A las otras madres, a las madres de nuestros hijos, de nuestros nietos, sean
hijas o nueras.
Añoramos el potaje de nuestras madres, el pan, la
malta, las caricias, y hasta los besos...
Lloramos su ausencia como puñal clavado al despertar el alba, sentimos la perdida infancia cabalgar por nuestras sienes.
Tan ciegos, tan egocéntricos, que
no vemos el potaje caliente sobre la mesa, el café que nos despierta cada
mañana, las caricias que nos apaciguan en la noche, los besos que calman
nuestra sed, la infancia de nuestros hijos que juegan a nuestro alrededor, la
infancia que nos perdemos...,
Ignoramos a esas otras madres, a las de nuestros hijos, y en ocasiones hasta las matamos...
Siempre hay y habrá un hilo de
memoria para recordar al vientre amado que nos engendró, siempre debería haber
un vestido de besos y caricias para la madre que nos hace padres, abuelos...,
para esa madre que calma cada mañana nuestra sed, que llena nuestro corazón de
alegría.
Sí, no hay día que no recuerde a
mi madre, tampoco día que no desee y bese a la madre de mis hijos.
Gracias a la primera por
enseñarme a ser hijo, y a la segunda por estar a las duras y a las maduras, por
quererme como yo la quiero, y por ser la madre de los dos seres que más
queremos en este mundo.
©Paco
Arenas
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