Los más jóvenes no lo recuerdan ni lo vivieron, pasear por
las calles desiertas de Pinarejo, de nuestro pueblo era algo inimaginable para
nuestros abuelos, las siestas podían llegar a ser una pesadilla con tantos
críos jugando en la calle, muchos intentábamos espiar la llegada de las
cigüeñas cuando alguna mujer estaba a punto de dar a luz, pero por Pinarejo
nunca pasaban las cigüeñas o lo hacían a escondidas, pues nunca las llegamos a
ver, luego se ve que estos pájaros tan comunes en el norte de Castilla, de
Cuenca para abajo no pasaban y las mujeres marchaban a Cuenca a recibir el
regalo de un hermoso o hermosa chiquilla, que no guacha, porque en Pinarejo los
guachos tienen alas y a esos si los veíamos.
La chiquillería teníamos muchos puntos de reunión,
dependiendo de la edad o sexo, la mayoría la plaza,o el viejo molino, la Carrera y los mayores por la
torre donde jugaban a la pelota o frontón, otros se iban a las eras a bolear o
tirar de reja. Mi lugar preferido era el
viejo molino, donde lo mismo jugábamos a indios y vaqueros como a don Quijote,
pero también a “rojos” y “nacionales” y ni quienes éramos hijos de rojos y
luego fuimos rojos, queríamos ser rojos, porque los rojos eran malos, malísimos
además de ser judíos, y todos sabíamos que los judíos habían matado al niño
Jesús, y nadie quería ser cómplice, aunque al final terminabas enterándote que tú
eras rojo e hijo de rojos que además eran muy buenas personas, así que al final
se terminó por no jugar a “rojos” y “nacionales” para “evitar disgustos”. La
opción preferida era la de indios y vaqueros, ahí no me importaba ser indio, porque
nos daban pena, pensábamos que a los indios le mataban de verdad en las películas
del Oeste, ignorábamos que les mataron de verdad en la realidad.
Los críos entonces, a la vez que numerosos éramos muy
religiosos, y de ningún modo nos saltábamos una misa, ni un rosario, por temor
al castigo divino, pero sobre todo por temor a los contundentes capones de don
Gregorio, el cura de Pinarejo por aquel entonces, al cual si nos lo cruzábamos por
la calle,cuando no nos daba tiempo a escapar y escondernos, íbamos presurosos
a arrodillarnos y besarle la mano. La
religión a muchos nos entraba a base de capones, tal vez por ello nos salió
pronto cuando lo que rima con capones se pobló.
Del mismo modo que todas las chiquillas tenían sus cuerdas
para saltar a la comba, o sus gomas elásticas acompañadas de canciones, que si
las hubiésemos cantado los chiquillos pronto se habría desatado la tormenta,
ellas entonaban y tenían ritmo, nosotros aparte de patosos éramos unos borricos y no hubiesemos dejado dormirr la siesta ni al más sordo del pueblo. Nosotros teníamos nuestros gomeros, para tirar piedras contra los nidos de los
gorriones, nuestros aros, nuestros tejos, y la pídola, con patada en el culo
que no recuerdo como se le llamaba.
En fin, hoy al ver la evolución de la
población en Pinarejo me ha entrado nostalgia de aquellas tardes de ruidoso
bullicio jugando por las calles de Pinarejo, de escuelas llenas…hoy ya no queda
ni escuelas.
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