(A
Valeria, Oscar y a todas las víctimas de la indiferencia en cualquier frontera,
cualquier río o cualquier mar.
Papaíto mío,
no sé
para qué caminamos
si ya
no quedan suelas en nuestros zapatos,
sabiendo que no existe el paraíso soñado
ni el
pan en nuestras bocas,
tampoco corazón en las entrañas
del
tirano con pelo de estropajo.
Yo camino,
si quieres,
el agua está fría,
no sé nadar
y el aire suena lejano.
Es inquietante murmullo del agua
con este sabor a lágrimas.
Sí cruzamos
el río Bravo
con la
espalda mojada,
¿no se ahogaran nuestros cánticos
antes de llegar a la orilla?
No
fueron las balas de los guardias,
ni del
hombre que cruzaba el río sin aliento,
fue la
indiferencia,
que
como cuchilla fría
cantó
perforando el pecho y la garganta
con su
terrible melodía.
Sí,
fue la indiferencia
de las
mentes adormecidas
la que
mato a Valeria.
©Paco
Arenas
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