domingo, 19 de febrero de 2023

Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo

 




En la televisión el ministro Luis Planas está diciendo en una entrevista:

—No creo que existan márgenes extraordinarios de las empresas de distribución, pero si un consumidor no está de acuerdo, el mejor instrumento que tiene un ciudadano o un usuario si no está de acuerdo con los precios es irse al supermercado de al lado que probablemente lo ofertará en un precio inferior...

—¿Cómo puede decir eso, si se ha puesto de acuerdo la mafia para poner todos los precios igual... ¡Qué vergüenza! —Gritó enfurecida Teresa Cascajo entrando de la calle con una bolsa de nylon.

Los cuatro hombres, que se encontraban jugando a las cartas, se giraron al escucharla.

 —¿Quién tiene la culpa, Putin, Zelenski, Biden, Borrel, los traficantes de armas, los traficantes de petróleo o los traficantes de hambre?   —De nuevo gritó la mujer de Sancho Panza, mirando ahora a los jugadores, mientras dejaba una bolsa de nylon encima de la mesa, interrumpiendo la partida de mus entre el cura Pedro, el bachiller Carrasco, el barbero Nicolás y su esposo, Sancho Panza. Los cuatro hombres miraron estupefactos, primero la bolsa de la compra y después a Teresa.

—¿Qué le has dado de comer hoy, amigo Sancho, que tan desbocada tienes a tu amada Teresa?  —Preguntó el bachiller Carrasco en tono jocoso a Sancho.

Teresa taladró con la mirada a bachiller, colocó sus brazos en jarras y cuando parecía que iba a salir el magma volcánico por su boca, giró la mirada hacia el televisor, en la que Ana Rosa Quintana justificaba las palabras del ministro, dándole la razón y el gran creador de bulos, Eduardo Inda, volvía a la carga echándole la culpa a una coleta hace meses cortada.

—¿Para qué tenéis esta mierda, si no la estáis viendo? —¿No sabéis que gasta corriente? Claro, como luego la que limpia soy yo…

—¡Calma, calma! Calma, estimada Teresa —se levantó el cura Pedro colocándole una mano sobre el hombro, hablándole de manera condescendiente y paternalista — Tranquilízate, mujer de Dios —calló el sacerdote ante la mirada iracunda de Teresa.

—¿Calma? ¿Que me calme? Hay que tener un cuajo para decir que me calme, cuando acaban de atracar, abusando de mí entre cinco sinvergüenzas con la complicidad de…

Los tres hombres que permanecían sentados se alzaron a un tiempo colocándose al lado del sacerdote y de Teresa.

 —¿Te han atracado y te han violado? —Preguntó consternado Sancho abrazándola, casi sin salirle las palabras de la boca, soltando un suspiro triste con aroma a nada frito.

Los otros tres hombres se miraron entre preocupados e incrédulos.

—Si es que con tanto extranjero. No sé a dónde vamos a parar… —dijo maese Nicolás, que había tenido que bajar los precios ante la competencia.

—La depravación moral, que si el matrimonio gay, el divorcio, el aborto —calló porque la hija del bachiller Carrasco se terminaba de casar por lo civil con la hija del jefe de la policía local, homófobo declarado. Además, sabía que el hijo del sacamuelas andaba de amores con un sobrino de Sancho Panza, aunque eso de momento era secreto de confesión y no lo podía decir. Por si fuera poco, la hija mayor del bachiller Carrasco, que ansiaba ser abuelo le confesó, aunque no en el confesionario, que se había hecho ligaduras de trompas, para no quedarse embarazada:

—Padre —le dijo Raquel Carrasco al sacerdote cuando le preguntó si sería madre pronto, pues su padre le había dicho que ansiaba ser abuelo—, se lo voy a decir claro. Tener hijos para que los Garamendi y compañía, que cobran cuatrocientos mil euros y está en contra de un salario mínimo de mil ochenta euros, o para que el bribón de un rey le dé de nuestros dineros sesenta y ocho millones de euros a su amante, y los «froilanes» o las «victorias federicas» vivan a cuerpo de rey a cargo de quienes sudamos cada miga, eso por no decir a quienes mandan a sus hijas a estudiar a Gales a costa nuestra, pues va ser que no. Antes de traer a un esclavo, ligaduras de trompas, porque el método de la aspirina no funciona, porque vocación de monja no tengo…

Tanto le dijo Raquel Carrasco, que el sacerdote se persignó con resignación, le echó su bendición y pensó: «Si tu padre que es juez supiera cómo piensas, ibas directa a la cárcel». No obstante, no le dijo nada, por si acaso se metía con la asignación de 13.000 millones que recibe la Iglesia Española del Estado, y ahí entraba en juego sus lentejas.

Volvamos a la interrupción de la partida de mus por parte de Teresa Cascajo.

—Y las leyes que no acompañan porque… —comenzó a decir el bachiller Carrasco, juez en ejercicio, (aspirante eterno a entrar en el Tribunal Supremo), ajeno a los pensamientos del sacerdote, pero calló ante los ojos penetrantes de Teresa, que lo miraba como si le perdonara la vida.

—¿Te han violado, bonica mía? ¡Ay! —insistió Sancho —. Eres tan guapa y caminas con tal donaire, que hasta yo que estoy operado de próstata siento deseos cada vez que te veo…

El bachiller Carrasco, el barbero Nicolás y hasta el cura Pedro, tuvieron que hacer esfuerzos para no reír, pensando que al igual que el difunto don Quijote veía hermosura  donde no la había, a Sancho le pasaba lo mismo con Teresa. Ella era su Dulcinea y aunque oliese a ajos y le salieran verrugones, él, estaba tan enamorado, siempre vería a la muchacha de  «rompe y rasga» de la que se enamoró.

—Anda quita, zalamero, que hay ropa tendida y alguna con sotana. Eso me lo dices esta noche en el jergón —sonrió por primera vez Teresa, separándose de su marido. 

Separándose de su marido, fue directa a la mesa y comenzó a sacar los alimentos que llevaba en ella, sin preocuparse por los naipes que había sobre la mesa, que los cuatro hombres viéndolos en peligro se lanzaron de cabeza ante el maltrato de su más barato modo de ocio del que podían disfrutar en esos momentos, jugar a las cartas con vino de la tierra y agua, eso sí, por separado, que ni buena era el agua con vino, por muy bendecida que estuviese, ni el vino hecho de polvos y aguas, que esto es La Mancha y no Caná de Galilea, que ellos tenían muchas ganas para andar con esos remedios milagrosos.

Sobre la mesa colocó una serie de alimentos que llevaba en la bolsa. Curiosamente eran productos repetidos de las marcar blancas de las cinco principales cadenas alimenticias.

—¿Cuándo he dicho yo que me hayan violado? ¿Acaso me tomáis por Garamendi que compara su escandalosa subida de sueldo con la violación de una chica con la minifalda? He dicho que han abusado de mí entre cinco sinvergüenzas y aquí está la prueba. He recorrido todos los grandes supermercados para comparar los precios, buscando las presuntas ofertas. Todos tienen el mismo precio. ¡Todooooooooooooooos! Los muy sinvergüenzas se han puesto de acuerdo para mantear a Sancho…

—Me cuesta ver a Garamendi con minifalda, ni con sotana, menudo pájaro el tal Garamendi, con cuatrocientos mil euros de sueldo y está en contra de la subida a mil ochenta de los trabajadores... ¡Ay, Señor, Señor! Baja y llévate a estos mercaderes —alzó las manos al cielo el cura Pedro.

Todos miraron sorprendidos al sacerdote y Sancho, que se veía el centro de la polémica, protestó:

—A mí no me han manteado nada más que en aquella venta de Puerto Lápice, que por cierto, el ventero se quedó con mis alforjas y mis salarios…

—Pues ahora te están manteando y robándote las alforjas y la bolsa entre esa panda de delincuentes sinvergüenzas que han multiplicado los beneficios con la excusa de la guerra, los bancos, las distribuidoras, las petroleras los de la luz… Esos te están manteando y robándonos la cartera, las televisiones son los cómplices que te hacen creer que la culpa la tiene el Coletas.  Y encima  sale el Planas y dice que no se puede frenar el saqueo y el manteamiento que nos están haciendo, porque estamos en una economía de libre mercado.

—Mujer —intervino el bachiller Carrasco —vivimos en un estado democrático de libre derecho basado en el libre mercado, no podemos intervenir en la economía de mercado…

—¿De libre mercado o de libre saqueo? —Se lanzó Teresa en dirección al bachiller Carrasco —. Lo que están haciendo las distribuidoras es libre saqueo. Son delincuentes, ladrones y si yo entro y me llevo uno de esos paquetes de arroz, me detiene la policía y me llevan al juzgado…Y tú, si tú, me condenas por ladrona, pero a ellos los justificas…

—Está claro que se han puesto de acuerdo —musitó Sancho, examinando los cinco tiques de compra. Esto señor juez altera la ley de la competencia, ¿no?

—¡Coño! No exageres tú también, amigo Sancho, que eres un hombre que se calza por los pies. Un buen español. Las mujeres ya se sabe… ¿tú qué opinas Nicolás? —Preguntó buscando apoyo el bachiller Carrasco a maese Nicolás, futuro candidato a la alcaldía por un partido de esos que eufemísticamente se autodenominan «constitucionalistas.»

—Lo que sea, lo que sea con tal de desalojar a este gobierno social-comunista. España necesita un gobierno… —respondió Maese Nicolás —En esto debemos estar todos de acuerdo, todos a una como Fuente Ovejuna, todos a una para…

—Para mantear a Sancho, ¿no? Para que nos roben las alforjas sin nadie que los llames ladrones…

—Este gobierno es ilegítimo y es preciso acabar con él, aunque sea subiendo los precios y ahogando un poco al pueblo, tal conforme dijo Montoro, hay que hundir España para levantarla después. Son los daños colaterales… 

 —Encima de machistas, golpistas de mierda —se enfrentó a ellos Teresa —. Y usted, don Pedro, como representante de la Iglesia, ¿está también de acuerdo con ellos?

—No, Teresa, no estoy de acuerdo con ellos. Pienso que llevas mucha razón. Pienso como dijo el zar de Rusia, Pedro I, que no era rojo: «Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo.» Así que…

—¡No me jodas Pedro! —Protestó el barbero. Tú también dices lo mismo que ese argentino usurpador del papado. ¡Coño! La Iglesia siempre ha defendido…

—El sexto mandamiento dice: «No robarás», y están robando o como dice Teresa, están manteando a Sancho y a todos los pobres de este país con la excusa de la guerra de Ucrania, que ya se habría terminado si esos y otros mafiosos no se llenasen los bolsillos…

—¡Pedro, coño! Que eres cura —protestó el bachiller Carrasco.

—A ver si vas a ser comunista como el Papa Francisco, que nos ha salido de la cáscara amarga…

—No me hagáis blasfemar, no me hagáis blasfemar, que soy cura y a Sancho lo están manteando y le han robado las alforjas…

—Pues eso —dijo Teresa — Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo…

 

 ©Las blasfemias del cura Pedro 

 ©Paco Arenas-Escritor


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