martes, 26 de febrero de 2019

Pasear por Cuenca




A ellos, a todos los «felipes» y a todas las «marías» *


Cuenca en la madrugada, sintetizada en una palabra: silencio, indiscutible herida de agua cómplice del murmullo sigiloso del Huécar que ni los gallos se atreven a romper. Vellos erizados por la emoción de recorrer las calles que tantos otros recorrieron con pasos cansados en dirección al penal donde la libertad estaba encarcelada. Pasos lentos, pero precisos, ansiosos de besar unos labios que no se podrán, porque el deseo, el amor y la libertad están encarceladas.

Pasos heridos de muerte, atravesando el puente de San Pablo, o tal vez, subiendo la cuesta de las Angustias, o cualquier calle que, desde la estación de autobuses, desde el mercado, suben al Castillo.  Pasos calculadoramente provocativos, engendrados de miedo y orgullo, miedo al llegar tarde, orgullo de quien sabe que el preso que ha de visitar es una estrella que brilla con luz propia en el castillo de Cuenca, que ansia ese beso fecundo en la distancia, que; aunque parezca locura, algún día ha de fecundar.

*Felipe y María, son los protagonistas de mi novela «Magdalenas sin azúcar». Felipe, como tantos otros conquenses, estuvo preso en el penal Castillo de Cuenca y María, como tantas conquenses, iba a visitarlo.

©Paco Arenas


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