miércoles, 10 de febrero de 2021

Apéate del burro, Sancho

 

Donde don Quijote y Sancho hablan sobre la libertad de expresión en España y otros diversos asuntos que vienen a colación tras el encarcelamiento de un juglar por cantar las cuatro verdades del barquero...

Por la manchega llanura cabalgan don Quijote y Sancho con frío que hiela hasta los pensamientos, y no es por culpa de la borrasca Filomena, la cual ha extendido su blanco manto por pueblos, campos, sendas y caminos, e incluso por calles y avenidas de las ciudades, extrañamente, también sobre Madrid, donde sus ineptos gobernantes, no las vieron venir, por mucho que los meteorólogos advirtieran.

Después de cinco siglos cabalgando, Sancho ya no llama amo a don Quijote, sino maestro; aunque, suele decir don Quijote, que Sancho es un hombre sabio, puesto que sólo los sabios preguntan lo que no saben y cuestionan lo que creen saber.

—Maestro, he escuchado en la radio que han metido a un cantante en la en la cárcel por cantar la verdad sobre determinados delincuentes, al tiempo que una ministra decía que España era una democracia avanzada, lo cual me hace dudar…—musitó entre dientes Sancho, como si no se atreviera a cuestionar a una ministra.

—¿Qué barruntas, que a estas alturas te falta la libertad de expresión que tu deslenguada boca tuvo siempre para conmigo?

—Maestro, sobre eso va la cuestión…

—¿Sobre tus insolencias o sobre tu falta de confianza sobre esta cuestión? Anda, buen Sancho, que hay confianza.

—Maestro… ¿En España existe la libertad de expresión?

—Amigo Sancho, la libertad de expresión está en libertad condicional y vigilada, muy vigilada. Abrígate bien y súbete la mascarilla, que tienes la nariz tan chata que no se te sujeta como debe. 

—Es que voy a comer unas magdalenas de Pinarejo, con una pizca de vino…

Sancho dijo eso, por no decir:

«A vuestra merced, bien que se le sujeta en sus afiladas napias, que no precisaría de caña para ir a pescar truchas al Júcar.»

 —Con el frío que hace, se te van a quedar heladas las yemas. Ya pararemos en una fonda del camino —le quitó las ideas don Quijote.

—No, maestro, las yemas bien las llevo cubiertas dentro de los calzones, que me hizo mi Teresa, en las oscuras claras de mis huevillos —bromeó Sancho.

—Ganas de broma tienes botarate.

—Más ganas tengo de mi Teresa —dijo sin perder la sonrisa Sancho —. La verdad es que no sé que se nos ha perdido en Madrid.

—Ni yo —dijo don Quijote se encogiéndose de hombros.

—Usted sabrá, pero vamos a lo que vamos. Dice usted que la libertad de expresión está en libertad condicional y vigilada, ¿por eso se condena a prisión a los titiriteros y cantantes? —Preguntó Sancho, resignado, metiendo las manos debajo de la faja de lana, con las riendas bien cogidas.

—Si dices la verdad sobre quienes roban a manos llenas, o viven a cuerpo de rey sin dar palo al agua, esa libertad está condicionada y penada hasta con cárcel…

—Maestro, pero está la prensa debe hacerse eco y denunciar esa situación…

—¿La prensa, dices?

—Sí claro, ¿acaso la prensa no es libre? —Preguntó Sancho a don Quijote, que no iba muy a gusto, quitándose el gorro por un instante —¡Copón, que frío! Se me queda helada la azotea.

—Es libre de publicar lo que quiera el dueño de la imprenta —respondió don Quijote.

—¿Acaso no debería ser plural e imparcial?

—¿Tú tirarías piedras contra tu propio tejado?

—Maestro, ahora están cubiertos por nieve, a buen seguro no rompería ninguna teja…

—Si en lugar de trabajar para mí, que soy tu amigo…

—Que no siempre me lleva la soldada al día —le cortó malicioso Sancho, con cierto retintín…

—Imagina que eres periodista —ignoró el todo don Quijote —, y el pan de tus hijos depende de…

—No es preciso que siga —le interrumpió Sancho —. Como bien sabe vuestra merced, yo también. Todos sabemos quiénes son los ladrones y su calidad, igualmente, en qué desiertos lejanos o cercanos palacios moran a costa de nuestras costillas, esos bribones son...

—¡Calla! En ese caso, no es preciso que nombres a los bribones, no fuera a ser que siguieras el camino de ese cantante…

—No obstante, maestro, la Justicia debería perseguirlos, el Gobierno facilitar que se aplique la ley, la Fiscalía igualmente hacer su labor, la Agencia Tributaria poner sus tropelías al descubierto y la prensa en masa, con independencia de sus creencia o lealtades, debería, no sólo hacerse eco, sino investigar sobre sus desmanes….

—¡Ay, amigo Sancho! Pides peras al olmo, para ello deberían ser esas instituciones que mencionas, y la prensa, que mira para otro lado, a cambio de unas monedas o favores, ser democráticas…

—Y de eso, ¿quién tiene la culpa?

 — ¿Por qué preguntas lo que ya sabes? El principal culpable es el pueblo de que estos desmanes se produzcan. 

—¿El pueblo? ¿Acaso no votamos a nuestros representantes para que hagan su trabajo? ¿Acaso no es la judicatura, la fiscalía, la prensa…?

—¡Ay Sancho, que iluso eres!

 —Maestro, me hace vuestra merced, o usted, vamos a dejarnos de zarandajas, dudar de mi patria y mi bandera, y a quien debo guardar lealtad.

—Sancho, parte de la judicatura fue elegida por jueces que juraron lealtad a la dictadura. Aunque duela decirlo, las profundas raíces del poder judicial están sumergidas en los tiempos grises de la dictadura.  Otra parte, está sometido al nombramiento de políticos corruptos, que no permitirán nunca que esas raíces se arranquen, ni mucho menos se saneen. Si eso ocurriera, serían muchos quienes irían a la cárcel, y no serían titiriteros, cantantes o poetas...

—Pero se supone que la judicatura debe ser independiente…—interrumpió Sancho a su maestro.

—La judicatura debería ser independiente y lo más importante, imparcial. Aplicar la ley de acuerdo a la justicia a todos por igual, y te aseguro que ni es independiente, ni mucho menos imparcial, antes irás tú, personaje de ficción, a la cárcel, que un ladrón que meta la mano en las arcas públicas…

—¿Y la fiscalía? ¿Acaso no la nombra el Gobierno que es la expresión de la voluntad popular?

—¿El Gobierno que jura lealtad al dueño del cortijo y a sus normas?

—¿Acaso el Gobierno no debería jurar lealtad al pueblo, a la Soberanía Nacional, y no a ningún dueño de nada?

—Así debería ser, pero, para abreviar, amigo Sancho. Me adelanto a tu próxima pregunta. La prensa sólo cuestionara lo que permita el dueño de la imprenta, los anunciadores y quienes dan los créditos para que la fábrica de mentiras adormideras funcione, para lo cual, de vez en cuando, deben hacer explosiones controladas, ocultando con unas otras, hasta que la gente se olvide, para darle una apariencia democrática, cuando no lo es.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, las primeras andanzas y escándalos financieros del rey emérito son conocidas por la prensa española desde hace más de cincuenta años. En Portugal salieron las primeras noticias sobre cierto turbio asunto. Más tarde, en el extranjero, surgieron temas financieros y de faldas, y la prensa y los diversos gobiernos españoles tuvieron conocimiento de ello al mismo tiempo que se publicaba en Estados Unidos, Portugal, Italia, Inglaterra. Aquí, en nuestra querida España la prensa lo ocultó, mirando para otro lado. Eso por no hablar del presunto golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. De haber existido una prensa libre y España haber sido un país democrático, sabríamos la verdad de lo ocurrido y no habrían fabricado un héroe de donde nunca, y repito una y mil veces, nunca lo hubo.

—Pero, en ese caso, de acuerdo a la Constitución, el poder legislativo, el poder ejecutivo y el judicial debería regular para perseguir posibles desmanes de cualquier ciudadano, y crear los cauces para tener una prensa libre, veraz y al servicio de la sociedad…

—Vuelta la borrica al trigo, estando nevando y la mies en la cuadra ¿Acaso no me acabas de escuchar?

—Sí, sí, pero llevo un librillo…

—Ya lo sé, no lo saques que se te van a quedar las manos heladas y si te descuidas hasta esas yemas que llevas bajo los calzones, y al contraste con tu cabeza caliente te puede explotar. Además, me consta que te lo sabes de memoria, justo lo contrario que los políticos falsarios, los cuales se autodenominan constitucionalistas sin serlo…

—Sí, sí, bien que me lo sé. Pero sí voy a sacar el librillo, y la bota de vino, que tengo la garganta seca y carrasposa y el pobre Rucio también…

—Lo que quieras, pero ponte la mascarilla después, no seas como el cura de Orihuela, que, de once monjas de un convento, nueve han dado positivo en el test…

—¿Se han quedado preñadas? —Pregunto Sancho, sacando la bota de vino, quitándole la mascarilla al borrico, dándole un generoso trago y bebiendo después.

—No, no hombre, han dado positivo del Corona Virus…

—Ya me había asustado usted, entre los obispos que no tienen Fe en Dios, que son unos cuantos, y se han colado, mintiendo, para ponerse la vacuna y ese cura que hace que las monjas den positivo, ¿de verdad que no es de embarazo?

—Vamos a lo que vamos, no nos vayamos por los cerros de Úbeda, que estamos por los llanos de la Mancha…

—Es que pienso en mi Teresa, el frío que pasará en la cama sola. ¿De verdad no quiere usted un trago de vino?

—Prefiero agua que hace la vista clara, y Rocinante también, no me lo vicies, que ya le ibas a dar…

—Pobre animal, que del vino no puede disfrutar. Lo siento Rociii, donde manda caballero, no decide escudero…—Y echó otro trago de vino, aprovechando que tenía las manos fuera, sacó el librillo y leyó:

 «España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político...»

—Propugna, decir que propugna la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político es una falacia —saltó don Quijote —. Anda, dame un trago de vino, que me la trague sin atragantarme.

También propugna el derecho al trabajo y a un sueldo digno, y mucha gente se ve privada de ese derecho. Propugna el derecho a una vivienda digna, y son muchos quienes no la tienen. La libertad, para quien no tiene trabajo…

—Pero, la Constitución dice…

—La Constitución es papel mojado sino hay voluntad por aplicarla nada más que en los casos en los cuales se favorece a los poderosos y a los dueños del cortijo.  La justicia como el contenido de la prensa, la dicta el dueño de la imprenta, quienes tienen el dinero, las grandes fortunas, los ladrones, quienes realmente mandan. El pueblo español no ostenta la Soberanía nacional...

—Vuestra merced quiere que me pille el toro. Aquí lo dice claro:

«La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.»

—¿Y tú eres tan estúpido de creerlo? Ya te he dicho que es una falacia.

—¡Maestro, respeto! Es la ley de leyes de España...

—Léete, lo que sigue, haz el favor. 

—«La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria».

—Ahora, piensa un poco…, pues eso. La soberanía nos fue arrebatada al pueblo por un sanguinario dictador, entregada a un usurpador, que es quien ostenta la soberanía, es el dueño de la imprenta, inviolable ante la ley…

—Pero eso en democracia, se puede cambiar…

—En democracia sí, pero, tú lo has dicho, en deeemooocraaaciiiaaa. No en un fraudulento sucedáneo de mala calidad de lo que debiera ser una democracia de verdad, donde se tienen prohibido preguntar a los ciudadanos la forma de Estado que prefieren, porque así lo prohíbe el dueño del Cortijo.  Apéate del burro, si crees que vives en una democracia y las leyes y justicia son igual para todos —señalando a Sancho y al librillo que llevaba en la mano —. Tú no eres el dueño de la imprenta, ni tú ni los cuarenta y ocho millones de españoles, para reimprimir ese libro, necesitas que el dueño de la imprenta te dé el permiso.

—En nuestro lugar de la Mancha, siempre se dijo que dos eran más que uno, y que si los segadores no siegan, ni el rey come. La Constitución…—esgrimió el librillo Sancho.

—Si te crees las mentiras que te cuentan, mereces ser quien vaya debajo del burro seas tú, puesto que el borrico es más sabio que tú y bebe vino con la misma alegría que tú: aunque, tú pises la uva, nunca beberás el vino que bebe el dueño del cortijo.

—Pero yo…

—Anda, ponte la mascarilla, que entramos en Madrid y no nos vayamos a contagiar por los virus de la insensatez... 

—Me apeo, pero vuestra merced, no me ha de negar que también puede estar equivocado…

—Por supuesto, como tú, pero recuerda que sólo los sabios se preguntan lo que no saben y cuestionan lo que creen saber…

—En ese caso, eso nos falta, cuestionar lo que nos dicen, lo que creemos y lo que creemos saber, sólo así seremos una República libre...

—A eso debemos aspirar, amigo Sancho, a ser una república de ciudadanos libres y no súbditos de un usurpador de nuestra soberanía nacional..., y aún así, seguir dudando siempre.

Cuando don Quijote y Sancho entraron por las calles de Madrid, fulgurantes luces de Navidad, acompañadas de otras que deslumbraban los ojos por su mal gusto, atraían a miles de súbditos, que, como mosquitos embobados, miraban su destello acudiendo en masa a la luz…

©Paco Arenas

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