Ha estallado la guerra en mi
cuerpo:
Mis cabellos, antes negros, emprendieron una batalla contra las canas, que poco a poco, tras fratricidas batallas, van conquistando mi cabeza, mis axilas y hasta las más ocultas zonas de mi blanca epidermis.
Mis brazos morenos, quemados por el sol, se niegan a responder a mi tronco claro, El corazón pide la independencia de manera chantajista, arguye, en su estupidez, que, si él se para, todo deja de funcionar.
En mis pies, mis morenos dedos, con necios argumentos despotrican contra mi blanco empeine, y este se niega a compartir espacio con mis oscuros dedos.
Mis piernas morenas hasta los muslos, niegan tener nada que ver con ellos, negándose a mantener a muslos pálidos. Los muslos, más estúpidos todavía, alegan que son blancos por ser de raza superior, porque así lo quiso Dios.
Las partes ocultas, esas que me daban placer infinito, se niegan a obedecer al cerebro, tal como antaño lo hicieran, pues ahora, sus vellos, todavía negros, reniegan de quien se viste con cabellos tan blancos...
A la vejez, viruelas...
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