jueves, 25 de junio de 2020

Mascarilla, máscara y bozal...


Dos relatos reales desde la «desescalada» (fea palabra)

Mi ventana, en este muro, es un lugar de riesgo, a pesar de lo cual, desde mi ignorancia, opino como si fuese un experto perito en lunas y comportamientos humanos. Este ventanuco es un lugar de privilegio para el cotilleo y para poner al aire los sucios calzoncillos o bragas de cada cual, por supuesto olvidándome qué tal vez, los míos estén sin lavar.

Desde mi ventana de mis ojos puedo observar,lo que en tantas ocasiones se ha dicho:
El sentido común es el menos común de los sentidos.
Y...
Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, que descalabrados y descerebrados estaremos todos.

1)       Rezando no hay peligro

Una de mis primeras salidas fue a mi antiguo barrio, me encontré con una mujer de mediana edad, es decir la mía, que desde hacía lo menos dos años no veía. Ambos nos alegramos de vernos, pero me tocó ser borde y hasta grosero con ella, muy a mi pesar.

Antes de que lo pudiera evitar me soltó un par de besos en cada mejilla, ella sin mascarilla y yo, que sí la llevaba, sin poderlo evitar. Me zafé, como pude de sus abrazos, que en otras circunstancias no me hubiese puesto pegas, no siendo yo de natural efusivo.

—¿No te has enterado que debemos guardar las distancias y llevar mascarilla, que el virus anda por todos lados? —articulé casi tartamudeando e intentando disimular mi malestar por tener que llamar la atención sobre algo que no creía que fuera necesario decirlo a nadie, y menos a una persona agradable como es la mencionada mujer.

—No pasa nada. Eso son tonterías de gente ignorante. Yo ya he estado en mi pueblo y en todos sitios, he besado y abrazado a todo el mundo y a nadie le ha pasado nada.  Y te puedo asegurar que nunca uso mascarilla. No la necesito...

¿Acaso ya lo has pasado? —le interpelé, cuestionando que tal circunstancia tuviera lugar, algo me decía que esa no era la razón por la cual no se ponía mascarilla.

No, ¡qué va! No lo he pasado, pero a mí no me afecta. Soy buena cristiana y rezo mucho… —me contestó entre risas, como si mi expresión de asombro no fuese suficiente para frenar esas despreocupadas risas.

—¿Y eso? —le pregunté, sin ser capaz de cuestionar su argumento, nunca cuestiono a nadie sus creencias o convicciones, por muchas dudas que me suscite.

—Rezo, rezo mucho, y desde que empezó todo esto rezo mucho más, y así me libro de todo mal...tú deberías hacer lo mismo, pedirle a Dios... —y comenzó a parlotear sobre su fe, y las ventajas que tenía rezar.

— Yo es que no soy de rezar. Así que prefiero llevar la mascarilla y respetar las distancias —le repliqué un tanto grosero, aunque sin perder la sonrisa, echándome un paso hacia atrás, ya que ella se había ido acercándose a mí.

—¿Acaso tienes miedo a morirte? No soy una apestada. Estoy bien de salud —me dijo incomoda señalándome con el dedo directamente a la cara —. Deberías rezar, y así no tendrías miedo ni al Covid ni a Satanás.

—Lo siento, ya te lo he dicho, yo no soy de rezar. Me parece estupendo que tu encuentres consuelo en tu fe. No tengo miedo ni al cielo ni al infierno, al Corona Virus, solo precaución, porque tengo muchas cosas pendientes y si me muero antes de hacerlas, se quedarán sin hacer. Así que, lo siento.

—Yo no tengo miedo a morirme. Rezo y sé que cuando muera Dios me acogerá en su seno.

—Yo tampoco tengo miedo a la muerte, pero, sé que cuando muera, no iré ni al cielo ni al infierno, como mucho me quedaré en el recuerdo de la gente que un día me quiso. Y no aspiro a nada más, como mucho a eso. Te repito, no soy de rezar.

— Mal haces, y eso que te tenía por ser una buena persona…

—Yo creo que muy malo no soy —no pude evitar reírme —. Vamos, digo yo.

—Y yo te tengo por buena persona, por eso quiero que salves tu alma. El cuerpo se va, y el alma se queda, se va al cielo o al infierno.

—Así te darán a ti una parcela más grande —bromeé, ante lo absurdo de sus argumentos, desde mi punto de vista.

—¿Te ríes? Sepas que voy a la catedral a escuchar a Cañizares y bien claro que lo dice ese bendito hombre...

Fue nombrar al arzobispo Cañizares y entrarme unas prisas increíbles:

—¡Hasta luego María! Me alegro de haberte visto, cuídate mucho, voy con el tiempo muy justo —repliqué despidiéndome con la mano.

—Acuérdate de rezar, Dios te librará de todo mal y si quieres te llamo cuando vaya a la catedral y verás como llevo razón…

—No mejor no - y antes de que me volviera a dar otro par de besos, viendo que se acercaba a mí, yo ya estaba a cinco metros y emprendía la huida.

2) Todo son mentiras del gobierno social-comunista y del Coletas.

Ese mismo día, media hora después, decidí acércame a una panadería de la avenida El Ecuador, que elaboran un excelente pan.

Era preciso hacer cola en la calle, entrar por una puerta y salir por otra. Media docena de personas esperaban guardando las distancias de seguridad y con la mascarilla puesta en condiciones. Saludé a dos personas que conocía y me coloqué en la cola.

Justo detrás de mí llegó un viejo amigo de adolescencia, desempleado por culpa de reforma laboral, que tantos estragos causó y causa, puesto que ocho años después todavía está vigente. En su juventud siempre fue muy pasota, nunca se preocupó de nada, la última vez que lo vi echaba pestes de Rajoy y de todos los corruptos, también de la reforma laboral.

 Me alegré de verlo, a pesar de no llevar mascarilla, puesta, cosa que en él no me extraño, de joven era el típico adolescente pasota y despreocupado que solo pensaba en el fútbol y en las chicas, con las cuales, he de confesar, tenía más éxito que yo. Directamente fue a estrecharme la mano, y negué, echándome dos pasos para atrás.

—¿Qué pasa, no te alegras de verme? —Me preguntó un tanto perplejo.

—Claro hombre, claro que me alegro de verte, ¿cómo no iba a alegrarme? Pero ya sabes, hay que guardar las distancias y llevar mascarilla —le dije sonriendo, a pesar de que la mascarilla ocultaría mis labios y un poco mi decepción de que él no la llevará.

-Yo solo me la pongo para entrar en las tiendas —me contestó metiéndose la mano al bolsillo y enseñando un trozo de tela de color verde caqui.

—Pues deberías llevarla puesta, siempre que no puedas guardar las distancias. Simón lo explica muy bien...

—¿Yo? ¿Simón? Menudo tarambana. ¿Qué te crees que voy a hacer caso a ese mal peinao, o al Coletas? Eso del virus es mentira. Un invento para imponer la dictadura de los podemitas..., lo que yo te diga…

—Hombre, el virus está suelto… —fui a argumentar, pero no me dejo.

—¿Tú lo has visto? Paco no me seas ingenuo. Todo es mentira, un invento, yo no conozco a nadie que se haya muerto, todo una gran mentira para controlar a la gente, si hasta el director de una universidad ha dicho que en España el gobierno social comunista quiere implantarnos un chip…

Comenzó a echar pestes contra el gobierno, a pesar de que gracias al Ingreso Mínimo Vital,  cobraría más del doble de lo que cobraba antes. Le repliqué al principio, pero después de escuchar tales barbaridades, cosas y otras sobre los emigrantes, además de escupir al aullar a todo volumen, y hacerlo sin mascarilla, ni bozal, preferí cortar la conversación, para evitar que terminase en discusión. 

—Madre mía, que gilipolleces dice la gente… hasta luego —musité moviendo la cabeza de un lado a otro, no valía la pena.

—¿No te habrás enfadado?

—No. Me toca, hasta luego.

—Tu sabes que a mí me gusta decir siempre la verdad…

—Hasta luego.

—Pero, espera…

Y como me tocaba pasar, lo dejé con la palabra en la boca y pasé dentro, al salir entraba él con un bozal verde sucio y banderita al lado. Ni me despedí, ¿Para qué?

En realidad, me dio mucha pena, está parado desde hace seis años. Nunca fue, ni antes ni después a una manifestación para reivindicar sus derechos. Sigue con su cabeza rota de adolescente que solo piensa en el fútbol, sin intentar siquiera pensar en otra cosa que no sea en la alineación de su equipo. Hasta este mes cobraba 426 euros, y ahora gracias a el ingreso mínimo vital, cobrará más de 800. A pesar de lo cual, en las elecciones votará al partido que sigue hablando de la «paguita» con desprecio.  

Recuerdo lo que me dijo cuando le dije que escribía: «menuda tontería, nadie lee, habiendo fútbol menuda tontería, habiendo fútbol, leer es una tontería».

 En fin, la ignorancia tiene consecuencias para todos, no solo para los ignorantes.

©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar



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