sábado, 24 de marzo de 2018

La entrevista en el programa Momentos, de Elga Reátegui







Todas las entrevistas que me han hecho han conseguido emocionarme, ¿Qué lo voy a hacer si soy de lágrima fácil? Esta ha sido muy especial, no solo porque al contrario que las otras, esta haya sido grabada en vídeo, sino porque Elga Reátegui sabe sacar las emociones como nadie, como puede comprobarse no solo en mi entrevista, sino también en las entrevistas realizadas a escritores y escritoras de la talla de Carmen Posadas, Ana Noguera, Rosario Raro, Juan Luis Bedins, Blas Muñoz Pizarro, mi amiga María Nieves Michavila, que el próximo 20 de abril repite por ser la flamante ganadora del Premio Hispania de Novela Histórica…

En fin, un gran placer difícil de describir.
 Gracias Elga, gracias Poli.



Llegué a la hora de las calles desiertas, esas horas vespertinas en las que desaparecen los gritos de alrededor de las cunas y de los ancianos, de las novelas interminables y de las reflexiones en soledad, nadie a quien preguntar y yo que siempre ando atolondrado en cavilaciones y conversaciones con los fantasmas que se transforman en palabras.  La calle estaba desierta y al ayuntamiento se le olvidó poner el número en las puertas. Afortunadamente tengo el feo vicio de llegar siempre con el reloj adelantado y las zapatillas rebotando en el duro asfalto. La cita era a las cuatro y media, tuve suerte, y aparqué el coche casi en la misma puerta; aunque, en la avenida Blasco Ibáñez, donde encontrar un aparcamiento libre es misión imposible. Estaba de suerte, una furgoneta de fontanería salía en el instante que llegaba.

Pasé a la cafetería de la esquina, donde una guapa chica me sirvió un café, y aproveché para preguntarle el sentido de la numeración de la calle, la muchacha llevaba tan solo unos días trabajando en la cafetería y no lo sabía.  Así que cuando salí, cogí el camino equivocado, y hube de volver sobre mis pasos. Toqué el timbre tres minutos antes en el número equivocado y una voz tan soñolienta como molesta   me contestó que allí nadie conocía a ninguna Elga. Por fin llegué al patio correcto, dos minutos antes.   

Me abrió la puerta del patio la escritora Lupe Bohorques, indicándome que llamase a otra puerta distinta, la cual me abrió un personaje de novela, o una persona que parece sacada de una novela, que trasfería humanidad, grande, de ojos muy expresivos que no necesitaban esforzarse para transmitir esa amabilidad de las buenas gentes; pero que duermen poco, tal vez porque sueñan mucho o leen mucho. Sus cabellos crecidos sin ser largos y su barba más larga que la mía.  Su nombre, Poli.

La casa de Elga es de paredes vestidas con el mejor traje, estanterías y estanterías repletas de libros de lomos gastados la mayoría, no como un adorno petulante, sino como un complemento sustancial y esencial de los moradores del hogar que lo habitan. Salimos a una pequeña terraza y allí estaba ella, Elga, con su voz melodiosa y rostro alegre que inspira confianza desde el primer instante, lo cual, al menos en mi caso, es muy importante.  

Mientras se preparaban micrófonos y demás, comenzó una conversación entre Poli y yo que, sin saberlo, ni uno ni otro, tenía más intríngulis de lo que nadie se pudiese imaginar. Me preguntó que de dónde era, se lo dije. Entonces Elga aclaró que Poli era originario de la provincia de Cuenca, los conquenses siempre nos alegramos mucho cuando nos encontramos un paisano, pero bueno, conquenses somos muchos y esparcidos como bombas de racimos por todo el mundo; por tanto, nada extraño que alguien de las Tierras de Alarcón se marchase a Perú, conociese a una linda peruana y se casase con ella. Digo de las Tierras de Alarcón, porque yo también soy de las tierras de Alarcón, pero podría decir de las aguas del pantano de Alarcón en su caso.  El padre de Poli era de Garcinarro, una aldea de Villaverde y Pasaconsol o de Gascas, y su abuela de Villaverde y Pasaconsol. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, a la hora de la entrevista, ese mismo día, había entrado en imprenta mi novela Magdalenas sin azúcar, una casualidad como otra cualquiera, nada extraño; pero, da la casualidad de que mi novela está situada bajo las aguas de ese mismo pantano de Alarcón, que comienza y termina con una pregunta:

—¿Quién llevará flores a los muertos de Juncos, si están bajo las aguas del pantano?

Y que Magdalenas sin azúcar, transcurre la mayor parte en Juncos, un pueblo imaginario (que en realidad existe en Puerto Rico) ubicado donde estuvo Gascas, y en Valverde del Júcar o Villaverde y Pasaconsol.  Nombres que después cambié por razones obvias y como homenaje a mi admirado profesor boricua don Jaime Flores, catedrático de la Universidad de Puerto Rico.

La entrevista fue muy amena, a mi entender, y sobre todo muy emocionante, en más de una ocasión las lágrimas amenazaron con anegar mis mejillas, como las aguas del Júcar anegaron Gascas, Garcinarro, Valdespinar, Peñaquebrada, La Olmedilla, La Losilla, Casa del Monte, Aldea de don Benito y Ucero.


Paco Arenas


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