domingo, 4 de agosto de 2013

Rompecabezas ( Madrid no es para mí)


Madrid no es para mí, se me queda muy grande el traje, al mismo tiempo que noto el agobio de mi insignificancia entre tanta gente, tanto coche, tantos acentos, tantos ruidos.  Me acostumbre a ser un urbanita ocasional y acomodaticio. Disfruto de Madrid, pero sobre todo lo sufro, no termino de comprender como es posible adaptarse a esa gran urbe, a esos ruidos.  A ese absurdo y caótico sistema de recogida de basuras que se quedo anclado en los años setenta del siglo pasado, cuando todas las comunidades de vecinos tenían su propio cubo de basura, un absurdo que no llego a entender, que provoca que junto a los contenedores de cartón y vidrio se amontonen basuras diversas,  y en el ayuntamiento ratas, algo que no he visto en ningún otro lado de nuestra geografía.


No comprendo Madrid, ese afán recaudatorio enfermizo, imitado, desgraciadamente por otros ayuntamientos, donde todo está encaminado sablear al ciudadano, donde no se busca el servicio al mismo, fin primordial de cualquier administración, sino estudiar de qué modo se le puede sacar el dinero que no tiene el ciudadano.  No Madrid no es para mí, yo que estuve enamorado de ella en otros tiempos, de sus museos,  de sus bares, del caminar por sus calles, ahora siento agobio como principal sensación, debo estar haciéndome viejo.

Ha tenido que pasar mucho tiempo para darme cuenta de todo aquello que necesito para llenar mis días y noches, para cambiar esquemas que siempre había sido diferentes, sentir necesidades que siempre tuve y sin embargo hasta mi yo interior había olvidado. Tampoco seria capaz de vivir en la quietud del medio rural que tanto idolatró y que sé, me consta que necesito, que unas horas en Pinarejo, respirar sus aires unas horas, unos minutos me llenan de energía, de dicha, pero sabiendo que no dejo de ser un forastero en mi propio pueblo.


  Desde el rincón de mi almohada veo la luna madrileña, grande inmensa, luna que me traslada a mi infancia, a una noche en compañía de mi padre.


-Aquella es la Osa Mayor, aquella la Osa Menor…

-Padre no las veo.

Y fijaba la vista siguiendo el dedo índice de mi padre, escuchó su voz con nitidez, miró la luna, tan inmensa y noto el roce de su barba en mi mejilla infantil y el olor a tabaco, que tanto me molestaba entonces. Ríe, mi padre siempre reía y yo con él a su lado.   Me levantó de la cama, intento buscar la Osa Mayor y la Osa Menor, la contaminación lumínica y ambiental me lo impide, veo solo eso la luna inmensa.   Miró a la calle, un ruido ensordecedor llena el espacio, no es el canto de los grillos en la era, es un estridente ruido del camión de la basura en Madrid deteniéndose en cada uno de los portales.

Por la mañana continuo soñando con mi lejana infancia manchega, sueño que me despiertan los gallos, que abro los ojos y  vislumbro entre mis entornados parpados a mi padre, con el cigarrillo entre los labios recorre la cocina prendiendo la lumbre, se percata de que me incorporo levemente y con suavidad se acerca y me da un beso pinchoso.

 -   Duerme es muy pronto.

-          Pero me voy con usted, hoy me voy con usted.

-          Luego con madre. Ahora duérmete.

Cierro los ojos pero escucho el trajinar de mi padre unciendo las mulas, el ruido del rabo del perro contento golpeando contra una silla, las gatas desperezándose junto al fuego que comienza a arder.  Creo que estoy dormido en otra realidad, me despierto por el grito de un borracho con acento dominicano y aguardentoso, que sustituye a los gallos y al trajinar de mi padre en mi más que lejana infancia manchega.

-          Amor mío, ábreme… que sin ti tengo frío…

Se escucha el estruendo de una ventana al cerrarse con violencia, con una maldición inaudible, de una voz femenina, no se distingue ni acento ni edad, se escucha ruidos de colchón y somier, mezclados con gemidos de placer y la misma voz aguardentosa en la calle, ahora claramente con acento dominicano.

-          Mi amoooor, no me hagas esto…Yo te amo….Mi amoooor… Él nunca te dará lo que yo te dí…

-          ¡Calla borracho!.-  Se escucha la voz desde la acera de enfrente.

-          Mi amoooor…- Continua el dominicano su lamento.

Me levantó y cierro las ventanas, a esas horas de la madrugada no hace calor y así evito escuchar los gemidos de lamento del dominicano. los gemidos de placer de la dominicana, que hace el amor con la ventana abierta para que lo escuche el de la calle. Me quedo dormido y sueño con esas tardes en la era dando vueltas encima de la trilla.

Me levanto con esa extraña sensación de haber estado toda la noche en continua batalla, contra mis recuerdos y mis realidades, abró la ventana, pensando en encontrar ese olor a mies recién segada, pero una bocanada de olor a gasoil mezclado con humos diversos inunda mis narices, costándome respirar.  No veo gorriones, pero si palomas grises que llenan las calles con sus heces.  Alejo más la vista y veo una mujer rubia empujando un carro de supermercado, está rebuscando entre la basura de los contenedores de reciclaje, en el carro lleva distintos utensilios metálicos, hierros rotos, ollas y una lámpara vieja. Pienso: “Marca España” y siento vergüenza, no sé si de ser español, de consentir lo que ocurre o de qué. Pero siento vergüenza. Miró a la acera de enfrente, a la ventana donde salían los gemidos de placer, ahora está cerrada.

Decido salir a la calle, pienso en mi pueblo, en mi padre y en los churros que hace mi paisano Eusebio y su mujer Dolores, se me hace la boca agua y me dirijo a la churrería más cercana.

-          Una docena de churros.-  Pido a la dependienta de acento colombiano y voz cantarina.

Me doy cuenta de mi error,  me va a poner churros finos, caigo en la cuenta de que en Madrid los churros finos son churros y los gordos porras.
-          De porras una docena de porras. 

Antes de llegar a donde me espera mi familia con el chocolate y el café, ya me he comido mi parte, saboreándolos a distancia, en el tiempo y en el espacio. Tampoco están malos los churros/porras madrileños, algo bueno debía tener Madrid, aparte de sus museos. 

Me doy cuenta que Madrid no es para mí, que soy un niño campesino inadaptado a la gran ciudad, que cuanto más me meto en el agobio de la gran ciudad, más cercano estoy al pueblo que me vio nacer, sin embargo también sé que mis raíces forman partes de otras ramas muy alejadas de aquellas añoranzas rurales, de aquel Pinarejo de mi infancia manchega, que necesito un equilibrio entre el agobio de Madrid y la quietud de mi pueblo desierto, pero también de ese agobio urbano de la capital del reino de la corrupción y de esa quietud, todo se puede tener.

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