Yo, con trece años. |
Sí, nosotros somos quienes decimos o dijimos «haiga», en lugar
de haya.
Nosotros somos quienes no sabemos o sabíamos que haya es
haber, o un árbol y allá es el lugar a dónde queremos ir.
Somos capaces de escribir amor con h. Tal vez, cuando haber
deberíamos poner a ver, pero escribimos «aver», incluso a ver; aunque claro,
también lo hacen algunos que fueron a colegios de pago.
Nosotros somos más de subirnos al guindo que de caernos de
él. Puede ser que no capaces de distinguir,
«hay», «ay», «ahí» y las tildes nos los comemos como si fuesen comas, sin miedo
a que nos tilden de analfabetos quienes siempre vivieron entre algodones.
Y así, nos pasa con una interminable lista de faltas
ortográficas, que arderían como muñecos o «ninots» de falla. Nos pasa a
nosotros, que a la escuela fuimos lo justo y la compatibilizamos con el sudor
que nos daba de comer cada día.
Ya sé, que a quienes más o menos nos defendemos algo, no
mucho, con la ortografía, (yo voy aprendiendo sobre la marcha), puede hacernos
daño leer:
«Te hamo mas que el
toro a la baca vajo la luna de Balencia i anque caigan rallos y centellas ansio
darte avio, hayi en la plalla de la Malbarrosa».
Yo que fui de esos, que todavía mis surcos están torcidos y
sembrados de grama, y a pesar de ello, siembro palabras con descaro, pienso que
nunca debemos afear a quien debe buscar las letras en el teclado, a quienes
saben su verdad y escribe «veldad».
Respetar a aquellos que dudan entre fácil o «facíl», no se lo pongamos
«dífícíl», que ya tuvieron la vida bastante complicada y si saben hacer la «o»
con un canuto, tienen mucho mérito.
Yo, el borrico delante para que no se espante, como otros
muchos de mi generación, apenas fui a la escuela. Comencé con casi seis años, y
tras la muerte de mi padre, con los ocho recién cumplidos, me llevaron a isla
de Ibiza. Ya por entonces, desde hacía décadas los campesinos éramos obligados
al éxodo en busca de mejores condiciones de vida. Estuve casi un año sin poder ir a la escuela.
No me cogieron, ni a mí ni a otros muchos migrantes. En las escuelas nacionales
no había plaza para aquellos que llegábamos casi en masa a la isla de
Ibiza. Nuestros padres se tenían que
rascar el bolsillo, sin sobrarles una «perragorda», porque trabajo tenían en
hoteles, restaurantes o en la construcción, además varias horas diarias. Mi
madre trabajaba en un restaurante desde la ocho de la mañana hasta el cierre,
su sueldo llegaba para el alquiler y comer sin lujos.
Durante ese año «sabático», los no admitidos en las escuelas
nacionales, íbamos una o dos horas al día a las clases de un maestro albino,
que sospecho que era uno de esos maestros depurados por la dictadura. Siendo
buen maestro, se veía obligado a dar clases semi clandestinas en su casa. En
sus clases, lo principal eran los números, que nunca se me dieron bien.
Existían escuelas privadas, sí, pero, no estaban al alcance de todos los
bolsillos.
Por más que intentaba mi madre que me admitiesen en la
escuela, siempre le decían que no. Pero siempre nos enterábamos de que sí que
cogían alumnos, ya fuera por influencias o sobornos. Mi madre, durante las navidades regresaba al
pueblo, a hacer la matanza, regresando a la isla con embutidos, perniles
(jamones), brazuelos (paletillas) y algún queso. Alguien le dijo que el
director, era fácil de sobornar. Dinero no tenía, así que se presentó en casa
del director con el queso manchego que trajo para nosotros y lo ofreció al
director, que de inmediato lo aceptó. Así fue cómo pude entrar en las escuelas
nacionales de San Antonio Abad (actualmente Sant Antoni de Portmany).
Eran clases masificadas de casi 50 alumnos, yo entré con el
número 43. Aunque comencé tarde la escuela, la terminé pronto, con once años ya
trabajaba repartiendo propaganda, estampando camisetas, en una pista de
Scalextric. Y con trece, me puse a trabajar en serio. Realizando jornadas de
doce a catorce horas diarias los siete días de la semana, subiendo maletas en
un hotel, el Excélsior por 3000 pesetas al mes (18 euros), propinas aparte.
Cuando salí de la escuela, mis faltas ortográficas eran
mayores que la catedral mocha de Cuenca. Por suerte tenía un vicio: la lectura.
Leer era, es y será mi mayor adicción. Tal vez, digo yo, que, porque era
apocado, recogido, tímido, corto y todos sus sinónimos, y a la vez, ya era un
rebelde, ese cada vez más inconformista que me da fuerzas para todos los días
intentar aprender un poco más...
Me cabrea, cuando se burlan aquellos que han tenido la suerte
de estudiar, de quienes de diez palabras escriben doce con faltas de
ortografía. Antes de criticar, deberían pensar en el motivo por el cual esa
persona escribe de ese modo. Puede hacer daño a los ojos, pero es la
consecuencia de no haber tenido acceso a la educación adecuada.
Y a vosotros amigos, que, como yo, no fuisteis a la escuela,
que teníais callos en las manos antes de cambiar los dientes, os digo:
Nunca dejéis de
manifestar lo que pensáis por miedo a las faltas de ortografía, ni mucho menos
a quienes os quieren callados o sumisos. Lo importante es la palabra y para
usarla no es preciso ser catedrático. No
tenemos la culpa de no haber ido a la escuela lo que debiéramos. No fue nuestra
culpa, ni tampoco de nuestros padres. Que nadie calle vuestra voz, que quien
nos quiera entender, nos entenderá. Pero, amigos míos, también, en la medida
que podáis, intentéis enmendar esa carencia cultural, porque la práctica hace
al maestro y todavía podéis enseñar muchas cosas a los ilustrados pretenciosos.
Soy uno de aquellos chiquillos, y esa es la razón por la cual,
mis letras, son herramienta mellada sobre el papel, ya me gustaría a mí que
fuesen capaces de romper las cadenas de la opresión.
Mis letras agradecen, y
mi persona, a los maestros y a quienes saben dónde va una tilde o una
coma, lo digan, porque es la forma de
aprender y que quien sabe te enseñe. Los
maestros, junto con los agricultores, son los más necesarios, unos para el
cultivo de la mente y otros de la madre tierra que nos da de comer, pero, no lo
olvidemos, gracias al sudor de quienes la trabajan, no de quienes especulan con
el hambre de los pobres.
A nosotros (y me incluyo) que nos robaron el derecho a la
educación, no permitamos que ese derecho se lo roben a nuestros hijos.
©Paco Arenas
Toda la razón.
ResponderEliminarLos que escriben con faltas sin tener cultura están eximidos de culpa. Los que poseen la cultura y escriben mal, esos no tienen perdón.
Abrazos
Tu caso es admirable y debería ser ejemplo para muchos con títulos universitarios que creen saber demasiado. La sabiduría está en la búsqueda del conocimiento y en seguir avanzando siempre. Deberías difundir tu historia en colegios o institutos donde lamentablemente hay en España hoy en día muchos jóvenes que no valoran esas oportunidades de que tú careciste.
EliminarGracias María Nieves. Soy consciente de mis limitaciones, que son muchas. En ocasiones pienso eso que me dices. Tal vez sea un bicho raro, nadie sabe más de la cuenta, como dijo el sabio: Cuanto más sé, más consciente soy de ignorar más de lo que creo saber. Ante todo debemos intentar que esas oportunidades existan para todos. El conformase o el buscar conocimientos, ya es cuestión de cada cual, o como en mi caso de ser un cabezón.
EliminarFrancisco. quienes no tuvimos o no tuvieron acceso a la cultura estamos eximidos de culpa, pero debemos intentar adquirir esos conocimientos, debemos intentar escribir lo mejor posible, aunque solo sea por tozudez y amor propio. Un abrazo
EliminarNada que decir Paco. Respeto por todos los que por desgracia no pudistéis instruiros, entre otros mi padre. Qué escribía como un niño pequeño y juntando las palabras, pero de tonto poco.Yo no me avergüenzo de eso,al contrario. Ánimo Paco! Eres grande
ResponderEliminarNuria, como tu padre, mis padres, e incluso alguno de mis hermanos. Por tanto nunca me burlaré de aquel que cambie b por v , porque las cosas más importantes me las enseñaros dos analfabetos como fueron mis padres. Y bien orgulloso que me siento de ello. No sé si este escrito servirá para que aquellos que se ríen de las faltas ortográficas tomen conciencia o no, pero al menos que sepan, que no todos hemos podido ir a la escuela, al instituto o la Universidad, que algunos ya trabajábamos de sol a sol cuando estábamos cambiando los dientes y que por tanto merecen el máximo respeto. Qué nadie les calle la voz. Un fuerte abrazo, amiga y compañera de lucha.
EliminarTotalmente de acuerdo con tu tesis, desde que uno nace no dejamos de aprender todos los días cosa nuevas o hacer las cosa bien cuando ante las hacíamos mal por ignorancia o por no saber.
ResponderEliminarYo soy de los que digo que nadie nace aprendido, ni mor mucho título que tenga siempre hay alguien que le puede enseñar algo aunque no tenga títulos académicos, Doctorados o Master porque la escuela de la vida también enseña y la experiencia es la madre de la ciencia.
Un saludo o en mi lengua unha aperta Paco.
Todas las personas nos pueden enseñar algo, y las cosas más importantes, hasta los animales. Un abrazo o en tu lengua: Unha aperta
EliminarYo creo que no hay escusa que valga. Se ha e intentar escribir sin faltas de ortografía. Pero lo cierto es que errores los cometemos todos.
ResponderEliminarEsto se resuelve repasando de vez en cuando el DRAE.Que el saber no ocupa lugar.
Además con estos automatismos de los correctores ortográficos de los teclados informáticos te acabas haciendo un lío.Mejor equivocarse como humano y no como cibercenutrio
Saludos cordiales.
Los de mi generación, en España, y más en el medio rural, no se nos facilitó el acceso a la educación, al contrario. Yo decidí instruirme, leer y escribir, como una forma de rebeldía y lucha contra la injusticia. Después de trabajar de sol a sol, leía y me quedaba durmiendo leyendo. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para hacer eso.
EliminarY por supuesto que debemos intentarlo.
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