jueves, 4 de julio de 2019

Verano fresquito (relato basado en una historia real)



  
Ocurrió no hace muchos años, en un pueblo muy cercano a Pinarejo, y si bien la protagonista ha pasado a vivir en el recuerdo y en corazón de sus seres queridos, esta historia merece recordarse siempre.


Verano fresquito

Agustina siempre había sido una mujer de muchos recursos e imaginación, con ochenta años se quedó viuda, y sus hijos decidieron ponerla a meses, como es costumbre en la Mancha. Ella no estaba dispuesta a estar cada dos meses de un lado para otro como si fuese un trasto viejo. Viviendo sola, en su casa pasó más de tres años, sin que aceptase ir a vivir a casa de ninguno de sus hijos. Llegó un momento en el cual la cabeza comenzó a fallarle, cierto día se llevó la sorpresa de despertar con parte de sus vecinos en el interior de su casa, la cual estaba inundada por un espeso humo negro que salía de la cocina, con olor a habichuelas quemadas, apenas pudo decir, dándose un golpe en la frente con la mano abierta:

—¡Copón, ya sé lo que se me olvidaba! ¡Las habichuelas!

No es preciso decir que provocó grandes carcajadas de todos los presentes, a pesar de las caras de circunstancias de los vecinos, los cuales habían tirado la puerta abajo para rescatarla. Siendo que todavía el humo era muy espeso, un mozarrón de no más de dieciocho años, sin pensárselo dos veces, la agarró de donde pudo y la sacó, ante sus protestas, de la casa sin que el muchacho supiese el motivo de esas aireadas protestas. Una vez a salvo, el pobre muchacho recibió una sonora bofetada.

—A mí no me toca nadie las tetas ni me mete la mano bajo las sayas. Soy una mujer decente, ¿sabes? Solo le dejé a mi Nicasio, y lleva tres años bajo tierra.

Lo que provocó nuevas risas de los presentes, menos del muchacho, que tenía los cinco dedos marcados en su imberbe rostro juvenil y que al ruborizarse se quedaron blancos por el contraste.

Sus hijos, que vivían todos en distintas ciudades de España, vieron la oportunidad de incapacitarla y dividir, por fin la escasa herencia, pero, que en tiempos de crisis a todos les venía bien. No lo tuvieron nada fácil, pues la mujer, demostró que, a pesar de las lagunas de memoria, como dejarse las habichuelas en el fuego mientras se echaba la siesta tranquilamente, algo que le podía pasar a cualquiera, mantenía una lucidez lógica de acuerdo a sus años. Finalmente lo consiguieron, y cada tres meses debía permanecer en casa de uno de sus hijos. No contaban con el inconveniente de las vacaciones. Llegó el mes de agosto, y su hijo Tomás habían decidido irse de vacaciones quince días para celebrar que ahora, además de cierta cantidad de dinero, tenían durante tres meses la exigua paga de la abuela. Todos muy contentos por esas vacaciones que esperaban disfrutar toda la familia…, salvo la anciana.

—¿A dónde llevas a tu madre con esos ademanes de pueblerina? En Ibiza hace mucho calor y no pretenderás llevártela a la playa —argumentó la nuera.

—Al fin y al cabo, es la que paga el viaje, que con los más doce mil euros que nos ha tocado…—quiso rebatir el hijo.

—Si se va aburrir, además, está bastante bien, ella lo que necesita es tranquilidad. Si viene, ¡dónde la metes, con los chiquillos? ¿En una cama supletoria en nuestra habitación? ¿Qué vacaciones son esas? Si no vamos a poder ni…, lo que tanto nos gusta.

—Se lo podemos decir a mi hermana…—balbuceó el hijo de Agustina.

—Sí hombre, —saltó la nuera —y que por quince días quiera quedarse el mes entero. Ni hablar de peluquín, y, además, seguro que ellos también se van de vacaciones.

—La podemos llevar a una residencia…–de nuevo, balbuceó el hijo.

—¿Sabes lo que cuesta una residencia? Pregunta, pregunta, pregunta. Mucho más que nos cuestan las vacaciones, se van los tres meses de paga y nos falta dinero. Ni hablar.

Al final, decidieron que la mejor opción era la pensada por su nuera.

—Agustina, sabemos que ya está harta de nosotros…—comenzó la nuera.

—¿Yo? Ni pizca, bueno un poco, no me dejáis que haga nada, y a mí siempre me gustado hacer la comida, la casa, ver los animales…

—Ya ha trabajado usted bastante. Ahora le toca descansar de todo y de nosotros también. Nos vamos de vacaciones…

—¡Qué bien! ¡Qué bien! —Se le iluminaron los ojos a Agustina.

—Sabíamos que se alegraría. Es lo mejor —sonrió satisfecha su nuera.

—Yo nunca he ido de vacaciones. Mi Nicasio nunca me llevó, decía que los animales no tenían nunca vacaciones, que a las vacas había que ordeñarlas todos los días, a los gorrinos llenarles el tornajo y a las gallinas recogerle los huevos…más soso el pobre y no nace ¡Qué contenta! De vacaciones…

—No, mujer, no. Usted se queda aquí, tranquilica, ¿sabe usted el calor que se pasa por ahí? Todo el día de acá para allá…, así descansa de tanto jaleo y puede ver todos los días el cotilleo que tanto le gusta…

Agustina, que no era tonta, aunque le fallase la memoria, miró a su nuera de arriba abajo midiéndole a palmos desde los pies a la cabeza, «bien sé yo qué es lo que quieres tú». Le entraron ganas de soltarle cuatro frescas, pero se calló; incluso, le dio argumentos para no ir, suspiró meneando la cabeza, y por primera vez le llamó con ese nombre postizo que había adoptado su nuera:

—Yanet, llevas razón. Solo soy una pobre vieja que se olvida de lo mucho que le duelen las rodillas cuando anda más de la cuenta, que además es un incordio.  Mejor me quedo aquí, aunque no veré el «putiferio» de la tele, que tanto te gusta a ti, veré los animales...

—Si aquí no hay animales…—se rio la nuera.

—Claro que sí, en la tele, yo los veía siempre con mi Nicasio, en paz descanse. Aquí veo lo que te gusta a ti, el Sálvame, ¿y sabes? A estas alturas no necesito salvarme de nada, ni sobrevivir, tampoco ir de vacaciones, a mis años, solo necesito vivir tranquila, sabiendo quién soy y cómo me llamo…

Jacinta, que ese era su verdadero nombre, no supo que contestar, era la frase más larga pronunciada por su suegra en los últimos meses. Agachó la cabeza tragando saliva.

—Pues no se hable más, se queda, bueno si usted quiere venirse…

—No déjalo, ya me ha dado mucho el sol en el campo cuando iba a segar, vendimiar o iba a coger ajos. No quiero más sol —rechazó Agustina. —por lo menos que sepa que no me engaña —pensó.

Y se fueron de vacaciones toda la familia menos Agustina, en algún momento se acordaron de ella cuando estaban el balneario del hotel, pero se les pasaba pronto. Su hijo se acordó de su madre cuando estaba tan fresco en la habitación del hotel:

—Deberíamos haber puesto aire acondicionado, o por lo menos, haber comprado un ventilador, con el calor que hace…

—Tranquilo hombre y disfruta de las vacaciones, que los viejos siempre tienen frío.

Cuando llegaron de regreso, por casualidad, encontraron a la anciana, tan contenta, esperando el ascensor comiéndose un helado de turrón que se terminaba de comprar en el supermercado de la esquina.

—Mírala, Jorge, tú preocupado, y mira que a gusto se está comiendo su helado de turrón —dijo la nuera.

—Mamá, yo quiero también un cucurucho de tres bolas —dijo Jorgito.

—Yo también —dijo Martita.

—En casa hay todos los que queráis —dijo la nuera, extrañándole la risa de su suegra. 

—Hija mía, ¿sabes? Con estos calores solo me apetece cosas fresquitas, así que, antes de que se pongan malos me los he comido —aclaró la anciana sacando de la duda a su nuera.

—Madre, ¿no sabe usted que en el congelador los helados no se ponen malos? —Le regañó su hijo.

—Diga usted que le han apetecido, y no pasa nada. Hace aquí un calor que no se puede aguantar… —se quejó la nuera al abrir la puerta de su casa.

—Es insoportable, no sé cómo no se ha derretido usted…—dijo el hijo dándole un beso en la frente a su madre, angustiado por el calor, con cierta sensación de culpa pensando en lo mal que lo habría, mientras que ellos disfrutaban de unas frescas y excelentes vacaciones gracias al adelantado reparto de la herencia.

—Pues yo he pasado un verano muy, pero que muy fresquito —dijo con cierto sonsonete la anciana.

—¿No ha tenido usted calor? —Se extrañó el hijo.

—Ni pizca —contestó la anciana abriendo la puerta de la cocina, donde salía un muy fresco ambiente, como si estuvieses en la sección de refrigerados del supermercado —. Abría las dos puertas de la nevera y me espatarraba delante de ella, y más fresca que nunca. Hasta tiré el colchón en la cocina para estar fresquita…

—¡Qué!

Exclamaron a un tiempo su hijo y su nuera, echándose las manos a la cabeza, sin poder creer lo que estaban escuchando, asomando la cabeza a un tiempo, casi empujando a la anciana. Allí estaba el frigorífico americano, de dos mil euros, comprado también con el dinero de la anciana, el gran sueño de su nuera, abierto de par en par, con la parte del congelador como si fuese un glaciar, y el silencioso motor, funcionando sin parar, en el suelo, un colchón con sus sábanas, como si fuese una cama de un hotel en estado de revista.

—Llevabais razón, esas neveras americanas son fantásticas, refrescan toda la cocina que es una maravilla…

Se quedaron helados de repente ante tal espectáculo, mucho más helados quedaron cuando llegó el recibo de la compañía eléctrica, pero eso es otra historia.

 


©Paco Arenas
©Verano fresquito (relato incluido en el libro:
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1 comentario:

  1. Así son las mujeres manchegas que aunque parecen no enterarse de nada son más listas quel hambre. Gracias yo ahí por esta historia. Me recuerda a tantas señoras mayores de mi lugar

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