En la
televisión el ministro Luis Planas está diciendo en una entrevista:
—No creo
que existan márgenes extraordinarios de las empresas de distribución, pero si
un consumidor no está de acuerdo, el mejor instrumento que tiene un ciudadano o
un usuario si no está de acuerdo con los precios es irse al supermercado de al
lado que probablemente lo ofertará en un precio inferior...
—¿Cómo
puede decir eso, si se ha puesto de acuerdo la mafia para poner todos los
precios igual... ¡Qué vergüenza! —Gritó enfurecida Teresa Cascajo entrando de
la calle con una bolsa de nylon.
Los
cuatro hombres, que se encontraban jugando a las cartas, se giraron al
escucharla.
—¿Quién tiene la culpa, Putin, Zelenski,
Biden, Borrel, los traficantes de armas, los traficantes de petróleo o los
traficantes de hambre? —De nuevo gritó
la mujer de Sancho Panza, mirando ahora a los jugadores, mientras dejaba una
bolsa de nylon encima de la mesa, interrumpiendo la partida de mus entre el
cura Pedro, el bachiller Carrasco, el barbero Nicolás y su esposo, Sancho
Panza. Los cuatro hombres miraron estupefactos, primero la bolsa de la compra y
después a Teresa.
—¿Qué le
has dado de comer hoy, amigo Sancho, que tan desbocada tienes a tu amada
Teresa? —Preguntó el bachiller Carrasco
en tono jocoso a Sancho.
Teresa
taladró con la mirada a bachiller, colocó sus brazos en jarras y cuando parecía
que iba a salir el magma volcánico por su boca, giró la mirada hacia el
televisor, en la que Ana Rosa Quintana justificaba las palabras del ministro,
dándole la razón y el gran creador de bulos, Eduardo Inda, volvía a la carga
echándole la culpa a una coleta hace meses cortada.
—¿Para
qué tenéis esta mierda, si no la estáis viendo? —¿No sabéis que gasta
corriente? Claro, como luego la que limpia soy yo…
—¡Calma,
calma! Calma, estimada Teresa —se levantó el cura Pedro colocándole una mano
sobre el hombro, hablándole de manera condescendiente y paternalista —
Tranquilízate, mujer de Dios —calló el sacerdote ante la mirada iracunda de
Teresa.
—¿Calma?
¿Que me calme? Hay que tener un cuajo para decir que me calme, cuando acaban de
atracar, abusando de mí entre cinco sinvergüenzas con la complicidad de…
Los tres
hombres que permanecían sentados se alzaron a un tiempo colocándose al lado del
sacerdote y de Teresa.
—¿Te han atracado y te han violado? —Preguntó
consternado Sancho abrazándola, casi sin salirle las palabras de la boca, soltando
un suspiro triste con aroma a nada frito.
Los otros
tres hombres se miraron entre preocupados e incrédulos.
—Si es
que con tanto extranjero. No sé a dónde vamos a parar… —dijo maese Nicolás, que
había tenido que bajar los precios ante la competencia.
—La
depravación moral, que si el matrimonio gay, el divorcio, el aborto —calló
porque la hija del bachiller Carrasco se terminaba de casar por lo civil con la
hija del jefe de la policía local, homófobo declarado. Además, sabía que el
hijo del sacamuelas andaba de amores con un sobrino de Sancho Panza, aunque eso
de momento era secreto de confesión y no lo podía decir. Por si fuera poco, la
hija mayor del bachiller Carrasco, que ansiaba ser abuelo le confesó, aunque no
en el confesionario, que se había hecho ligaduras de trompas, para no quedarse
embarazada:
—Padre
—le dijo Raquel Carrasco al sacerdote cuando le preguntó si sería madre pronto,
pues su padre le había dicho que ansiaba ser abuelo—, se lo voy a decir claro.
Tener hijos para que los Garamendi y compañía, que cobran cuatrocientos mil
euros y está en contra de un salario mínimo de mil ochenta euros, o para que el
bribón de un rey le dé de nuestros dineros sesenta y ocho millones de euros a
su amante, y los «froilanes» o las «victorias federicas» vivan a cuerpo de rey
a cargo de quienes sudamos cada miga, eso por no decir a quienes mandan a sus
hijas a estudiar a Gales a costa nuestra, pues va ser que no. Antes de traer a
un esclavo, ligaduras de trompas, porque el método de la aspirina no funciona,
porque vocación de monja no tengo…
Tanto le
dijo Raquel Carrasco, que el sacerdote se persignó con resignación, le echó su
bendición y pensó: «Si tu padre que es juez supiera cómo piensas, ibas directa
a la cárcel». No obstante, no le dijo nada, por si acaso se metía con la
asignación de 13.000 millones que recibe la Iglesia Española del Estado, y ahí
entraba en juego sus lentejas.
Volvamos
a la interrupción de la partida de mus por parte de Teresa Cascajo.
—Y las
leyes que no acompañan porque… —comenzó a decir el bachiller Carrasco, juez en
ejercicio, (aspirante eterno a entrar en el Tribunal Supremo), ajeno a los
pensamientos del sacerdote, pero calló ante los ojos penetrantes de Teresa, que
lo miraba como si le perdonara la vida.
—¿Te han
violado, bonica mía? ¡Ay! —insistió Sancho —. Eres tan guapa y caminas con tal
donaire, que hasta yo que estoy operado de próstata siento deseos cada vez que
te veo…
El
bachiller Carrasco, el barbero Nicolás y hasta el cura Pedro, tuvieron que
hacer esfuerzos para no reír, pensando que al igual que el difunto don Quijote
veía hermosura donde no la había, a
Sancho le pasaba lo mismo con Teresa. Ella era su Dulcinea y aunque oliese a
ajos y le salieran verrugones, él, estaba tan enamorado, siempre vería a la
muchacha de «rompe y rasga» de la que se
enamoró.
—Anda
quita, zalamero, que hay ropa tendida y alguna con sotana. Eso me lo dices esta
noche en el jergón —sonrió por primera vez Teresa, separándose de su
marido.
Separándose
de su marido, fue directa a la mesa y comenzó a sacar los alimentos que llevaba
en ella, sin preocuparse por los naipes que había sobre la mesa, que los cuatro
hombres viéndolos en peligro se lanzaron de cabeza ante el maltrato de su más
barato modo de ocio del que podían disfrutar en esos momentos, jugar a las
cartas con vino de la tierra y agua, eso sí, por separado, que ni buena era el
agua con vino, por muy bendecida que estuviese, ni el vino hecho de polvos y
aguas, que esto es La Mancha y no Caná de Galilea, que ellos tenían muchas
ganas para andar con esos remedios milagrosos.
Sobre la
mesa colocó una serie de alimentos que llevaba en la bolsa. Curiosamente eran
productos repetidos de las marcar blancas de las cinco principales cadenas
alimenticias.
—¿Cuándo
he dicho yo que me hayan violado? ¿Acaso me tomáis por Garamendi que compara su
escandalosa subida de sueldo con la violación de una chica con la minifalda? He
dicho que han abusado de mí entre cinco sinvergüenzas y aquí está la prueba. He
recorrido todos los grandes supermercados para comparar los precios, buscando
las presuntas ofertas. Todos tienen el mismo precio. ¡Todooooooooooooooos! Los
muy sinvergüenzas se han puesto de acuerdo para mantear a Sancho…
—Me
cuesta ver a Garamendi con minifalda, ni con sotana, menudo pájaro el tal Garamendi,
con cuatrocientos mil euros de sueldo y está en contra de la subida a mil
ochenta de los trabajadores... ¡Ay, Señor, Señor! Baja y llévate a estos
mercaderes —alzó las manos al cielo el cura Pedro.
Todos
miraron sorprendidos al sacerdote y Sancho, que se veía el centro de la
polémica, protestó:
—A mí no
me han manteado nada más que en aquella venta de Puerto Lápice, que por cierto,
el ventero se quedó con mis alforjas y mis salarios…
—Pues
ahora te están manteando y robándote las alforjas y la bolsa entre esa panda de
delincuentes sinvergüenzas que han multiplicado los beneficios con la excusa de
la guerra, los bancos, las distribuidoras, las petroleras los de la luz… Esos
te están manteando y robándonos la cartera, las televisiones son los cómplices que
te hacen creer que la culpa la tiene el Coletas. Y encima
sale el Planas y dice que no se puede frenar el saqueo y el manteamiento
que nos están haciendo, porque estamos en una economía de libre mercado.
—Mujer
—intervino el bachiller Carrasco —vivimos en un estado democrático de libre
derecho basado en el libre mercado, no podemos intervenir en la economía de
mercado…
—¿De
libre mercado o de libre saqueo? —Se lanzó Teresa en dirección al bachiller
Carrasco —. Lo que están haciendo las distribuidoras es libre saqueo. Son
delincuentes, ladrones y si yo entro y me llevo uno de esos paquetes de arroz,
me detiene la policía y me llevan al juzgado…Y tú, si tú, me condenas por
ladrona, pero a ellos los justificas…
—Está
claro que se han puesto de acuerdo —musitó Sancho, examinando los cinco tiques
de compra. Esto señor juez altera la ley de la competencia, ¿no?
—¡Coño!
No exageres tú también, amigo Sancho, que eres un hombre que se calza por los
pies. Un buen español. Las mujeres ya se sabe… ¿tú qué opinas Nicolás?
—Preguntó buscando apoyo el bachiller Carrasco a maese Nicolás, futuro
candidato a la alcaldía por un partido de esos que eufemísticamente se
autodenominan «constitucionalistas.»
—Lo que
sea, lo que sea con tal de desalojar a este gobierno social-comunista. España
necesita un gobierno… —respondió Maese Nicolás —En esto debemos estar todos de
acuerdo, todos a una como Fuente Ovejuna, todos a una para…
—Para
mantear a Sancho, ¿no? Para que nos roben las alforjas sin nadie que los llames ladrones…
—Este
gobierno es ilegítimo y es preciso acabar con él, aunque sea subiendo los
precios y ahogando un poco al pueblo, tal conforme dijo Montoro, hay que hundir
España para levantarla después. Son los daños colaterales…
—Encima de machistas, golpistas de mierda —se
enfrentó a ellos Teresa —. Y usted, don Pedro, como representante de la
Iglesia, ¿está también de acuerdo con ellos?
—No,
Teresa, no estoy de acuerdo con ellos. Pienso que llevas mucha razón. Pienso
como dijo el zar de Rusia, Pedro I, que no era rojo: «Si estuviera aquí don
Quijote, tendría mucho trabajo.» Así que…
—¡No me
jodas Pedro! —Protestó el barbero. Tú también dices lo mismo que ese argentino
usurpador del papado. ¡Coño! La Iglesia siempre ha defendido…
—El sexto
mandamiento dice: «No robarás», y están robando o como dice Teresa, están
manteando a Sancho y a todos los pobres de este país con la excusa de la guerra de Ucrania, que ya se habría terminado
si esos y otros mafiosos no se llenasen los bolsillos…
—¡Pedro,
coño! Que eres cura —protestó el bachiller Carrasco.
—A ver si
vas a ser comunista como el Papa Francisco, que nos ha salido de la cáscara
amarga…
—No me
hagáis blasfemar, no me hagáis blasfemar, que soy cura y a Sancho lo están
manteando y le han robado las alforjas…
—Pues eso
—dijo Teresa — Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo…
©Las blasfemias del cura Pedro
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