Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)
Para todos los amantes de la literatura clásica, el libro más prohibido de la historia de España La segunda parte del Lazarillo de Tormes (Edición de Amberes de 1555) Un auténtico desconocido incluso para muchos profesores. Sabía que existía, hace referencia Don Juan de Luna en su edición de 1620, pero no lograba encontrarlo. Cuando lo encontré me resulto casi imposible leerlo, tras una ardua tarea conseguí "traducirlo", adaptarlo al castellano actual.
Es un libro bastante interesante que todos los aficionados a la literatura clásica deberían conocer, no solo por ser un gran clásico de nuestra literatura, sino porque quienes quisieron que esta segunda parte desapareciese de la historia para siempre, estuvieron a punto de conseguirlo, el único modo de que no lo consigan, es difundirlo.
Es un libro bastante interesante que todos los aficionados a la literatura clásica deberían conocer, no solo por ser un gran clásico de nuestra literatura, sino porque quienes quisieron que esta segunda parte desapareciese de la historia para siempre, estuvieron a punto de conseguirlo, el único modo de que no lo consigan, es difundirlo.
CAPÍTULO Vº
Regresando a la historia
pocos días después, en general me mandó llamar y me dijo:
—Valeroso y hábil atún
extranjero, he acordado te sean recompensados tan buenos servicios y consejos,
porque si quienes como tú sirven no son galardonados, no se hallarían en los
ejércitos quien a los peligros se aventurase.
Me parece, que en pago de ello ganes nuestra gracia, y te sean
perdonadas las muertes causadas en la cueva. Y como recuerdo por el servicio
prestado al librarme de la muerte, tengas por tuya esa espada de quien tanto
daño nos hizo, pues tan bien de ella supiste sacar provecho. Pero te debo de
advertir que si la utilizaseis contra nuestros súbditos de nuestro señor, el
rey, morirás por ello. Y con esto me parece no vas mal pagado, y a partir de
hoy puedes volver a donde naciste.
Estas palabras me los dijo
de muy mal semblante. Sin darme tiempo a replicar me dio la espalda y me dejo
con la boca abierta, quedé tan atónito cuando oí lo que dijo, que casi perdí el
sentido, porque pensaba por lo menos me habría de otorgar los parabienes que se
le dan a un gran hombre, digo atún, por lo que había hecho, dándome cargo
perpetuo en un gran señorío en el mar, según me había ofrecido cuando pensaba
que iba a morir.
— ¡Oh Alejandro Magno—dije
entre mí —Repartíais las ganancias ganadas con vuestro ejército y caballeros! O
lo que había escuchado de Cayo Fabricio, capitán romano, el modo que
galardonaba y guardaba la corona de laurel para coronar a los primeros que se
aventuraban a entrar las empalizadas. Y tú, Gonzalo Hernández, gran capitán
español, otras mercedes hiciste a los que semejantes cosas en servicio de tu
rey y en aumento de tu honra se señalasen. Todos los que sirvieron y siguieron
a cuantos del polvo de la tierra le levantaste, y valerosos y ricos hiciste,
como este mal mirado atún conmigo lo hizo, haciéndome merced de la espada que en
Zocodover me había costado mis tres reales y medio. Escuchando esto,
consuélense los que en la tierra se quejan de sus señores, pues hasta en el
fondo del mar se consiguen generosos agradecimientos de los mismos.
Estando yo así pensativo y triste,
sabiéndolo el capitán Licio, se acercó a mí y me dijo:
—Quienes se fía de señores
y capitanes les pasa lo que a ti. Cuando te precisan te prometen el oro y el
moro, cuando ya no te necesitan, no se acuerdan de lo prometido. Yo soy buen
testigo de todo tu esfuerzo y de todo lo que valerosamente has hecho porque era
yo quien a tu lado se encontraba y se encuentra, y veo el mal pago que de tus
proezas tienes y el gran peligro en que estás, porque quiero que sepas que
muchos de estos que a tu lado tienes han concertado tu muerte; por tanto no te
apartes de mí compañía, que te aseguro como hidalgo, que te he de ayudar con todas mis fuerzas y con las de mis amigos
en todo cuanto pueda, pues sería muy gran pérdida perder un atún tan valiente
como tú.
Le di las gracias muy agradecido por la
voluntad que me mostraba, y ofreciéndome a servirle mientras viviese. Y con
esto él se puso muy contento, y llamó hasta quinientos atunes de su compañía
ordenándoles que desde ese momento en adelante tuviesen como misión principal,
acompañarme y mirar por mí como por él mismo. Y así fue, jamás, ni de día ni de
noche de mí se apartaban.
De esta manera trabamos amistad el capitán
Licio y yo, la cual nos mostramos como adelante diré. Él me enseño muchas cosas y costumbres de los
habitantes del mar, los nombres de ellos y los de las muchas provincias, reinos
y señoríos del mismo, también de los señores que los poseían, sus costumbres y
vicios. De tal manera que en pocos días, me hice tan experto como los nacidos
en él, por ser mucho mayor mi memoria.
Al no haber amenazas ni botín que repartir nuestro campamento se
deshizo, y el general mandó que cada capitanía y compañía se fuese a su
territorio, y dos lunas después fuesen todos los capitanes a la corte, porque
el rey así lo había ordenado. Nos
marchamos mi amigo y yo con los atunes de su compañía, que serían, a mi
parecer, hasta diez mil, entre los cuales había poco más que diez hembras, y
estas eran atunas del mundo, que entre la gente de guerra suelen andar para
ganarse la vida. Aquí vi el arte y ardid que para buscar comida tienen estos
pescados, y es que se esparcen a una parte y a otra, hacen un cerco grande de
más de una legua alrededor, y desde que los unos de una parte se han juntado
con los de la otra, vuelven los rostros unos para otros y se vuelven a juntar,
y todo el pescado que en medio está muere entre sus dientes. Y así cazan una o
dos veces al día. De esta suerte nos hartábamos de muchos y sabrosos pescados,
como era pajeles, bonitos, agujas y otros infinitos géneros de peces. Y
haciendo verdadero el proverbio que dicen que:
—El pez grande se come al
más pequeño, porque, si sucedía que en la redada caían algunos mayores que
nosotros, les dábamos carta de libertad y les dejábamos salir sin ponernos con
ellos a discutir, excepto si querían estar con nosotros y ayudarnos a matar y
comer conforme al dicho: quien no trabaja, que no coma, con lo cual muchos de
esos que comen como un marqués no tendrían nada que llevarse a la boca.
Tomamos una vez, entre otros
pescados, algunos pulpos, al mayor de
los cuales yo perdoné la vida, y tomé por esclavo, haciéndole mi paje de
espada, y así no traía la boca ocupada, porque mi paje, revuelto por los
anillos, en una de sus muchas colas la traía muy a su placer. De esta manera
caminamos ocho soles, que llaman en el mar a los días, al cabo de los cuales
llegamos a donde mi amigo y los de su compañía tenían sus hijos y hembras, por
las cuales fuimos recibidos con mucha alegría, y cada cual con su familia se
fue a su albergue, dejándome a mí y al capitán en el suyo.
Entramos en la Casa del señor Licio, y
entonces dijo a su hembra:
—Señora, lo que de este
viaje traigo ha sido gracias a este gentil atún que aquí veis, amistad que
aprecio mucho; por tanto te ruego sea agasajado y le hagáis aquel tratamiento
que a mi hermano solías hacer, porque ello me llenará de alegría.
Esta era una muy hermosa atuna y con
mucha autoridad; respondió:
—Señor, eso se hará tal y
como mandáis, y si algo hago mal no será contra mi voluntad.
Me incliné ante ella suplicándole me diese
las manos para poderlas besar, eso le dije, y no se dio por enterada o no
oyeron mi necedad. Dije entre mí:
—Maldito sea mi descuido,
que pido para besar las manos a quien no tiene sino cola.
La atuna me dio una
hocicada amorosa, rogándome me levantase, y así fui recibido por ella. Ofreciéndome a estar a su servicio, fui por
ella muy bien respondido como una muy honrada mujer. Y de esta manera estuvimos
allí algunos días, yo muy bien tratado por este cordial matrimonio. En este tiempo enseñé al capitán a manejar la
espada, haciéndose muy diestro en su manejo, lo cual apreciaba mucho, así mismo
adiestré a un hermano suyo llamado Melo.
Muchas noches las pasaba pensando en la
gran amistad que con este pez tenía, deseando ofrecerle algo en pago a lo mucho
que le debía. Me vino al pensamiento un gran favor que le podía hacer y por la
mañana se lo comuniqué. Viéndole tan
aficionado a las armas, le dije que debía enviar allí donde fue el naufragio una compañía de atunes,
donde hallarían muchas espadas, lanzas, puñales y otro tipo de armas, para que
trajesen todas las que pudiesen, ya que era mi intención enseñarles el
manejo a nuestra compañía y hacerles diestros; y, si aquella
idea funcionaba, sería la compañía más pujante y valerosa y de más prestigio
tendría ante el rey y en todo el mar, porque ella sola valdría más que todas
las demás juntas, y esto le traería a mi amigo mucha honra y beneficios. Supo
agradecer el consejo como el de buen amigo que era.
El capitán Licio envió a su
hermano Melo con seis mil atunes, los cuales con toda brevedad y buena
diligencia regresaron trayendo infinitas espadas y otras armas, muchas de las
cuales estaban bastante oxidadas, debían ser de cuando el poco venturoso [1]don
Hugo de Moncada pasó otra tormenta en aquel lugar. Las armas traídas fueron repartidas entre
aquellos atunes que más hábiles nos parecieron. El capitán Licio por un lado,
su hermano Melo por otro, se encargaron del adiestramiento, mientras que yo me
encargaba de resolver las posibles dudas y de supervisar que el entrenamiento
fuese el correcto. No perdíamos en
tiempo en otra cosa, sino en el adiestramiento y enseñarles a luchar con
aquellas armas. A quienes no vimos aptos, decidimos que se encargasen de cazar
y traer comida.
A las hembras les enseñamos limpiar las
armas con una gentil invención que se me ocurrió, y fue que las sacasen y
metiesen en los lugares que tuviesen arena hasta que quedasen relucientes. De
manera que puesto todo a punto, quien viera aquel lugar del mar le parecería
una gran batalla. Al cabo de algunos días eran muy pocos los atunes armados que
no se tuviese por otro Aguirre “El Diestro”.
Viendo los resultados acordamos hacer con los pulpos una alianza
perpetua de amistad para que se viniesen a vivir con nosotros y así nos
sirviesen con sus largas faldas de brazos. Los pulpos recibieron con alegría el
ofrecimiento y que les tuviésemos por amigos y al tiempo los mantuviésemos.
A pesar del mucho trabajo
realizado, apenas habían pasado dos meses, al cabo de los cuales el capitán
general mandó que fuesen todos los capitanes a la Corte. Licio comenzó a ponerse a punto para la
partida, hablamos si sería bueno marcharme con él y besar las manos al rey,
para que así tuviese noticias mías. Sabíamos que no le parecía bien al capitán
general, y que por tanto pondría inconvenientes por haberme expresamente
ordenado me fuese a mi tierra, después de hablado serenamente, estando presentes en la plática Melo y la
hermosa y no menos sabia atuna, su hembra, fue del parecer de todos que de
momento me quedase allí en su casa. Él acordó
marcharse rápido y llevar algunos de los suyos, para después cuando llegase
informar al rey sobre mi persona y mi gran valor, y de acuerdo a lo que el rey
le respondiese, así actuaríamos.
Con este acuerdo el buen Licio partió con
mil atunes, quedamos su hermano Melo y yo con los demás en el lugar; al
despedirse de mí, me llevo aparte y me dijo:
—Amigo, os hago saber que
me voy muy triste por el sueño que tuve esta noche. ¡Quiera Dios no sea verdad!
Si por desventura se cumpliese, os ruego que no queráis de mí saber nada,
porque ni a vos ni a mí nos conviene.
Le rogué mucho se aclarase cómo, y como no
quiso y ya se había despedido tanto de su hembra como de su hermano, dándome
con el hocico se marchó triste, dejándome muy afligido y confuso. Realicé
muchas reflexiones sobre aquel caso, sacando alguna conclusión:
—Por ventura éste, a quien
tanto debo, debe pensar que la hermosura de su atuna me cegará para que no vea
lo que debiera ver. Lo que es de buena ley, a día de hoy en la tierra, donde
está corrupta la sociedad, en el mar debe de ser lo mismo y pensará que puedo
traicionarle.
Me vino a la memoria muchas cosas en este
caso y me pareció encontrar el remedio para que él por mi lealtad no sufriese.
Me presente ante la capitana atuna acompañado de su cuñado, después de haberla
consolado del pesar que la marcha de su marido le causaba, mayormente al ver la
tristeza que Licio llevaba, aunque al igual que a mí y a ella también se lo
encubrió al despedirse.
Le dije a Melo que deseaba ser su huésped,
si él estaba de acuerdo, porque para estar en compañía de hembras no me
encontraría a gusto sin la presencia de mi amigo, por ser yo muy voluble, y le
podría causar tristeza a su hermano, sin que de ningún modo fuese ese mi deseo.
Ella me dijo que si algo le consolaba era el
estar yo a su lado y en su casa, sabiendo el amor que su marido me tenía, y que
así se lo dijo al despedirse de ella, no
consideraba por tanto ni carga ni quebranto tenerme en su casa. Aunque yo no
pensé que distaban mucho nuestros pensamientos, y que el hombre es fuego y la
mujer estopa hasta debajo del agua. Como
yo había sufrido los negros celos por desgracia con mi Elvira y mi amo el
arcipreste, no quise quedarme y me fui con el cuñado, y cuando iba a visitarla
siempre le rogaba que me acompañase.
[1] Hay dos sucesos que tienen como protagonista
a Hugo de Moncada: El primero de ellos tiene lugar en 1617, cuando se produce
el hundimiento de la flota que con 7.500 soldados bajo su mando y que fracasa
debido a las inclemencias del tiempo. Pero
también el 28 de mayo de 1528, Hugo de Moncada es bloqueado por las flotas
genovesas y francesas. Sale a hacerles frente y muere en combate en aguas del
Golfo de Salerno. Casi todos sus barcos fueron hundidos o apresados, este es
uno de los datos que deberían ser estudiados por los historiadores para
dilucidar el periodo de la novela y la autoría de “El Lazarillo”. En mi opinión
se refiere al primer suceso, ya que se produce frente a las costas argelinas y
son esas las espadas que cogen los atunes, no obstante mantengo mi opinión de
que el desastre que relata el autor del Lazarillo, como sufrido por Lázaro de
Tormes es el producido en 1941, por la expresión: “el poco venturoso y otros
detalles históricos.
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Si lo prefieres en papel o versión KINDLE o comprarlo conjuntamente con la primera parte, también adaptada al castellano actual, aquí están los enlaces:
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EL LAZARILLO DE TORMES COMPLETO I Y II PARTE Amberes 1554/1555: Adaptación Paco Arenas Versión kindle
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