Carta de tapas del antiguo Bar Arenas |
Sí, ya sé que muchos dirán que se
llamó Bar Arenas porque es nuestro apellido; sin embargo se equivocan, no es mi
apellido, y por supuesto tampoco el de mi hermano, como por otra parte suele
ser lógico en la mayoría de los casos.
Nuestro apellido es Martínez. No obstante, desde el primer día yo quería
que se llamase Arenas, sin por ello estaban abiertos a otros nombres, como
Benicalap, que era el nombre propuesto por mi hermano Julián. Por entonces éramos albañiles, aunque yo había
trabajado en hoteles de Ibiza desde los trece años. Ya se acercaba la terminación del bar y lo
que menos nos habíamos planteado es cómo se iba a llamar. Estábamos más
preocupados por los malos augurios que todos pronosticaban sobre nuestro futuro
como taberneros. También eran tiempos de crisis, aunque más fácil de superar
que la actual, que más que crisis es una estafa.
—Un local muy grande para conforme
está la cosa —decían unos, a pesar de que el local no era muy grande, noventa y
seis metros, el espacio justo para trece mesas.
—Con la experiencia que tenéis en
la hostelería antes del verano habréis cerrado. En este oficio si no eres
profesional vas rápido al hoyo —profetizó, afortunadamente equivocándose el
dueño de un local más grande y elegante que el nuestro, durante todos los años
que tuvimos el bar, diecisiete, llamaba al Bar Arenas, el bar de los albañiles.
La verdad es que llevaba razón,
mi hermano siempre había sido albañil, y yo desde antes los trece años había
desempeñado multitud de oficios, desde aparca
coches en una pista gigante de Scaletrix, botones, recepcionista de
hotel y dos temporadas de camarero de
hotel, el resto más de diez de albañil. No, no teníamos experiencia, pero sí
ganas y lo demostramos, equivocándonos muchas veces y tropezando otras. Por suerte teníamos ayuda, aunque los
primeros meses los gastos eran mayores que los ingresos, y yo que entonces era
delgado, me quedé; aunque ahora cueste creerlo, en cincuenta y ocho kilos, de
lo mal que lo estaba pasando, porque yo era el responsable de haber embarcado a
mi hermano en aquella aventura, que él no quería emprender, y que si lo hizo
fue por amor de hermano. Aquellos económicamente
desastrosos meses, nos sirvieron para ir aprendiendo sobre la marcha, con la
ayuda de mi hermana Mariana.
Pero bueno, me he ido por los
cerros de Úbeda y estábamos en Benicalap.
Cierta mañana estábamos mi hermano y yo alegando razones para llamarle
Bar Benicalap, o Bar Arenas; siendo urgente decidirlo aquel día porque se
debían pedir los permisos al día siguiente.
—Estamos en Benicalap y hoy por
hoy ningún bar se llama Benicalap en todo el barrio —argumentaba mi hermano con
bastante sensatez y buen criterio.
—Sí, pero, Arenas es nuestro
mote, el apodo de nuestro padre, creo que quedaría bien Taberna de los Arenas,
Taberna Arenas, incluso Fermín Arenas como homenaje a padre —argüía yo mis
razones, haciendo hincapié que no me gustaba la palabra “bar”, prefería taberna.
Así hubiésemos estado toda la
mañana de no haber llegado un vecino nuestro con su hijo, de nombre Javier,
entonces de siete u ocho años, ahora cercano a los cuarenta. El chiquillo
realizó la pregunta mágica:
— ¿Y cómo se va a llamar el bar?
— ¿Tú qué nombre le pondrías? Le
preguntó mi hermano.
El chiquillo que no esperaba ser respondido
con una pregunta se quedó desconcertado sin saber que responder. Pero reaccionó
pronto:
—Bar Arenas.
Mi hermano y yo nos quedamos sorprendidos,
pues a nadie le habíamos dicho que ese eras uno de los tres nombre barajados.
— ¿Y eso por qué? —Le pregunté yo
extrañado.
—Muy fácil. Vosotros sois
albañiles, los albañiles trabajan con arena y cemento, y el dueño del bar ¿tal?
ha dicho que no de lo único que sabéis es de arenas, y aquí tenéis un montón
grande de arena, como sois dos, y Bar Albañiles no queda bien, pues Bar Arenas
—razonó el chiquillo.
12 años después, todavía mucha gente los conoce como Bar Arenas, por algo será. |
Y así fue como de carambola, por quien nos llamaba los albañiles y el ingenio del chiquillo, el
bar pasó a llamarse Bar Arenas, honrando a mi padre, y a la digna profesión de
la albañilería. Y a mí, mucha gente pasó a llamarme Paco Arenas, del mismo modo
que a mi madre llamarón Fermín Arenas, sin que quien me llamaba Paco Arenas
supiese que era mi apodo familiar y no mi apellido.
©Paco Arenas
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