuso por parte de aquella benemérita de la dictadura, no temíamos al coco, ni al hombre del saco, pero sí a los guardias y más nuestros padres …
los guardias de Santa María, si alguien decía que llegaban, pronto salíamos disparados del bar, no sé si hubiese pasado algo, posiblemente se trataba de una estratagema del tabernero, pero con guardia civil desde pequeños se nos enseñó que debíamos tener precaución o más bien miedo, al menos, los hijos de los rojos, en nuestras casas siempre habíamos escuchado relatar algún que otro abuso por parte de aquella benemérita de la dictadura, no temíamos al coco, ni al hombre del saco, pero sí a los guardias y más nuestros padres …
Comiendo pipas |
Los chiquillos, cuando no íbamos
a la escuela, estábamos en la calle, incluso en el invierno, recuerdo que
rompíamos el hielo de los charcos, íbamos con nuestras botas de agua y
saltábamos sobre ellos, si había nieve, hacíamos bolas y nos lanzábamos, o
cogíamos una cuesta y la íbamos haciendo cada vez más grande hasta llegar a la
plaza, no recuerdo muñecos de nieve por aquel entonces, luego ya adolescente sí
recuerdo alguno, posiblemente por influencia anglosajona, jugábamos al futbol
en las eras, casi todos del Madrid, yo descolocado siempre, pues nunca me gusto
el balompié, me ponían de portero y era un poco del Atleti, supongo que por
llevar la contraria, veíamos jugar al frontón o la pelota, en las paredes de la
iglesia a los más mayores, también jugábamos con el aro, en ocasiones
recorríamos el pueblo de punta a punta, otros días más tranquilos y sosegados
jugábamos al tejo, a las “cajotas” tapas
de las botellas de refresco, las conseguíamos en los bares, sobre todo en el
corral de Paquillo, recuerdo que había una marca de refresco que se llamaba “Canadá
Dry”, había de Mirinda, de Pepsi, no recuerdo que hubiese de Coca-Cola, las de
cerveza, todas eran de Mahou; también
jugábamos a “Los santos”, de las cajas de cerillas, todos teníamos nuestro
trompo, recuerdo a algunos que eran verdaderos maestros siendo capaces de
después de tirarlo cogerlo varias veces en la palma de la mano y que continuase
dando vueltas, saltar la pídola era uno
de esos juegos populares, en el que yo no solo no destacaba, sino todo lo
contrario, el clavo, el güa o las canicas, el escondite, a indios y vaqueros, a
buenos y malos y sobre todo a hacer la puñeta a las chiquillas, íbamos al
paleduzar, al molino de viento a jugar a don Quijote y Sancho, a la veguilla a
arrancar juncos, con los cuales intentábamos hacer pleita, rompiéndose pronto.
Las chiquillas, eran casi unas desconocidas
para nosotros, ellas saltaban a la comba en sus diversas modalidades,
acompañadas de la canción correspondiente:
"Al pasar la
barca"
"Al pasar la
barca,
me dijo el barquero:
las niñas bonitas,
no pagan dinero.
Yo no soy bonita,
Ni lo quiero ser,
Arriba la barca,
Una, dos y
tres".
Cantaban canciones, jugaban con muñecas, a los alfileres, la goma, y a todo aquello que no nos interesaba a los
chiquillos, la división por sexos, no solo se daba en la escuela o en la
iglesia, también en la calle y en los juegos, pocas veces jugábamos juntos y
muchas veces, no obstante, terminábamos los juegos a insultos y empujones.
De los pocos juegos que
compartíamos chiquillos y chiquillas,
estaba “la Taba”, que se llevaba a cabo, normalmente sentado en alguna
acera con escalones, el escondite también solía ser un juego mixto, en ocasiones “la gallinita ciega” o las tres
en raya, o al corro de la patata:
"El corro de la
patata"
Al corro de la patata
comeremos ensalada
lo que comen los
señores
naranjitas y limones
¡Achupé, achupé
sentadita me quedé!
Ahora a los chiquillos no les da el brillo del sol en la cara, sino de las pantallas de ordenador o consolas, no pisan los charcos ni se llenan de barro, ven imágenes virtuales a todo color, pero...
No hay comentarios:
Publicar un comentario