El año pasado, cuando estaba en el hospital, comencé un relato que dejé a medias, olvidándome de todo, como si igual que Pablo, el protagonista de esta historia, tuviese alzheimer. Justo un año después he recuperado el texto y aquí está ya terminado:
Nada más abrir las puertas del recinto, a primera hora
de la mañana, el viejo Pablo entra en los jardines. Pasea su soledad por aquellos
umbrosos pasillos por los que tan felices paseos adolescentes corrió junto a su
amada Juliana, cuando el parque era una alameda de la ribera del rio. No sabe
el motivo, pero piensa en aquellos lejanos paseos de risas pecadoras y a la vez
inocente; cuando podría pensar en otros más cercanos al lado de ella, cuando
ella ya no recordaba ni su nombre. No quiere pensar en esos, no y se va con sus
sueños y pensamientos setenta años en el tiempo. Tampoco quiere pensar en sus hijos, los
mismos que le dicen que no puede estar solo; pero, tampoco lo pueden tener en
su casa.
—Padre, en una residencia va a estar bien cuidado. Va
a estar con personas de su edad…—le dice Julián.
—Lo mismo hasta se hecha novia, con lo gracioso que es
usted…—añade Angustias.
—Le iremos a ver cada vez que vengamos de Barcelona
—dice sonriendo su nuera Montse, como si viniese todos los días, cuando ni
todos los años vienen, y a él le quedan pocos.
—Y nosotros cada vez que vengamos de Madrid, está
cerquita, en dos horas estamos en Cuenca, le dice su nuera Almudena, como si se
molestasen en ir aparte de algún puente, algunos días de agosto y si pueden en
San Mateo o la Semana Santa.
Antes sí, al menos los nietos de los dos matrimonios
los tenían durante los veranos y las vacaciones de Semana Santa. Solo hasta que
fueron cumpliendo los dieciocho y comenzaron a volar por su cuenta. El soñaba
con que se echasen novio o novia en Cuenca, y así tuviesen la excusa para
seguir yendo, ahora, a alguno, salvo en el entierro de su amada Juliana, hacía
más de diez años que no veía.
—Están muy ocupados —los disculpaban los padres al
mismo tiempo que se lamentaban de que no tenían trabajo.
No, no quiere pensar en sus hijos, ni en sus nietos,
ni en los paseos del olvido de Juliana. Quiere pensar en sus juveniles paseos
adolescentes, y al pensar en ellos, sonríe y mueve la cabeza de un lado para
otro suspirando de emoción.
El viejo Pablo se sienta agotado en el solitario banco
del parque, frente al pequeño embalse artificial. A su alrededor avispas revolotean,
como acusándole de ser él el intruso. Pablo, como siempre las ignora, así se apaciguarán
y también le ignorarán a él, convirtiéndose en invisible, como invisible parece
ser para sus hijos, pero no para su dinero.
—No llegamos a fin de mes, usted no necesita tanto, en
la residencia con la pensión que cobra tiene suficiente, además si pone la casa
como garantía… —más o menos así se lo han dicho sus dos hijos. Y no es que
tenga tanto, pero lo quieren ya. Al morir su amada Juliana, ambos exigieron su
parte, “no fuese que alguna lagarta lo
engatusase y se llevase todo”, como sí el estuviese a estas alturas de la
vida para muchas lagartas, que no era como ese escritor peruano que se había
liado con la “chochito de oro”, como le llamaba su mujer.
Tras el pequeño descanso, se incorpora con dificultad,
masculla una blasfemia, y tras un segundo intento se incorpora con la ayuda del
bastón que le sirve de soporte para poder andar. Con paso inseguro camina ahora
entre fresnos y abedules de esbelto talle que buscan los rayos de sol de aquel
final de la primavera castellana. Mira al cielo, sobre su cabeza la bella
estampa de San Pablo, reconvertido en Parador Nacional, con su puente, que finaliza
frente a las Casas Colgadas.
Como si fuese ciego, golpea los matorrales del camino
y tras los mismos, ya casi en el lecho del río, sale una pareja riendo a
carcajadas. Parece ser que han pasado la noche junto al río, posiblemente
haciendo el amor. Ya que él sale abrochándose el cinturón y con la camiseta en
la mano y ella lleva una minúscula prenda, que parece un cordón, en las manos
de color rosa, que, sin percatarse de la presencia del anciano, se sube la
falda y supuestamente se la pone, porque después de puesta la prenda, el
trasero se muestra contundente a la vista...
Abre los ojos como platos, y piensa en Juliana, ríe,
recuerda, sueña y se emociona, continúa caminando saludando con el sombrero a
la pareja, ambos estallan en una carcajada.
—Hermano Pablo, estábamos solo disfrutando del fresco,
no vaya a pensar mal —dice ella, Carmen, la hija de su vecina María.
—No, no hacíamos nada malo, de verdad…—se disculpa Jesús,
el hijo de su vecino Julián.
Recuerda que los padres de Carmen y de Julián andan
siempre a la gresca, no se pueden ni ver, y en alguna ocasión han pensado que
terminarían a palos, y recuerda, sueña, suspira…
—No estabais haciendo nada malo, no se me ocurría
pensarlo. Estabais haciendo algo bueno…pero como se enteren vuestros padres…—ríe
malicioso.
—No se le ocurrirá decir nada…—se sonroja la muchacha.
—Tranquila, tranquila, tranquilos. Yo también venía
con mi Juliana a desfogar aquí, por mi podéis seguir. ¡Hasta luego! —Se
despide.
Se despiden ellos, y cuando apenas ha andado unos
pasos, se da la vuelta y le dice a la muchacha:
—Dile a tu madre que llame a mis hijos, tiene el teléfono,
y les diga que su padre se ha ido de viaje.
—¿Pero a dónde? —Contesta la muchacha.
La Palomera, foto de Saiz J. Danilo |
Continúa su camino despacito, cantando la canción de
Luis Fonsi, riendo, pensando, soñando, suspirando…
Pensó y quiso recordar su pasado, por dónde había llegado. Nombró a su padre, a su madre y a Juliana, y repitió sus nombres una y mil veces mientras caminaba. Y cada paso que deba se olvidaba de alguien, de un recuerdo. Ya no recordaba ni la pareja que se había encontrado unos minutos antes. Notó que una mano cogía la suya, la miró, era ella, Juliana, su Juliana, que lo miraba vestida de novia.
—Entre los dos, recordaremos mejor todo...¿Cuántos hijos pariste, tú lo sabrás mejor que yo?
Pero ella no le contestó, apretó su mano, y entonces se dio cuenta que se había olvidado de su propio nombre, como ella;aunque, no recordaba que ella se hubiese olvidado de su nombre. Intentó pensar cómo se llamaba, el nombre de sus nietos, de sus hijos, y los había olvidado. Tan solo recordaba aquella tarde que se bañaron desnudos en la Palomera Juliana y él. La miró de nuevo, el aire hacía volar sus cabellos, la escuchaba reír.
—Estás loco, nos van a ver —la escucha como si no hubiesen pasado setenta años, con la misma claridad y el mismo juvenil tono de voz.
No recordaba el camino, ni siquiera los arboles de la senda parecían los mismos. Ella apretó su mano y le guió entre risas y besos, y al llegar a aquel remanso se despojaron de la ropa y juntos se metieron en el agua, e hicieron el amor hasta morir…
—Entre los dos, recordaremos mejor todo...¿Cuántos hijos pariste, tú lo sabrás mejor que yo?
Pero ella no le contestó, apretó su mano, y entonces se dio cuenta que se había olvidado de su propio nombre, como ella;aunque, no recordaba que ella se hubiese olvidado de su nombre. Intentó pensar cómo se llamaba, el nombre de sus nietos, de sus hijos, y los había olvidado. Tan solo recordaba aquella tarde que se bañaron desnudos en la Palomera Juliana y él. La miró de nuevo, el aire hacía volar sus cabellos, la escuchaba reír.
—Estás loco, nos van a ver —la escucha como si no hubiesen pasado setenta años, con la misma claridad y el mismo juvenil tono de voz.
No recordaba el camino, ni siquiera los arboles de la senda parecían los mismos. Ella apretó su mano y le guió entre risas y besos, y al llegar a aquel remanso se despojaron de la ropa y juntos se metieron en el agua, e hicieron el amor hasta morir…
©Paco Arenas
Bellísimo Paco.gracias por compartirlo
ResponderEliminarMuchas gracias. Mamamorias
EliminarQue chulo Paco. Como te vuela la imaginación t que fácil escribes y se te interpreta. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Pedro, ya me gustaría a mi saber pintar como lo haces tú. Un abrazo
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