sábado, 3 de marzo de 2018

Cuentos de móviles o celulares ( Cinco relatos del Bar Arenas de Benicalap)



Llegaron para quedarse.  Yo fui de quienes pensaron que eran un juguete, que como el «Tomagochi» eran una cosa pasajera. Que tenía muy poca utilidad, útil para transportistas y poco más, puesto que todos teníamos teléfono en casa y cabinas telefónicas en muchas calles.

 Lo confieso, me equivoqué, y lo peor, es que sigo pensando que, posiblemente, si no existiesen el mundo sería muy diferente para mejor, o al menos que solo sirviesen para hablar por teléfono y poco más. 

Estas cinco historias sucedieron en el Bar Arenas, del cual era yo uno de los propietarios.


El hombre que hablaba a los árboles

Locos siempre hubo o tal conforme escribió Antonio Machado:

"Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día."



 Frente al bar Arenas,  había unos cuantos árboles plantados de manera precipitada en vísperas de elecciones municipales. Todavía no existía el parque actual, sino un barrizal con árboles, sin alcorque, siquiera, que con las primeras lluvias que hubo después de las elecciones, dos o tres se cayeron sin necesidad de ayuda.

 De repente entra un barrendero, podría decirse que entre escandalizado y guasón, señalando, tras pedir una cerveza, a un hombre muy bien trajeado, apoyado en el delgado tronco de uno de los árboles:

—Mirar el menda ese hablando al árbol.

Al instante, todos miramos por la ventana. El hombre movía una de las manos haciendo aspavientos como si estuviese discutiendo acaloradamente con alguien. 
Aquella mañana, para todos los presentes fue la primera vez que vimos a un hombre hablando a un árbol, o al menos era lo que pensábamos,  sin poder aguantar la risa.


—Menudo chalado —dijo uno.

—A saber lo que se ha fumado —dijo otro.

No había mucho que especular, todos estábamos de acuerdo con quienes había hablado. Hasta que entró un representante de embutidos de Albacete, de un pueblo que tiene por nombre Peñas de San Pedro.  Se nos quedó mirando a todos con cara de asombro. Le señalamos a aquel hombre,. Para nuestra sorpresa nos contestó:

—Yo también me quiero comprar uno. Es el mejor invento que existe, pero anda que no son caros los jodios.

Ese día nos enteramos de que existían teléfonos móviles, los cuales se podían llevar de un lado a otro, aunque no cogieran en el bolsillo, y cada llamada te podía salir por el ojo de la cara y parte del otro. El precio por minuto, entonces, estaba por encima de las 100 pesetas y el establecimiento de llamada, por creo que cinco duros.





Unos años más tarde:

La joven que se quedó sin cenar

Los móviles, o celulares, pronto se redujeron de tamaño, y cuanto más pequeños más caros eran. Ya no eran solo para profesionales, sino que los jóvenes, se vieron fascinados por aquellos artilugios y  más de uno se quedó sin cenar por culpa de una llamada de teléfono. Ahora la cobertura 4G es mala, en muchos casos.  Entonces la red móvil era muy deficiente, y nunca funcionaba en el interior de los edificios. 

El primer caso que conocí fue el de una joven, que llegó con unos amigos, siendo la única que tenía móvil de todos ellos.
Pidieron de cenar, y nada más poner los platos sobre la mesa, sonó el móvil. La muchacha, que además era de las que le gustaba presumir de sus "cosas", salió a la calle y se quedó sin cenar, entre las risas de sus amigos, que les parecía una estupidez tener el móvil, porque:

—Con ese aparato estás siempre localizado y tus padres saben dónde estás, menudas ganas de quedarte sin cenar.

— ¡Que va! — Contestó ella  —. Yo les digo a mis padres: estoy en casa de Amparo.  Por poner un ejemplo, la semana pasada, sin ir más lejos, me fui con Borja a Benidorm, me llamaron mis padres y le dije que estaba con Amparo. El móvil es un gran invento.  

Y esa era una de las equivocaciones que tenían algunos y teníamos muchos: 


La cocinera jeta


Más o menos, eso nos ocurrió con una joven cocinera que tuvimos contratada un par de meses. Era una adelantada a su tiempo en esta cuestión. Ya, por entonces, tenía la muchacha la adicción actual que ahora jóvenes y viejos tenemos,y eso que el móvil solo servía para llamar. 

Tanto ella como el novio tenían móvil, pero cuando tenía que llamar al novio, iba a casa de la madre o de la abuela, porque las llamadas a móviles resultaban todavía muy caras. Según veíamos, porque ella nos lo contaba, se enfadaba la buena muchacha de que su madre y su abuela le echasen en cara las más de treinta mil pesetas que habían tenido que pagar de teléfono (que esa era otra, como ya he dicho, cada minuto de móvil o a móvil, te podía salir por más de 125 pesetas, 65 céntimos de euro).

Un fin de semana, a la hora de comenzar la jornada no se presentó, sabíamos por el novio, que era muy hablador, que ese viernes había un concierto de un conocido grupo musical que no recuerdo el nombre y que les gustaba mucho.  El día anterior, precavida ella,  nos dijo que el teléfono de casa de su madre, lo tenían estropeado, que si la tenía que llamar por cualquier razón, lo hiciese al móvil. 

Antes de llamar nosotros, fue ella quien lo hizo, siendo ella quien se delató:

—Paco, ¡¡achís!!, tengo un catarro de mil demonios, ¡¡achís!!, ¡¡achís!!, no puedo ni respirar, ufff, me ahogo…estoy muy mala, muy mala, perdona, pero hoy no podré ir, ¡¡achís!!, a ver si mañana estoy mejor¡¡achís!!…

—Tranquila. Intentaremos apañarnos como sea —le contesté.

Nada más colgar, tuve la sensación de que esas toses y estornudos habían sonado forzados. Aunque no suelo ser desconfiado, al instante se me ocurrió que podía estar en el concierto. Sin pensármelo dos veces, marqué su número fijo; a pesar de habernos dicho que lo tenía estropeado. 

Al otro lado del teléfono fue su madre quien contestó, con la cual no había hablado nunca, no existiendo entonces identificador de llamadas y mi voz todavía sonaba como la de un joven treintañero.

—¿Está Amparo?

—Amparo se ha marchado con Joan al concierto —respondió inocentemente la pobre mujer, pensando que era un amigo quien preguntaba.

—¿Entonces no está en su casa? —volví a preguntar.

—No, me ha dicho que hoy libraba y que se iba a ver a este grupo de melenudos que no sé cómo se llama —insistió la mujer.

—Pensaba que estaba enferma —dije.

—¿Mi Amparo? ¡Qué va! Ya te digo, está en el concierto.

—Vale, pues dígale que he llamado.

—¿Quién le digo que ha llamado?

—Paco.

—Eres un amigo de ella.

—Sí —le contesté sin querer darle a la mujer el disgusto de saber que había delatado a su hija sin saberlo.

Entonces, la llamé al móvil, con todo el dolor de mi corazón. Lo cogió a la segunda llamada (entonces ni los móviles tenían identificador de llamadas). Tal y conforme me imaginé, se escuchaba la música o el ruido del grupo musical a unos decibelios insoportables. Directamente le pregunté por el concierto, con la picardía de fingir la voz y hacerlo en valenciano.
 Se extrañó, pues a casi nadie le había dado su número.  Me preguntó quién era, y cuando se lo dije, comenzaron de nuevo las toses y estornudos, eso sí, acompañados por el ruido del concierto de fondo.

—Estoy muy mala, ¡¡achís!!, aquí calentita en la cama, ¡¡achís!! ¡¡achís!!

—Estás en el concierto.

—Estoy en mi casa.

—No, estás en el concierto.

—Estoy en mi casa, te lo juro…

—Pues nada, ahora mismo te llamo a tu casa.

—Llámame al móvil, ya te dije ayer que el fijo está estropeado.

—Pues ya lo han arreglado, acabo de hablar con tu madre.

—No.

—Sí, y me has dicho que, como hoy librabas, ibas al concierto.

—¿Y por qué me has llamado al móvil?

—Muy sencillo, llevaba tu novio dos semanas hablando del grupo de marras, y que tú no te lo perderías por nada del mundo.



El móvil, cambió la forma de quedar, de ligar, de todo...


La adolescente que no comprendía cómo nos podíamos apañar sin móvil

El bar Arenas era un bar donde ademas de muchas parejas y jóvenes, iban muchas familias con sus hijos.Una adolescente que solía ir unas veces con sus padres y otras el novio al bar, me hizo ver la utilidad del móvil para quedar. 

 Solía ocurrir, cuando iba con el novio,  se mandaban simultáneamente, con risa tonta, mensajitos a pesar de estar en la misma mesa, poder hablar casi rozándose los labios, y que cada mensaje, les costaba 15 céntimos de euro, ya la peseta había desaparecido, pero los mensajes, no eran gratis. 

Cuando iba con sus padres, no era mejor, en lugar de disfrutar de su familia o de los aperitivos,  lo único que veía era la pantalla de su pequeño celular. Siendo que la conocía desde el día que nació, no tuve reparos en decirle que no era normal que estuviese todo el tiempo con aquel aparato.

—Estoy quedando con mi novio…

—Pues hija mía, las veinticuatro horas del día estás quedando con tu novio —le recriminó su madre.

—¿Acaso no quedaste hace tan solo una hora, cuando te despediste de él? —preguntó el padre en tono burlón.

—Pues no. Menuda tontería, siempre quedamos por móvil.

—¿Por móvil? ¿por qué no en persona? —pregunté extrañado.

—Por móvil, sí, la gente normal queda por móvil. No sé cómo podíais quedar con vuestras novias o novios sin móvil… —replicó segura de tener toda la razón del mundo mundial.

—Y sin teléfono, en mi casa no hubo teléfono hasta después de nacer tu hermano…—le contestó su madre.

—¡Bahh! No me lo creo, ¿cómo os ibais a conocer entonces? Mamá dices unas tonterías...

La conversación duró, sin que la jovencita llegase a comprender que sus padres se hubieran hecho novios sin llegar a quedar jamás ni por teléfono.  La vida no podría llegar ni a existir  sin celulares y mucho menos, si además no tenías sin teléfono.



El anciano adicto al móvil


Iba por el bar un anciano al cual se lo llevaban los demonios cada vez que veía a un joven con el móvil en la mano, sobre todo si veía a su hijo.

—Están todos los jóvenes chalados. Esos aparatos atontan a la gente. Mira que te digo, al paso que vamos, llegará el día que todos jóvenes serán incapaces de separarse de un móvil. Estarán todos atontados, como mi hijo.

En el verano, el hombre se iba a un pueblo del sur de Castilla, en la Mancha Conquense. Cuando regresó en septiembre, llegó al bar con su hijo. El hijo se quedaba en la barra, y el hombre se sentaba en una mesa con su café. A los cinco minutos comenzó a registrarse los bolsillos. Muy nervioso se levantó y salió a la calle, sin que se diese cuenta su hijo, que estaba mandando mensajes con el móvil a la novia.Al percatarse de la ausencia de su padre, me preguntó:

—¿Sabes a dónde ha ido mi padre?

Me encogí de hombros.

— He visto que se registraba los bolsillos, como si hubiera perdido la cartera. 

Entonces el hijo se echó a reír. 

—En el mes de mayo le regalé un móvil, ahora siempre lo lleva en el bolsillo, como se le ha olvidado en casa, ha ido a por él, por si alguien lo llama, y el único que tiene su número soy yo y mi hermano, que nunca lo llama.


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