sábado, 8 de abril de 2017

Eclipse sobre Cuenca (La belleza en estado puro)


A veces se me olvida aquella mañana que, antes de salir al recreo, nos dijeron que no mirásemos al sol. No lo comprendimos, pues en el aula fue preciso encender las débiles bombillas de 125v, y, aun así, resultaba imposible leer ni escribir.
—No miréis al sol, que os podéis quedar ciegos - nos dijo la maestra.
¿Cómo no mirar aquella belleza? Cuenca siempre hermosa, ahora se mostraba más hermosa que las mariposas a contraluz. Eterna belleza sobre la hoz del Huécar, ahora a las doce del mediodía, se mostraba misteriosa, desnuda de luz al sur, resplandeciente al norte, como si el día y la noche, el sol y la luna, hubiesen decidido por fin hacer el amor, para que de ella naciese la ciudad más hermosa de la tierra: Cuenca.
Todos miramos al sol, todos quedamos ciegos, y no seré yo, quien ponga en duda la belleza deslumbrante de ver mi ciudad así, tampoco del daño que podía hacer en nuestras retinas esa mitad de noche, mitad de día, mitad sombra mitad luz, a la luna y el sol copulando ante nuestras inocentes miradas. Sí, eso, era más de lo que nuestra tierna imaginación podía llegar a comprender.
 No creo que fuese mucho el daño, aunque ya nunca más he mirado al sol de frente. Todos quedamos prendidos de aquella media luz, de aquella media sombra, no solo  nuestros ojos, sino nuestros sentidos; pues no sé si el sol se enamoró de la luna, o la luna del sol; pero, todos los que estábamos allí, caímos rendidos ante tanta belleza.

Ahora, tantos años después, con tantos bellos lugares visitados, tantas bellezas deslumbrantes, todavía, digo, que nunca nada vi tan bello, como Cuenca de día y de noche al mismo tiempo.

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