Volveré
a pisar las calles,
gritando cada silencio,
abrazando cada suspiro,
con el corazón hecho polvo
y el alma al viento.
Volveré
desbrozando
de las lindes la grama,
sin
miedo al filo de la hoz,
mis
manos ya sangran.
Diré,
puede
que, sin palabras,
aquello
que un día callé
por
miedo.
Llevo
la muerte a mi espalda,
y
también la fresca la memoria.
No
habrá
puntos
ni comas
que
me obliguen a silenciar
la
voz de los muertos,
de
su deshilachada mordaza, impuesta,
se
tejen nuevas banderas de libertad.
Seré
el
barro del alfarero,
no
el moldeable a capricho de sus manos,
sino
el de la huella del camino,
la
que ellos anduvieron.
Sus
pies trazan la senda,
y
mi pluma escribe lo que ellos me cuentan.
Soy
polvo,
aire, agua y sangre,
rabia
y fuego.
Soy
barro
de
la España subterránea
que
grita desde el olvido,
que
no solo fue el crimen en Granada.
Soy
nadie,
barro y sangre,
hijo
del barbecho, del sudor y la espiga.
Soy
nadie,
por
no ser, no soy,
ni
siquiera el poeta que se lamenta,
sabiendo
que no será escuchado.
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