Siempre es difícil visitar a un enfermo, a alguien a quien
quieres mucho, sabiendo que le debieras haber dicho muchas cosas que nunca le
dijiste, o le dijiste otras que no debieras haber dicho. Deseas hacer esa visita con toda tu alma y te
da miedo afrontarla, sabes que te dolerá, ensayas miles de palabras que sabes
que debieras decir y que no serás capaz. Buscaras palabras de consuelo que no dirás,
porque el dolor te aprisionara la garganta, la mente, te paralizara el cuerpo. Te asustas cuando ves a esa persona y hubiese
querido no haberla visto, te cuesta hasta reconocerla y apenas hace unos meses
que la has visto.
Quieres escapar, intentas disimular tu rabia, tu dolor, tu
ira indisimulable contra un Dios inmisericorde, lo maldices en el silencio
tormentoso de tu cerebro,
pero callas, no eres capaz ni de expresar la sensación
de dolor, intentas sonreír al enfermo, pero…¿ de dónde sacas las fuerzas? Al irte sientes ganas de vomitar, te sientes
culpable, quisieras estallar, sacar toda tu rabia. No hay derecho, no hay derecho, las personas deberíamos
vivir mientras lo pudiésemos hacer con dignidad, me horroriza pensar que esa
persona a quien quiero tanto, a quien no he sido capaz de decirle todas
aquellas cosas que debiera haberle dicho, porque la quiero, le deseo la muerte,
porque sé que nunca se va a recuperar, porque me duele verla así, me duele
haberla vito como la he visto, sabiendo lo que fue.
No quiero ese recuerdo, de tristeza de amargura, de
debilidad, sabiendo que siempre le acompaño la sonrisa, la fuerza y las ganas
de luchar, que cada palo que le dio la vida no termino de superarlo, porque
fueron muchos y muy crueles, pero se levantó y procuro siempre, a pesar de lo
cruel que fue la vida con ella, afrontar el futuro con una sonrisa en los
labios.
Me gustaría creer en Dios, pensar que tanto dolor y
sufrimiento, que tanto coraje y ganas de vivir, que tanto sufrimiento, será
recompensado en otra vida, pero…
Ahora solo puedo sentir dolor.
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