Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:
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CAPÍTULO VIIIº
La traición del general
Muy de mañana emprendimos el camino con
mucha prisa por llegar, encargando de la pesca a quienes vimos más capacitados
para abastecer la compañía. Como no era intención detenernos en la caza, les
informé donde se encontraba preso nuestro amigo y capitán, así como el lugar
donde pensábamos montar nuestro campamento.
Al cabo de tres días llegamos a tres millas de la Corte, y para no se
supiese de nuestra llegada y se pusiesen en alerta, acordamos avanzar solo de noche. Mandamos unos cuantos atunes como espías a la
ciudad, los mismos que habían traído la noticia, para que se enterasen bien de
cuál era la situación, y así saber lo que nos encontraríamos al llegar, cuando regresaron fue para darnos casi la peor noticia que hubiésemos deseado.
Llegada la noche, acordamos que la señora
capitana con sus hembras, acompañadas de Melo, junto con quinientos atunes sin
armas, de los más sabios y viejos, fuesen a hablar con el rey y le suplicasen
que tuviese a bien examinar con justicia
el expediente de su marido y hermano; mientras que yo con todos los demás me
introdujese en una montaña muy espesa de frondosas arboledas y grandes rocas
que se encontraba a dos millas de la ciudad, donde el rey algunas veces iba a
cazar, por ser bastante común esta afición en los reyes tanto de la tierra como
de la mar, que aunque cobardes en la batalla, siempre buscan el cobijo en la
retaguardia, a la hora de matar a indefensos animales, si no hay peligro para
ellos, suelen ser muy aficionados al gatillo
—en la tierra —en el mar no hay posibilidad de escopetas o arcabuces,
pero si buenos y afilados dientes. Allí
estaríamos hasta que nos avisasen, y actuaríamos de acuerdo como marchasen las
negociaciones.
Cuando llegamos al bosque y vimos que
estaba bien proveído de pescados monteses, no es de extrañar que el rey lo
tuviese como coto particular, nos cebamos o, por mejor decir, nos hartamos a
nuestro placer. Yo apercibí a toda la compañía que estuviese con la lanza
dispuesta ante cualquier eventualidad.
La hermosa y buena atuna
llegó a la ciudad al alba marchando directamente para palacio con toda su
compañía, esperando durante bastante tiempo en la puerta hasta que el rey se
levantase, al cual informaron de la llegada de la esposa de Licio y de lo mucho
que a los guardianes importunaba para que le dejasen entrar. El rey sabía de buena tinta a lo que venía,
le envió a decir se marchase en hora buena, que no podía ni quería escucharla.
Visto que su palabra no quería oír, lo hizo por escrito, y allí se hizo una
petición bien ordenada por dos letrados que por Licio abogaban, en la cual se
le suplicó quisiese admitir a los mismos para asistirle en aquel juicio, pues
Licio había apelado ante su majestad, por estar condenado a muerte y habían
decidido esta sentencia el día de antes, cuando nosotros lo supimos hicimos
siguiente petición:
—Besando la cola de su real
majestad, le suplicamos que tenga a bien leer esta carta: Queremos informar a
su majestad que mi marido el muy leal capitán Licio, ha sido acusado con
falsedad y muy injustamente sentenciado, y por tanto solicitamos a su majestad
obligue a repetir el juicio, para así hacer justicia, y que mientras tanto
sobreseyese la acción de la justicia y la ejecución de la sentencia…
Estas y otras cosas muy bien dichas fueron
escritas en la petición, la cual fue entregada a uno de los guardias de
palacio; y al tiempo que se la dio, la buena capitana se quitó una cadena de
oro que traía al cuello y se la dio al mismo, metiéndosela en la boca para que
no se notase el soborno, y rogándole que tuviese compasión de ella y su pena, y
no mirase los galones y si la honradez. Esta suplica la hizo con muchas
lágrimas y tristeza. El guardia cogió la petición de buena gana, y mucho mejor
la cadena, prometiendo hacer lo posible, cumpliendo su promesa entregándosela
en mano al rey, siendo leída por el mismo, tantas y tales cosas se atrevió a
decir con su boca llena de oro a su majestad, al tiempo que le narraba los
llantos y angustias que la señora capitana sufría por su marido en la puerta del
palacio, que al mal aconsejado rey le hizo sentir alguna piedad, y dijo:
—Ve con esa esposa a los
jueces y diles que sobresean la ejecución de la sentencia, porque quiero ser
informado de ciertas cosas convenientes al asunto del capitán Licio.
Y con esta embajada llego muy alegre el
guardia a la triste esposa, pidiéndole que le felicitase por su buen negociar,
la cual de buena gana le felicito. Después, sin detenerse, fueron al palacio de
Justicia, y para su desgracia quiso la
casualidad que yendo por la calle toparon con don Paver, que así se llamaba el
forjador de nuestros problemas, el cual iba acompañado a palacio de muchos atunes; como vio la
esposa del capitán Licio y su compañía,
supo quién eran y conoció al guardia, como astuto y sagaz que era, sospechó lo que podía ser, y con gran
disimulo llamó al guardia, interrogándole a dónde iba con aquella compañía, el
cual se lo dijo; y él fingió que le alegraba, siendo al revés.
—Que gran noticia, una
sabia decisión de su real majestad, el capitán Licio es uno de los más
valientes capitanes de este reino. No
sería justo cometer contra tan gran atún una injusticia irreparable. En mi casa están los jueces que vinieron a
pedir mi consejo en este asunto, y yo iba a hablar al rey sobre ello en estos
momentos, están allí esperando. Puesto que traéis despacho real, volvamos a
decirles lo que el rey nuestro señor ordena.
Nunca es bueno fiarse de la
gente traicionera, y entre los altos linajes es donde más gente de este tipo
ahí, cuanto más noble se presume ser, más ruin se es y de esto no se salva ni
el rey, como después se podrá ver. Llamo
aparte a uno de sus pajes y riendo le dijo que fuese al palacio de justicia y
solicitase hablar con los jueces en su nombre y les dijese que en una hora
cumpliesen la sentencia que estaba prevista, porque así era el deseo del rey,
debiendo ser la sentencia ejecutada en la cárcel, o en la puerta de ella sin
pasearlo por las calles, como era costumbre también en el mar, aunque no se les
colgase el sambenito, entre tanto él
entretenía al guardia.
El criado lo hizo así yendo
hasta el palacio de Justicia. El traidor
mientras tanto marchó con el guardia hasta su casa y dijo a Melo y a su cuñada
que esperasen mientras entraba a hablar a los jueces, y que desde allí todos irían
a prisión para darle la enhorabuena por su libertad, que él quería ser el
primero en hacerlo. Afortunadamente la
desventurada capitana fue avisada de la gran traición y mayor crueldad del
capitán general. Pues, aunque tuviese el capitán general la peor voluntad
contra el buen Licio, solo con mirar la angustia y lágrimas de la buena
capitana se sentiría cualquier persona con corazón, obligado a consolarla. Y
cuando el malaventurado y traidor llamó al paje para que fuese ordenar la
muerte de él buen Licio, quiso Dios que uno de sus criados le escuchase y lo
dijese a la buena capitana, la cual, cuando esto escuchó, cayó sin sentido casi
muerta en los brazos de su cuñado.
Melo, nada más escucharlo me mando aviso
con treinta atunes, para que con la mayor rapidez que pudiesen me diesen aviso
del peligro en que se encontraba nuestro capitán, los cuales, como fieles y
diligentes amigos, se dieron tanta prisa que en unos instantes fuimos sabedores
de las tristes nuevas que nos llegaron, dando grandes voces puse a todo nuestro
ejército en marcha:
— ¡A las armas, a las
armas, valientes atunes, que nuestro capitán puede morir por la traición y
astucia del traidor don Paver, contra la voluntad y mandato del rey nuestro
señor!
Y en breves palabras nos
contaron todo lo que yo he numerado. Mandé tocar las trompetas, y mis atunes
formaron con sus bocas armadas, a los cuales les di una bravísima charla
informándoles de todo. Para qué como
buenos y esforzados guerreros mostrasen su bravura al enemigo socorriendo a su
señor en tan extrema necesidad. A una voz respondieron todos que estaban
dispuestos a seguirme y cumplir con su deber.
Emprendimos la marcha. ¿Quién viera a esta
hora a Lázaro atún delante de ellos, haciendo el oficio de valiente capitán,
animándolos, sin haberlo hecho jamás ? Pregonaba órdenes del mismo modo que
hubiese pregonando los vinos, que casi es lo mismo, incitando los bebedores,
diciendo:
— ¡Aquí, aquí, señores, que
aquí se vende lo bueno!
No hay mejor maestro que la necesidad. Pues de esta manera, a mi parecer, en menos
de un cuarto de hora entramos en la ciudad, y andando por las calles con tal
ímpetu y furor, que aquel impulso lo quisiera tener contra el rey de Francia
los soldados españoles; y puse a mi lado los que mejor conocían la ciudad, para
que nos guiasen por el camino más corto a donde el inocente de nuestro capitán
se encontraba.
©Paco Arenas
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