jueves, 7 de abril de 2022

En Viernes Santo está prohibido comer carne, o eso dicen

 




La noche no invitaba a procesiones ni jaranas, menos en Cuenca con una temperatura, que apenas pasaba de los cero grados, pero a alguien se le ocurrió que debíamos ir a la «procesión de los borrachos», precisamente con esa intención empaparnos en resolí hasta la madrugada y se suponía que, si estábamos en condiciones, para disfrutar de la procesión «Camino del Calvario o las Turbas».

Éramos jóvenes e inconscientes y apretujados en un Simca 1000 y un Renault 12 llegamos a Cuenca después de las diez o las once de la noche doce amigos. Afortunadamente todos éramos delgados y la Guardia Civil no nos paró.  Lo primero que hicimos fue buscar dónde cenar. Misión imposible, ni zarajos ni mucho menos morteruelo pudimos degustar sentados en un bar. La noche de las Turbas la ciudad triplica su población y los bares estaban que abarrotados de jóvenes provenientes de todas las partes de España. Sin guardar la Cuaresma, bocadillos de chorizos para todos y cerveza a cascoporro. Compramos unas cuantas botellas de resolí, que ese día se vendían en botellas de plástico y nos propusimos pasar una noche inolvidable, a ser posible todos juntos y tras unas rondas comenzamos a ir perdiéndonos de vista entre la multitud de toda la geografía mundial, bailando, bebiendo y cantando en todos los idiomas.

Antes de las doce, tres amigos ya habían desaparecido. A mitad de noche a las dos de la mañana siete eran los ausentes. Una hora después me tocó a mí. Cuando íbamos cerca de la Torre Mangana, me entraron unas ganas impresionantes de hacer aguas menores y aunque veía a jóvenes de ambos sexos hacerlo sin problema en rincones o entre coches, a mí me daba reparo.

Les dije a mis amigos que me esperasen cerca de la Torre Mangana y bajé las escaleras que llevan hasta la calle San Juan y me metí por el túnel en dirección al Júcar. A esas alturas el resolí ya me estrechaba las calles.  Pronto noté que no era orinar lo único que iba a hacer, así que llegué hasta el río. Lo que no sé es por qué no realicé el trayecto rodando. Antes de llegar a la ribera por mi boca salió todo el resolí como si fuese una fuente. Tras despejarme un poco y mojarme la cara, comencé a escuchar jadeos que no eran de cansancio. Antes de que pudiera volver sobre mis pasos, escuche voces destempladas insultándome, casi piso a una pareja que entre la espesura habían decidido desfogarse en la fría noche conquense.  Por suerte no estaban en mucha disposición de salir corriendo detrás de mí, y entonces yo corría mucho y reía más.

Entre risas, pronto regresé al lugar en el que había quedado con mis amigos, pero no estaban.  Me encontré más perdido que una aguja en un pajar, solo entre la gente. Más sola estaba la persona que escuché llorar. Acurrucada en un portal vi a una muchacha llorando entre hipidos que pretendían que fuesen silenciosos. Me acerqué intrigado pensando que le habría ocurrido algo grave, en cierto modo así era. Al acercarme pude ver en su rostro el rímel corrido y tuve la sensación de que estaba borracha. Me brindé a ayudarla; pero ella se obstinó en seguir, sola, llorando sentada en el suelo y gritándome que me marchase. Como siempre fui muy cabezón, terminé sentándome a su lado.  Me sentía ridículo, ya que ella rechazaba toda ayuda y parecía que la estaba molestando. No era esa mi intención y le hablé de ir a la policía, convencido de que no solo le habían pegado, sino que incluso la habían violado.  Al final viendo que no conseguiría convencerla y que sus únicas palabras eran que la dejase en paz, decidí marcharme. Entonces comenzó a hablar.

—He perdido a mi novio —me dijo entre sollozos.

—No te preocupes, por eso, seguro que lo encuentras, yo he perdido a mis amigos, pero ya los encontraré. Entre tanta gente… —dije un tanto aturdido todavía por los efectos del resolí, pensando que se había perdido al igual que yo. En mi poca lucidez no la entendí.

—Es que lo quiero, lo quiero y mucho. —continuó con sus lastimeros pucheros, levantándose del suelo.

Entonces me fije bien en su rostro, tendría algunos años más que yo, sin llegar a los treinta, seguramente. Me di cuenta que no era solo el rímel lo que ensuciaba su cara, también sangre en la mejilla proveniente de un rasguño y en la comisura de sus labios parecía tener otro rasguño. Al darse cuenta de que me fijaba en sus heridas, se pasó la manga intentando limpiarse la sangre.

—Pero te ha pegado. Deberías ir a la policía. Si quieres te acompaño…

—¿Estás loco? Me ha pegado porque me quiere, porque no soporta que mire a otros chicos. Estaba muy borracho, hemos discutido, y el pronto…

—¡Copón con el pronto!

—Sí. Yo, sabes, tengo muy mal genio y él cuando bebe un poco pierde los estribos. Me quiere…

—¿Y te pega? Ten cuidado, que hay cariños que matan…

—¿Estás loco?

Sin darnos cuenta comenzamos a pasear por las calles desiertas de Cuenca, que, aunque parezca mentira, esa noche también las hay.  Ella hablaba y yo escuchaba e intentaba rebatirle el supuesto amor de su novio, al tiempo que poco a poco me iba percatando de su belleza y de su cuerpo bien proporcionado y armonioso. Llevaba una falda corta y en sus piernas unas medias negras plagadas de carreras.  Siempre me he preguntado, y no me he atrevido a preguntar, el motivo por el qué muchas chicas se empeñan en lucir piernas en invierno, con el frío que hace. Me dijo que sus padres tenían una empresa en Bilbao y que su novio era hijo de un importante industrial de Vizcaya. Entonces me fijé más en sus ropas y las medallas de vírgenes que llevaba colgadas del cuello, y que yo por supuesto no conocía. Me preguntó que cuál era mi trabajo. No quise decirle que era albañil, afortunadamente estaba, como quien dice, recién licenciado de la mili, y mis manos aún no había cogido la aspereza que provoca la dermatitis del cemento.  

Ella hablaba y yo escuchaba sorprendido y sin terminar de creerla, me resultaba bastante superficial y me costaba trabajo creer que una persona pudiera serlo tanto. Al contrario que nosotros que no teníamos pensado dormir en ningún sitio, sino aguantar toda la noche y por la mañana regresar a nuestra cama ella:

—Estamos alojados en la «suite» del Parador…

Continuó con aires de superioridad diciéndome que asistía a todos los grandes desfiles de moda, especialmente de Balenciaga. Presumía de que París, Londres o Nueva York los conocía al dedillo y que sus cabellos los habían peinado los mejores estilistas.

 «Y yo con estos pelos desgreñados», pensé. 

Aunque ella tampoco es que fuese muy peinada, posiblemente el novio se habría llevado alguna greña entre sus dedos. Mientras que las lágrimas habían provocado que se le corriese todo el maquillaje.  Pareció adivinar mis pensamientos y me propuso acercarnos a algún lugar para desmaquillarse.

—Debo estar horrorosa.

—No. Estás preciosa me atreví a opinar vamos de toma pan y moja, si quieres llevo un moquero de tela.

—¿Un moquero? ¿Qué es eso? ¿Para limpiarse los mocos?

—Un moquero, sí, un pañuelo de tela, pero está limpio…—titubeé aturdido y contrariado.

Se echó a reír por primera vez, mostrando unos dientes bien alineados y una sonrisa que quitaba el sentido, al menos a mí me lo pareció en esos instantes. Confieso que no me gustaba ese alarde que desplegaba en algunos momentos, presentándose como alguien superior, como una muchacha que había tenido y tenía todo y que lo único que parecía preocuparle era haber perdido a su maltratador novio, que además justificaba como la cosa más normal del mundo.

Por unos momentos, verla reír me hacía soñar y pensar cómo sería una vida en la que no tuvieses que preocuparte por llegar a fin de mes, aunque por entonces, a mis veintidós años era lo que me preocupaba por esa cuestión. No obstante estaba seguro de que de haberle dicho que yo era un simple albañil sin estudios, sin coche y con un sueldo de supervivencia. Que había llegado a Cuenca con varios amigos, para así compartir gastos, en un viejo Renault 7, no en un Mercedes descapotable como ella. Que no se nos había pasado por la cabeza pasar por la noche en un hotel, ni siquiera en una pensión de mala muerte, porque entontes no nos llegaba para seguir la fiesta, habría dejado de hablar conmigo al instante. Le preocupaba su aspecto, porque ella siempre estaba en «perfecto orden de revista». Así lo dijo, como si fuese un soldado. Cuando reía, se mesaba los cabellos o se lamentaba de su mal aspecto, me atraía. Sin embargo, cuando alardeaba de su posición social, de sus vestidos y de sus viajes, no sentía envidia, creo, pero me producía cierta adversidad.   En más de una ocasión pensé en cortarle el rollo y regresar a buscar a mis amigos. Por otra parte, pensaba que me necesitaba, y yo siempre fui muy «gilipuertas» para esas cosas, el perfecto paño de lágrimas que se usa y se tira después.

—Podríamos ir a un bar y limpiarme un poco —propuso.

—¿Un bar imposible? Están abarrotados.  Como no se a una fuente o al río, está bajando las escaleras.  Aunque mejor si vas al parador...

—Lo que me faltaba. Ni por asomo, y que esté el allí. Ahora no quiero verlo siquiera. Necesito aclarar las ideas. Está claro que lo quiero, y mucho. Además, en septiembre nos casamos, pero ahora prefiero andar, respirar…

—Pues vamos al río, a mí también me vendrá bien volverme a lavar la cara y despejarme un poco; aunque te advierto que el agua está casi congelada...

—Vamos. El agua fría es buena para el cutis, y me dejas tu moquero, si está limpio, claro —y se echó a reír a carcajadas, contagiándome yo.

En unos instantes estábamos al lado del río lavándonos la cara. Ella limpiándose los lamparones del maquillaje y la sangre con mi pañuelo, que cuando no le sirvió, tiró al río y yo rápido lo atrapé y enjuagué, escurriéndolo bien.

—¡Qué guarrería! Es asqueroso. ¿No te lo irás a guardar?

—Pues sí, claro, si tiene hasta mis iniciales bordadas por mi madre —repliqué metiéndomelo en el bolsillo del anorak.

Llevaba despierto desde las siete de la mañana, eran más de las tres y me encontraba cansado y atontolinado. Me dejé caer sobre la hierba y ella hizo lo propio.  En silencio, sin darnos cuenta comenzamos a reír sin saber por qué.  Ella sacó un cigarrillo, papel de fumar y una china de hachís. La miré extrañado y riendo me preguntó si yo no fumaba.  Pensé en decirle que ni siquiera tabaco y menos porros, a pesar de haber realizado el servicio militar en la legión; pero me sentí ridículo y estúpidamente niñato. Le dije que sí. Afortunadamente no me dijo que lo liase yo. Ella lo hizo con gran maestría y lo encendió dándole una profunda bocanada. Contrariamente a lo que se pueda pensar, yo comencé a fumar muy joven, con unos doce años; pero a los diecisiete ya no fumaba.  Por tanto, no me resultaba extraña la acción de fumar.  Yo también le di una profunda calada.  Tras el primero, lio un segundo porro.  Me tendí en la hierba y ella a mí lado. Al rato acurrucó su cabeza en mi pecho, comenzando a reír y a llorar alternativamente y quejándose de lo ingrata que era la vida, que tan mal se había portado con ella. Me habló de los muchos desengaños sufridos.  La abracé intentando consolarla, atrayéndola hacía mí, quedando ella con la mitad de su cuerpo sobre el mío.  Sin darme cuenta comencé a acariciarle los cabellos, solo los cabellos.

—¡Qué frío! ¿Puedo meter mis manos debajo de tu ropa?

No esperó mi respuesta, desabrochó mi anorak y se puso literalmente sobre mí, su pecho aplastado contra el mío y sus mejillas apretadas contra las mías. Comenzó a acariciarme los costados como si buscase hacerme cosquillas. Intenté acariciarla yo también por debajo de la ropa, pero me retiró la mano, dejando de acariciarme.

—No te equivoques conmigo. Quiero a mi novio —me cortó, quedándose quieta, abrazada a mí. 

Sentir su cuerpo sobre el mío, notando sus pechos contra el mío me excitó contra mi voluntad más de lo deseado. Cada vez a pesar de que la marihuana aumentaba sus efectos en mi mente, a pesar de que yo apenas le di dos o tres caladas. Busqué sus labios y mis manos se deslizaron por debajo de su vestido. Me apartó las manos separándose de mí. 

—En Viernes Santo está prohibido comer carne. 

—Perdona.

—Debería irme a ver la procesión y a ver si encuentro a mi novio —musitó levantándose. 

Me levanté yo también encogiéndome de hombros notando la presión bajo mis pantalones, que no podía disimular, por lo que rápidamente me abroché el anorak para que no fuese tan evidente.

—Pues nada. Yo también me voy a buscar a mis amigos. Aunque no creo que estén en la procesión. 

Se acercó y me beso en la mejilla a modo de despedida. Desabrochó de nuevo mi anorak comenzó a acariciarme. A cada intento de hacer yo lo propio, ella me paraba.

—En Viernes Santo está prohibido comer carne. Además, tienes las manos un poco ásperas... 

Del frío —contesté. No iba a decirle que del cemento. 

Yo también tengo frío. 

Me terminé de desabrochar el anorak y la abracé con él. Sus manos volvieron a estar por dentro de mi camisa acariciándome. Mientras me acariciaba hablaba de su novio, de sus viajes por el extranjero, de que de Cuenca se irían a la Feria de Sevilla, de lo mucho que lo quería y de lo bien que lo pasaba con él. Me sentía mareado, quedé quieto oyéndola sin escucharla mientras me imaginaba cómo sería hacer el amor con aquella muchacha, me atreví a desabrochar dos botones de su vestido, y sin abrochárselos se apretó contra mí. Notaba sus pechos contra mi cuerpo. Fui a besarla de nuevo y retiró sus labios, separando su cuerpo del mío otra vez, comenzando a caminar cuesta arriba. Apenas había caminado unos pasos, me dejé caer sobre la hierba, girándose sonriente. 

—En Viernes Santo está prohibido comer carne, o eso dicen...

Se sentó sobre mis piernas.  Pensé todo, menos lo que ocurrió. Comenzó a desabrochar los botones de mi pantalón y yo me dejé hacer. Después no volvió a hablar de su novio. Comenzó a besarme, pasando lo que tenía que pasar.

 En un par de horas comenzaría «Bajada del Calvario", que ella, decía no querer perderse, por ser muy religiosa, se la perdió, porque se quedó durmiendo sobre mí, y yo también después de haber visto el paraíso al amanecer de aquel viernes de cuaresma.

Cuando desde no sé qué iglesia comenzaron a sonar las campanas y las trompetas y tambores de las Turbas, inundaban de ruido la ciudad, desperté con ella sentada con mi anorak por encima de su cuerpo, sin que yo recordase en qué momento me lo quité.  mirándome, riendo.

—Nos hemos quedado durmiendo y tú con el pájaro al aire...

  Era cierto. Aunque mantenía los pantalones puestos, permanecían desabrochados y con el pájaro helado y arrugado al aire y ella con su mano jugando con. Muerto de vergüenza y casi pasado los efectos del porro, apresuradamente fui a abrocharme, siendo incapaz de coordinar los movimientos de mis helados y nerviosos dedos, dejando los botones cojos. Ella desternillándose de risa, los desabrochó de nuevo, pensé que la noche tendría continuidad a ritmo de tambores y trompetas, pero no fue así, los abrochó, pero en perfecto orden.  Me dio un beso en los labios y me preguntó que cómo me llamaba. Se lo dije y cuando le pregunté su nombre, me contestó que no importaba. De nuevo me besó y su mano acarició lo abrochado mientras me besaba. Lo frío y arrugado quería salir de nuevo. Pero ella con ironía, sin dejar de acariciarme, movió la cabeza diciendo:

—Qué pena que me tenga que ir ya. Ha sido una noche que jamás olvidaré. ¡Muchas gracias!

— Pero…—Protesté yo, que me las prometía felices.

—Se hace de día.  ¿Quién me iba a decir que después de tener reservado el mejor hotel de Cuenca, terminaría bueno, haciendo el amor sobre la hierba mojada y helada? Lo peor de todo es que me tendré que confesar, he pecado...

Encendió un nuevo porro, ofreciéndomelo. Le di ahora dos buenas caladas. Me dio un nuevo beso y me pidió que no la siguiese y no lo hice. Tampoco estaba en condiciones. Me sentía más mareado que con el resolí. Cuando medio me despejé caminé hasta el convento de los Descalzos. Recordé la leyenda de un joven conquense se encontró con una bella dama.  Ella lo sedujo y llevó a pasear en la noche hasta el convento.  Llegado el momento, al levantarle las faldas se encontró que en lugar de unas bellas piernas de mujer, se encontraban unas peludas patas de cabra terminadas en pezuñas. Asustado corrió agarrándose a la cruz, desapareciendo el diablo, pues tal era aquella mujer. No tenía nada claro, ni lo que ensoñación o realidad, únicamente puedo asegurar que ella no tenía patas de macho cabrío.

  Ya despejado fui recordando todo lo ocurrido y dónde había quedado por la noche, en caso de perdernos con mis amigos. Los encontré borrachos hasta las trancas. Yo por el contrario estaba bien despejado. Poco a poco nos fuimos reuniendo, todos menos cuatro.  Como no los encontrábamos, fuimos a la plaza del Mercado a comer churros con chocolate, a ver si mientras tanto aparecían, por ser el lugar señalado si eran más de las diez de la mañana. Allí nos dijeron que la Cruz Roja llevaba a la plaza de toros a todos los borrachos que encontraba tirados por la calle.  


No esperaba verla, pero allí la volví a ver, elegantemente vestida, agarrada a la cintura de un chicarrón del norte y ropa cara, que todavía borracho se apoyaba en ella para no caerse. Iba resplandeciente, muy maquillada y salvo un rasguño en la mejilla, ni rastro aparente en su rostro. La saludé a distancia y ni me miró siquiera, a pesar de pasar por mi lado. Tal vez no me conoció, o al verme a la luz del día se percató que mi ropa era de mercadillo de barrio y no de pasarela de Versace o Balenciaga.

Nosotros fuimos con intención de comer a un salón de bodas de un pariente de uno de los que íbamos. Estaba cerrado y el dueño nos dijo que no nos podía hacer nada. Solo tenía cordero, chorizos y morcillas. 

— Es Viernes Santo y estaba prohibido comer carne, o eso dicen. Si no tenéis miedo de ir al infierno tengo leña...

©Paco Arenas

2 comentarios:

  1. Buenas tardes! Me llamo Lorena, he intentado participar en el foro de Pinarejo pero es imposible! Me he registrado, he probado crear conversación, responder en otros post…. Pero nada, salta publicidad y no me sale la opción de escribir.
    Al encontrar el blog y ver que sigue actualizándose, he visto que a la única forma de poder comunicarme.
    Soy de otra generación ( 38 años) y yo no conocí Pinarejo hasta ayer, mis hermanos ( más pequeños y yo) nacimos en Valencia, mi padre ( Lorenzo López, hijo de Ángelita Melero y Joaquín López) se fueron a Castellón cuando mi padre ( tenía 12 años) y hermanos y rompieron cualquier lazo con el pueblo ya que hicieron vida allí y no volvieron. En cambio nuestro nexo de unión y la que me ha hecho conocer Pinarejo toda la vida de escucharlo y poderlo pisarlo ayer por primera vez fue mi tía Lumi ( Iluminada Melero Navarro) que falleció la madrugada del sábado con 93 años. Vivía en valencia, y era más que una abuela, y casi una madre ( de hecho mis navidades y mi vida entera ha sido a su lado) y ella seguía yendo al pueblo en Semana Santa, verano, fiestas… ( incluso mi hermana pequeña que vivía con ella ha ido al pueblo en varias ocasiones)
    Ayer cuando llegamos, una sensación especial me invadió, al ver la Torre, las callecitas, entrar en esa iglesia y ver a la famosa virguen de Águeda que tanto años he visto en casa de mi tia, las ramas de olivo típicas de Semana Santa en las ventanas… fue tan emocionante y especial… cuando marchábamos después del entierro otra ve hacia Valencia, tenía una sensación tan triste… mi tía se quedaba allí, donde tenía que estar, en el panteón que años atrás mando hacer y descansaban su hermano y padres… pero me entristeció tanto conocerlo tan tarde, no haber disfrutado de esas calles paseando con ella…
    Se lo dije a mi hermano, a mi padre ( que por cierto llevaba 58 años son pisar el pueblo y le emociono tanto verlo, recordar cuando subía con las ovejas hacia el cementerio ( era pastorcito bien pequeño) recordar antes de llegar como a la vuelta estaba la casa de una “ novieta” que tuvo.. “ la Segunda”…
    Me pareció todo tan abrumador, que me dio pena no tener ya ese nexo de unión con el pueblo. Allí mi padre tiene primos pero el contacto es casi nulo y tampoco una maravilllosa relación pero ayer, como comentaba anteriormente, les decía a mis hermanos y padre, como me gustaría tener una casita allí y volver a crear lazos, llevar nuevas generaciones… me encantaría.
    Al llegar anoche a Valencia, y buscar información de Pinarejo, encontré el foro y este blog, fue maravilloso en el post de los motes, leer tanto escuchados por mi tía! ( los pelarrabos, brevas… de hecho! Mi abuelo creo que era uno de ellos pero tengo que confórmalo cuando vea a mi padre!!) ver las fotos antiguas! Encontré a mi tía Lumi de joven! Y a su hermana Josefa ( mujer fe Paco, que tenían un bar)…
    Bueno, quería desahogarme un poco, contar que me pareció un pueblo tan especial..pudo ser el momento, la situación, ese lado bucólico de conocer el pueblo que tantísimas veces me habló mi tía, el día tan bonito que hizo ayer… una mezcla de sentimientos que creó uno inesperado para mi… volver a Pinarejo.

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    1. Buenas tardes, Lorena. Ignoro la razón por la cual tus comentarios fueron a la carpeta de "SPAM". Te pido disculpas. Me alegrado mucho de leer tu comentario y que quieras tener ese nexo con Pinarejo. Te animo a ello y a entrar en el grupo de Facebook: Gentes de Pinarejo. Posiblemente te llevarás agradables sorpresas. Un saludo también desde Valencia y disculpas nuevamente.

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