sábado, 23 de mayo de 2020

Teclas cara al sol sobre un trapo viejo de limpiar el polvo


Entre tanto desastre, tanta cacerola sin cocido y maltratada, tanto virus y su maldita corona, en España el reto será encontrar la «PAZ», sin que nadie diga lo bueno que eras.

Entre tanto desastre, tanta cacerola sin cocido y maltratada, tanto virus y su maldita corona, en España el reto será encontrar la «PAZ», sin que nadie diga lo bueno que eras.

Desmonté el teclado letra por letra, lo metí en agua y jabón y unas gotas de lejía, por seguir el consejo de un gran estadista americano. Lo hice con la maligna intención de amedrentarlo, porque yo soy malo malísimo, de lo peor, un español de la cascara amarga al que le gusta el pimentón rojo picante, pero picante, picante y rojo, rojo.

Como soy un intolerante, estaba y estoy harto de que, cuando lo tengo bajo mis dedos, en lugar de dar gritos orgásmicos, escriba lo que le dé la gana, que yo también tengo opinión, y no es cuestión que las palabras salgan solas sin control ni razón, y más con cacerolas expandiendo ruido, que luego me cogen manía los vecinos.

Sí ya sé que soy muy cabezón, no lo voy a negar; pero, que es un teclado que lo único que tiene de español es la letra «Ñ», al igual que las banderas que salen en procesión expandiendo virus sin control. Sí, sí, ya lo sé, también, como el virus ese, que después de fastidiarnos, dijeron nos iba a hacer ser mejores y de esta saldríamos unidos como españoles ¡Qué ilusos! Nos olvidamos que el virus es invisible y el odio rancio y añejo.

Después del chapuzón lo restregué bien hasta por detrás del cogote, sin dejarme la parte de atrás de las orejas, ni las legañas, que siempre le salen entre la «O» y la «J» con la complicidad del "0", que en este caso no está a la izquierda, sino a la derecha de la "O".

¡Copón! Ya salió la vena rojilla de la cuestión. Y eso no lo quería yo, que luego por culpa de este teclado, me acusan de ser un radical de cuidado, y meterme con todo aquel que no piensa como yo. A ver, si no soy yo y son ellos quienes piensan que debo pensar como ellos, y me miran mal por no pensar de acuerdo a sus cavilaciones.

Claro que, también pudiera ser, que las teclas sean las culpables y quieren salir del confinamiento del teclado a hacer caceroladas contra mí y mi modo de gestionar las palabras, que haber, son mis dedos quienes aporrean el teclado, no el dinero con el que lo he comprado, tengamos clara la cuestión. Por tanto, las teclas, lo tienen claro, como tengan que buscar las cacerolas, tendrán que pedirle a la asistenta que las busquen ellas, y las teclas no son cayetanas, ni tienen criados y la última decisión la tengo yo. Las teclas nunca han tocado una cacerola, ni saben freír ni un huevo frito, ni mucho menos hacer un buen cocido, sin mis dedos y mis manos, son casi tan inútiles como los cayetanos.

Decir, que también son ruidosas las condenadas, y si no que se lo pregunten a Nieves, que me pregunta más de una vez si las golpeo con la punta de los dedos o con el martillo (yo no tengo palo de golf) tampoco soy un golfo vividor, qué más quisiera yo, o no, prefiero dejarme llevar por la voluntad de las teclas, que por la ira estúpida de los parásitos. ¡Maldito teclado! ¡Ves como necesitabas un baño!

Tras el baño, las he puesto cara al sol, en un trapo del polvo viejo, sin guardar la distancia de seguridad que dictan las autoridades para evitar el contagio del maldito virus y su corona. Así las he dejado, cara al sol con un trapo que no sirve para nada ya. Me han dado la idea los cayetanos del barrio Salamanca, que mal lo deben estar pasando sin poder ir a fardar del mucho dinero que tienen de tanto robar ellos y sus ancestros al populacho (cuando por su culpa rebrote el virus, todavía tendrán la desvergüenza de hablar del 8-M).


En el triste espacio de ese viejo trapo de polvo, (comido por la lejía), he colocado todas las teclas caras al sol (me repito, como los energúmenos de las cacerolas) y allí se han secado, bien limpias y sin ira, (libertad sin ira). Para mi sorpresa, tanto que, la «P» se ha unido a la «A» y a la «Z», y entre las tres han formado una hermosa palabra. Espero que, de ahora en adelante, después de la procesión en coche, y haber tocado los cojo..., perdón, las cacerolas, estas teclas, hayan quedado limpias para escribir hermosas palabras en lugar de barbaridades, que, en muchas ocasiones, más que escribir, parecen gritar.

Paco Arenas (Rompe teclados profesional)

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