Acaricio
sin
tocarte siquiera,
con
las manos lavadas y el alma desnuda
secándose,
antes de besarte.
¿Cómo
decirte que quisiera abrazarte,
sin este océano de distancia?
Poder navegar hasta tus brazos generosos
y rodear tu cintura sin temor,
ni
al virus,
ni
a sus maléficas coronas.
Beso
lanzando
mi corazón herido al viento,
sin
que ni el aire se inmute,
ni
mis besos te alcancen,
sin
besos de buenas noches,
yo
que te bese hasta lo más escondido,
sin
miedo a quedarme atrapado en tus labios
o
en el fondo de tu sexo.
Hablo
mirando
la estela de sol que entra por mi ventana,
presintiendo
que, tal vez, sea solo polvo
humedecido
por la lluvia de la mañana,
sin
pensar que está cerrada
al
ruido de la calle y su alegría.
Pienso
navegando
entre la bruma de lo incierto,
sin
saber, si seré ausencia de tus días,
y
también de tus noches,
o
si, por el contrario,
me
quedan muchas besanas por labrar,
infinitas
palabras por escribir
y
mucho vino por beber todavía.
Confío,
en
el vuelo libre de los pájaros,
no
en el canto de los canarios enjaulados,
por
mucho que no se mojen con la lluvia
y
tengan los comederos llenos de alpiste.
No
confío, en los buitres sin plumas,
que
basan su riqueza
Solo
en los en los Mercados.
Bebo
el
agua de la memoria,
para
que no se me olvide,
lo
mucho que te quiero.
También,
para,
si muero,
no
me olvide,
ni
un instante quién soy
ni
de dónde vengo.
Sueño,
Solo,
en
un lecho solitario,
en
el que me falta tu presencia,
aunque
estés al otro lado de la puerta,
o
mirándome a los ojos
con
tu risa oculta,
tras
la celulosa azul de nuestros miedos.
¡Aléjate!
Aléjate
pronto,
virus
con tus aureolas,
que
se me revuelven las tripas,
solo
con ver el brillo de tu corona,
que
nunca fueron buenos los virus,
tampoco
las coronas,
¡Aléjate!
Y no vuelvas más.
Escucho
los
lamentos de los poderosos,
quejándose
de
las pérdidas en sus negocios.
No
veo
que
alguien alce la voz
por
el menesteroso,
el
cajero del supermercado,
el
camionero,
o
ese que te lleva tus recados,
con
tanto miedo como tú,
hasta
la puerta de tu casa.
No
escucho,
que,
al bribón,
nadie
le diga que devuelva lo robado,
y alaben a quien dice falsedad
con la solemne dignidad,
de quien toma por estúpidos
a los que le dan de comer.
Que nada le deben,
y él todo a ellos.
y alaben a quien dice falsedad
con la solemne dignidad,
de quien toma por estúpidos
a los que le dan de comer.
Que nada le deben,
y él todo a ellos.
Veo
pleitesía
ante el mentiroso,
aduladores
de pesebre agradecido,
mercenarios
de la palabra pagada,
de
la libertad secuestrada.
Maldiciendo
a la «Pérfida Albión»,
por
dejar con el culo al aire
a
los gusanos que,
ante virus y coronas,
arrastran
sus babas por los palacios.
Escupo,
Palabras
como flores
cortadas
de la boca
del poeta silenciado,
llorando
la ausencia
de
las palabras
lo
que dejó por escribir,
en
la bandera de la libertad,
ansiando
ser escuchado
una
mañana de abril.
Rompieron
el tintero
de
las palabras perdidas,
un
triste mes de agosto.
Extiendo
mi mano generosa
con
la ternura de un niño,
que
antes del primer orgasmo,
tenía
callos en las manos,
y
cicatrices en el alma.
Regalo
mis
torpes versos,
transformados
en abrazos
y
besos,
sin
buscar la rima,
solo
el consuelo,
y
gritar mañana,
en
la plaza del pueblo,
¡te
hemos vencido!
¡SALUD!
©Paco
Arenas 18 de marzo de 2020, cuarto día de clausura.
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