martes, 15 de agosto de 2023

Cualquier tiempo pasado fue anterior (indios y rostros pálidos)

Primera foto en la playa: Sant Antoni de Portmany 1968 


Allá por mediados de los años sesenta se popularizaron en TVE (la única existente entonces) las películas de indios y vaqueros.
En Pinarejo apenas habría una decena de televisores, las de los seis bares y las de las cuatro familias de rostros pálidos.
Los chiquillos nos preguntábamos, a la sombra del viejo molino de viento, comiendo pipas, de dónde sacaban tantos indios para matarlos en las películas del Oeste, pues en cada filme morían muchos. Por muchas cábalas que hiciésemos, no nos llegaba el entendimiento, estando seguros de que morían realmente esos indios, con los que empatizábamos, más que con los invasores y casi siempre criminales vaqueros, en no pocas ocasiones borrachines y malvados. Entre los rostros pálidos también había buenas personas, pero...
Un día, del mismo modo que pregunté, anteriormente, a mi padre si yo era rojo y judío, tal y conforme aseguraban los hijos de los «rostros pálidos», que utilizaban tales adjetivos como insultos, además de acusarnos de ser los culpables de la muerte de Nuestro Señor, le pregunté por los indios y los rostros pálidos. Si con las anteriores dudas no me sacó del error y me dijo que no hiciera caso, que mejor callar y no replicar, en esta ocasión tiró de su humor.
— ¿Cómo tenemos nosotros la piel? —me preguntó quitándose su gorra de campesino castellano.
—Marrón, y la parte alta, usted blanca - contesté señalando la parte de su frente que le tapaba la gorra.
Se echó a reír con ganas.

—Y el culo también lo tenemos blanco —y continuó riendo.
Cuando se cansó, me preguntó:
—¿Y doña Virginia y don Gustavo, doña Elena, don Manuel o tu amigo ese que te has echado?
—Como la frente de usted, más pálida que un muerto —le contesté.
—Ellos, los ricos, son los rostros pálidos y nosotros no somos pieles rojas como los indios, somos pieles churrascadas. Ellos en verano no les quema el sol porque están a la sombra y en el invierno no se les costra la piel por el frío porque están al abrigo...
—¿Por eso ellos tienen escopetas y pistolas como los rostros pálidos y nosotros no? —le pregunté. Unos días antes mi reciente amigo Matías me invitó a subir a la cámara de su abuelo y me enseñó todas las escopetas y pistolas que tenía en un cuarto, haciéndome jurar que no se lo diría a nadie. Me mordí el labio, arrepentido por habérseme escapado el secreto.
Mi padre se echó para atrás y su rostro risueño se ensombreció, meneando la cabeza de un lado a otro.
—¿Qué dices de escopetas y pistolas? —Me preguntó.
—Padre, era un secreto, se lo juré a Matías. Me puedo morir si se lo digo…
—No digas tontunas, a mí sí me lo puedes decir, pero, lo que siempre te digo, lo que me digas a mí, ni a tu madre…
Estaba bien advertido y lo que se decía en casa, por nada del mundo debía salir de mis labios.
—Subí con Matías a la cámara de su abuelo y tenía muchas pistolas y escopetas y como ellos son rostros pálidos...
—No se te ocurra decírselo a nadie, ¿me escuchas? A nadie.
No se lo dije a nadie, pero le di muchas vueltas al asunto a lo largo de mi infancia y juventud.
Un año después mi padre estaba bajo tierra, y tras ciertas visicitudes, nos vimos obligados a salir mi madre y yo de nuestra tierra, mis hermanos ya estaban todos fuera, en Ibiza, y allí fuimos.
Un año después, yo seguía siendo un "«cara churrascada», no había plaza para mí en la escuela y estaba todo el tiempo en la calle recorriendo las calles de San Antonio Abad o en las playas de la bahía. En esos meses la piel de mi madre cambió de color, era una «rostro pálido».
Un día le pregunté a mi madre si ya éramos ricos.
—¿Por qué dices eso?
Le tuve que explicar lo dicho por mi padre.
—No, no somos ricos. Tengo la piel blanca porque no me da el sol, me meto en la cocina del restaurante a las ocho de la mañana y llego a casa a las doce de la noche, no me da el sol en todo el día. Soy un «rostro pálido» pero no somos ricos. Los ricos son las sabandijas que chupan la sangre a los pobres y hace que perdamos hasta el color de la piel. Con el sueldo que me pagan, lo único que hacen es sacarme la sangre.
Esta historia fue así y así era para la mayoría de los pobres en esa «añorada» dictadura de algunos, de ese sanguinario y cruel régimen que se sustentaba sobre las pistolas del abuelo de Matías y de otros «españoles de bien». Lo triste es que muchos de aquellos rostros churrascados o quemados y luego pálidos, se han olvidado del camino que anduvieron.
En la foto el hijo de Fermín Arenas y Vicenta la Ciriaca, con casi nueve años, aunque parezca que tenga seis o menos. El hijo de mis padres no está en la playa de vacaciones, sino porque no le dieron plaza en la escuela.
Como suele decir Nieves Concostrina, cualquier tiempo pasado fue anterior, y para los pobres peor.
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