viernes, 6 de febrero de 2015

La primera vez (Relato)


 Para todo hay una primera vez, mi amigo Jesús Herrera Peña, me advierte del peligro de la corrupción y que nadie estamos libres de caer en la tentación, nadie, ni quienes nos creemos honrados y nunca hemos parido:

 “Incluso, para muchos españoles que parecemos honestos e incorruptibles, les vendría bien el condicional: Yo robaría, tú robarías, él robaría...., si nos pusieran en donde hay posibilidades para robar.”




 La honradez como el valor al “soldado” se le supone.

Andaba yo, allá por el año 1980, ejerciendo de legionario por tierras africanas, supuestamente prestando un servicio a una patria que sentía y siento y a una bandera que no sentía ni siento.  Un capitán de la Legión pidió “voluntarios” para hacer mudanza, ya que se cambiaba de domicilio, del barrio musulmán de Melilla,  La Cañada de la Muerte,  al barrio  Real, por supuesto también  de Melilla.  Siguiendo la máxima de la mili, “voluntario ni a comer”,  supuesto que nadie salió voluntario.   Así que el capitán nos señaló a cuatro con el dedo.  Ignoro el criterio utilizado pues los elegidos cada uno éramos de una parte diferente de España, un andaluz, un vasco, un catalán y un castellano, o sea yo.

La experiencia no fue mala,  durante todo el día estuvimos empaquetando trastos, ante la atenta mirada de la bella esposa del capitán.  Durante días aquella mujer fue sueño y deseo de nuestras célibes noches de legionarios ansiosos de hembra.  Evitábamos mirarla, pero sus ojos y su cuerpo eran un  poderoso imán que atraía nuestras miradas   al menor descuido y sin que fuésemos capaces de evitarlo.


El primer día, el capitán,  nos invitó a comer  en un restaurante, después de dos horas de descanso continuamos la faena, al terminar la tarde,  nos dio a cada uno de nosotros una botella de Johnnie Walker; vino bien para las guardias y algo nos alivió el frío durante las heladas guardias de invierno.  Nos llamó la atención la generosidad de nuestro capitán, pero cogimos las botellas sin preguntarnos nada, al día siguiente realizamos todo el traslado de muebles y enseres,  en una furgoneta de alquiler, en esta ocasión nos dio un par de paquete de cigarrillos Camel. Tampoco preguntamos nada.


Unos días después, ese mismo capitán nos  llamó al vasco y a mí, porque le habíamos comentado que éramos albañiles y necesitaba hacer algunos arreglos en su nueva casa.  Antes pasamos por unas naves próximas a la cocina del acuartelamiento,  no sabíamos lo que había allí, era el almacén de la cocina, del economato, la cantina y el puesto de oficiales. Se daba la circunstancia que ese mes estaba él,  de oficial de cocina.   Metió el coche dentro de la nave y abrió el capo, indicándonos que metiésemos un par de cajas de Johnnie Walker, un saco de arroz,  una caja que ponía “Mina” y que resulto ser jamón cocido en latas pequeñas.  También una caja con chocolatinas pequeñas de una marca argentina y  por último una caja de tabaco Camel.   Todo eso lo metimos en su coche y lo descargamos en su casa.


Este ceremonial se repitió en tres ocasiones más, no siempre era lo mismo, lo único que se repetía era el   Johnnie Walker y el tabaco, y los regalos con los cuales compraba nuestro silencio, una botella de Johnnie Walker y un cartón de tabaco.   Aunque nos hubiese dado sobres con billetes de mil pesetas –euros no existían-  y aunque no nos  hubiese dado nada habríamos callado igualmente, de haberlo denunciado,  nadie nos hubiese creído o mejor dicho, todos hubiesen mirado para otro lado, muchos oficiales terminaban su mes de cocina con coches nuevos.    Nuestra obligación debería haber sido denunciar los hurtos masivos, fuimos cómplices de la corrupción amable de nuestro capitán, nos dejamos corromper por una botella de güisqui y un cartón de tabaco.  Tabaco que además yo regalaba, porque no fumaba, ni fumo y hubiese preferido chocolatinas.   También callábamos por estar fuera del cuartel y por la belleza de su mujer, que aunque solo fuese por verla cada vez que íbamos a su casa y disfrutar de su belleza, de la cercanía de su escote, de su perfume, tan distinto,  al olor a tigre con próstata,   al que estábamos acostumbrados en el cuartel.    
 
Su sonrisa mientras  nos sacaba para comer o merendar nos hacía soñar,  sentir envidia del capitán, no por el güisqui,  ni el tabaco, sino por yacer a su lado, solo por verla merecía la pena ser corrupto, su recuerdo llenaba nuestras fantasías nocturnas de pasión legionaria. 



Tercera parte: 
Tiran más dos tetas que frena el miedo al capitán


Una tarde fui solo yo a casa del capitán con intención de dar la lechada de cemento blanco al cuarto de baño y hacer las juntas finas.   Cuidadosamente prepare la lechada y comencé a extenderla  por el alicatado. Y entonces apareció ella con intención de ducharse, fue durante el mes de agosto y el húmedo calor melillense resultaba insoportable.

     No es posible. —Le dije. —Si se echa agua sobre las juntas se ira la lechada y habrá que rejuntar de nuevo.
     Tampoco tenemos prisa, y tú necesitas la ducha más que yo. —Dijo ella.

En efecto yo estaba empapado en sudor por la calor y el trabajo tan pesado que resulta dar la lechada de cemento al alicatado. Y ahora también por el sofoco del compromiso, pensaba en lo que podría ocurrir, había sido una de mis fantasías, pero el temor y la timidez que todavía a mis 20 años no había terminado de desaparecer a pesar de no ser nuevo en estas batallas.  Me sentía como si lo fuese la primera vez, estaba convencido de no actuar de acuerdo a mis principios de romántico empedernido.  Tenía ante mí a la mujer más hermosa que me podía imaginar y no era capaz de articular ni una palabra.  Cuando se quitó la bata y me cogió la mano, note como me temblaban las piernas…

Cuando a última hora de la tarde llegó el capitán disculpándose por no haber podido llegar antes,  todavía estaba yo terminando de rejuntar el cuarto de baño.

     ¿No habías dicho que en un par de horas estaría listo?
     Si mi capitán, pero he preferido hacer la lechada más consistente y se me ha puesto dura más de la cuenta y claro cuesta más pero queda mejor.
     Sí que queda bien, sí.

Me invitaron a cenar, y antes de llevarme el capitán al cuartel me dio la reglamentaria botella de güisqui y el cartón de Camel.  Entonces ella, me dijo que me esperase un momento y me dio chocolatinas y un billete de mil pesetas.

     Cariño, el muchacho ha hecho un trabajo esplendido.

La fantasía se convirtió en realidad, aunque todavía me pregunto si en realidad no fue un sueño..., lo cierto es que yo también fui corrupto, aunque a pesar de recibir las mil pesetas no fui prostituto... Digo yo.

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