Reconozco que la realidad está superando mis mejores sueños. Soñar a
los quince años, a los veinte, incluso a los treinta, con ser escritor, cantante,
actor, lo hace todo el mundo, la realidad es la que impone con el tiempo su
criterio y los castillos en el aire se desmoronan y poco a poco vamos
renunciando a esos sueños, porque los sueños no se cumplen si no se lucha por
ellos y en la mayoría de las ocasiones a pesar de luchar, también se fracasa.
Mis sueños de ser escritor se remontan a mi más tierna infancia,
supongo que producto de una gran timidez y una mayor fantasía, mi primo José
Antonio, no hace mucho me recordaba que cuando éramos críos y jugábamos en el
molino de viento, ya recitaba el Quijote, o lo que fuese.
Andaba dándole vueltas a como anunciarlo aquí, sin que me acuse nadie piense que se me ha subido nada a la cabeza, ni tampoco que me tachen de humilde, aunque no pueda negar que me siento sensacional de ver que es posible alcanzar los sueños, pero también que es muy difícil que algún día pueda vivir de esto, y más a mi edad. Hoy me he pasado por el blog de mi admirada Marta C. “Relatos de una escribidora” y allí he sentido la fuerza y la inspiración que transmite con sus maravillosos relatos.
Andaba dándole vueltas a como anunciarlo aquí, sin que me acuse nadie piense que se me ha subido nada a la cabeza, ni tampoco que me tachen de humilde, aunque no pueda negar que me siento sensacional de ver que es posible alcanzar los sueños, pero también que es muy difícil que algún día pueda vivir de esto, y más a mi edad. Hoy me he pasado por el blog de mi admirada Marta C. “Relatos de una escribidora” y allí he sentido la fuerza y la inspiración que transmite con sus maravillosos relatos.
Gracias Marta
Nunca es tarde para tomar un café, nunca es tarde para soñar...
Me duele la cabeza, llevo días dándole vueltas a la
publicación de mi primera novela “Los manuscritos de Teresa Panza”,
bueno digo yo que ese será el título definitivo, durante el tiempo que estuve escribiéndola
tuvo tantos nombres…
Decido tomarme un ibuprufeno, preparar la cafetera y echarme
un rato en el sillón para ver si me despejo y continuó con las correcciones de
mi primera novela, como suena, mi primera novela.
Cierro los ojos, sé que estoy durmiendo, soñando/recordando:
Escucho a mi primera
maestra, doña Maruja, contándonos un cuento, nos habla de don Quijote y Sancho,
pero no estoy en la vieja escuela de la
calle que sube a la iglesia. Pestañeo, ya no está la maestra, veo a aquellos chiquillos
jugando en el molino de viento de Pinarejo, solo recuerdo a mi primo José
Antonio, tal vez porque no hace mucho me recordó que ya por entonces recitaba
el Quijote, que no es que dude de su palabra, que algo recuerdo de esos tiempos
y sé que mi imaginación ya era mucha, y mi preocupación por los indios que
morían en las películas de vaqueros también. Por entonces posiblemente yo lo único que sabía
de don Quijote y Sancho era que habían pasado por Pinarejo y que yo utilizando sus nombres dejaba que saliesen por mi boca las tonterías que se me ocurrían,
sin pensarlas, de haberlas pensado no las habría dicho.
Noto frío en los pies, recurro a la mantilla de colorines
que está en el sofá, me vuelvo a dormir.
Veo a Paco, a un
delgado y escuálido chiquillo de ocho o
nueve años, frente a la librería de la calle Progreso de Sant Antoni de Portmany,
miro a las dependientas, hacen como que no me ven, me acerco sigiloso como un
león cuando pretende cazar a una gacela. Las dependientas se hacen las distraídas,
me leo todas las portadas de Zipi y Zape, de Rompetechos, de Pumby, de
Mortadelo y Filemón, el botones Sacarino, …Cuando ya han calculado
que me he leído la portada y las contraportadas de todos los tebeos, sale la
encargada.
— No se pueden leer los tebeos — me reprocha, sin
ser severa conmigo.
Entonces
bajo la cabeza avergonzado y me pongo colorado como un tomate, me meto la mano
en el bolsillo y voy sacando monedas de peseta, de diez reales y de duro, no
hay ninguna de cinco duros, eran mis ahorros de más de un mes, se las ofrezco a
la encargada, contándolas de una en una.
— Quiero comprar Un yanqui en la corte del rey Arturo.
— Anda pasa – me dice, mientras me da una
cariñosa colleja, las dependientas se ríen por lo bajines, yo bajo la cabeza
avergonzado y camino tras la encargada.
La
escena, estuvo repitiéndose durante mucho tiempo, no siempre tenía los ocho duros
que costaban aquellos librillos de Editorial Bruguera. Me los leía y releía, y
entremedias soñaba y me escribía mis propias historias fantasiosas, hasta el
punto que doña Matilde, la severa maestra de Lengua siempre me pasaba por alto
las faltas de ortografía con tal de que leyese mis redacciones, nunca llegó a
suspenderme y eso que hacía méritos. Llegué a creérmelo.
Un
agradable olor a café me llega hasta el sillón, pero estoy tan a gusto soñando
que dejo esperar el café.
Ahora estoy en Pinarejo, en el invierno de
1971, mi hermano llega de viaje de novios de Granada, donde han pasado la luna
de miel, me traen un regalo, Cuentos de
la Alhambra de Washington Irving, abro el libro y para mi decepción no tenía
dibujos, que desilusión, ¿cómo podía ser que hiciesen libros sin dibujos? Creo
que me lo leí tres o cuatro veces seguidas, con lo que ahorré me compré La
vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, también sin dibujos, después llegaría
El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, El conde de Montecristo, Los
miserables, la Biblia, sí, no os extrañéis, que me la he leído entera y no una
vez sola, me la regaló el maestro de religión, un cura que se llamaba don
Antonio, por ganar un concurso de redacciones sobre la vida de Jesucristo,
tenía entonces doce años y recuerdo que me preguntó:
— ¿Paco, qué quieres ser de mayor?
— Escritor —Le contesté sin dudarlo.
— No si ya se nota, yo te había pedido una
redacción sobre la vida de Cristo y cómo te lo imaginabas, y aquí te has
imaginado tanto, que no creo que se pueda decir que es sobre la vida de Cristo
—y se echó a reír a carcajada limpia, cuando se pudo calmar, me dio la
enhorabuena y me dijo que estaba seguro que lograría ser escritor, y yo me lo
creí.
El olor a café es más intenso,
creo que ya no me duele la cabeza, como está lloviendo, me siento aplomado,
sigo soñando/recordando.
Han pasado mucho años, me veo escribiendo a máquina en
aquella salita de Valencia, con el retrato de mi padre de frente, con mi madre
cosiendo, dándome las agujas para que se las enhebre. El cartero, trae una carta
certificada, la abro, es de Editorial Destino, en ella me dan la enhorabuena y
me dicen que mi novela opta al premio Nadal, es ya la segunda carta que recibo,
la primera como que había pasado la selección y la segunda, dándome la
enhorabuena, comienzo a soñar, esa noche sale el presidente o director de
Editorial Destino en Televisión Española, no había otra cadena y habla sobre la temática
de las novelas presentadas, dice algo así: “Entre la finalistas hay de tal género,
tal otro y una campesina”, no dijo ni medio rural, sino campesina, la mía era
una novela de amor y tragedia campesina…Naturalmente no gane, tampoco se
ofrecieron a publicármela, y fue para mí una tragedia urbana. Decidí que ya nunca volvería a escribir. A pesar de que un miembro de un jurado de
poesía, se puso en contacto conmigo para ayudarme a abrirme camino en ese mundo,
él me ensañaría a hilvanar los versos y aprender a escribirlos, me invito a
comer a Cullera. Depués de la comida recita algunos de los poemas que había escrito yo, pero dándoles
el forma culta y apropiada, también me recomendó que debía dejar la poesía
social de lado. Mi decisión ya estaba tomada, nació el Paco tabernero.
Estaba ya resignado, nunca lo conseguiría, tampoco lo
intentaría, seguiría disfrutando del placer de la lectura, como del café. Un olor a quemado llegaba de la cocina, la
cafetera estaba negra y el café se había evaporado, quedando un fuerte olor a chamuscado,
he llegado demasiado tarde, cuando pude disfrutar de un aromático café me
relaje más de la cuenta. Ya es tarde, me he descuidado, ya jamás soñaré con ser
escritor, dejaré los sueños para otros, mis sueños de ser escritor se han
evaporado como el café, se han chamuscado entre interminables jornadas de
trabajo de doce o catorce horas al día.
Agarro la vieja cafetera y el estropajo de aluminio, esto no
entra en color ni "pa-dios". Me apetece café y sigo frotando con fuerza, pensando,
recordando y maldiciendo el no haberme levantado antes. Miro el reloj, todavía no es tarde para
preparar una cafetera y disfrutar de mi droga antes de las ocho de la tarde,
más tarde seguro que me quitaría el sueño, friego con fuerza, la cafetera queda
brillante y pronto el café comienza el gorgoteo…
Mientras tomo el café, miro su vapor, recuerdo el primer
artículo que me publicaron, aquella emoción, ahora con cientos de artículos
publicados en diversos medios todavía me sigo emocionando. Tras el primer sorbo amargo del café recuerdo
la llamada de José Luis Victoria, diciéndome que mi relato “Aurora cierra los
ojos”, casi se convierte en ganador, pero fue ganadora, Julia Navas, quien
gano, pero bueno, quedé el segundo.
Los sueños volando con las abarcas hundidas en el barro
Como maestro de mí mismo, decidí adaptar clásicos castellanos,
un modo eficiente de aprender a escribir, ya he publicado un libro de poesías, “Las abarcas del campesino analfabeto que soñó ser poeta” y dos clásicos: El Lazarillo de Tormes y lo que para mí es una gran joya desconocida, que me
gustaría que fuese rescatada del ostracismo al que fue condenado por la Inquisición,
La segunda parte del Lazarillo de Tormes, el Lazarillo prohibido, que nada
tiene que ver con la versión de Juan de Luna.
Al mismo tiempo escribía tres novelas, una la mandaba a Seix Barral para
el concurso de Biblioteca Breve, que naturalmente no gané, ya lo sabía y que
estoy reescribiéndola, y la que será mi primera novela en publicarse, en la
cual me meto en el cuerpo de una joven manchega del siglo XVII, que tiene de
todo, humor, erotismo, reflexión e historia, con la cual disfrute mucho escribiéndola
e imaginándome las escenas como si las estuviese viviendo.
Momentos antes estaba a punto de resignarme a quedarme sin
café y ahora estaba saboreando un delicioso café, sin olvidar que en cualquier
momento se puede quemar, que todavía puedo soñar con disfrutar de la escritura,
aún con mayor placer que lo hago con la lectura, mi primera novela está a punto
de salir, puedo soñar, nunca es tarde, tal vez este café tardío me quite el
sueño esta noche, pero servirá para seguir soñando, pero con las abarcas de
campesino de mi padre, no pisando el suelo, sino hundidas en el barro, pero
soñando a pesar de todo.
Muchas gracias Marta, ya lo sé yo, que doña Matilde o yo mismo, debería haber sido más exigente conmigo, tampoco hubo mucha oportunidad, con once años ya estaba trabajando, aunque fuesen horas sueltas y con trece de doce a catorce horas diarias.
ResponderEliminarPero de todos modos, el mayor responsable soy yo, porque aunque voy aprendiendo, me cuesta mucho . Ahora miraré lo de tu comentario, a mi me salen solo dos. o no le has dado a publicar o si has puesto algún enlace lo ha mandado a la carpeta de SPAm
Un abrazo.
"...maestro de mí mismo"
ResponderEliminarEstoy seguro de que todo el mundo se identifica con esa etiqueta.
Tu sueño está delante de ti.
Suerte.
Gracias Javi, posiblemente todo el mundo se identifica con esa etiqueta, todos somos maestros de nosotros mismos y aprendices de la vida.
EliminarUn abrazo.
Marta C. ahora lo miro, podría ser.
ResponderEliminarUn abrazo.
Marta, no me aparece ni en google+. ni en SPAM. No tengo ni idea lo que puede ocurrir,
ResponderEliminarUn abrazo