jueves, 31 de agosto de 2023

Si os dicen que antes se vivía mejor...

 

A aquellos a quienes los rayos de sol quemaron sus sienes…

 

Leyendo un bello poema del poeta mexicano Amado Nervo, no he podido evitar reflexionar sobre quién soy y de dónde vengo.

 

Aquellos a quienes los rayos de sol quemaron sus sienes… No fueron arquitectos de sus propios destinos. Iban al campo con una fiambrera de tocino frito y unas pocas aceitunas a cavar olivas, hacer hoyos, sembrar ajos o coger aceitunas...

 

Sufrieron la amarga hiel y pocas veces saborearon la miel. Mayo, el hermoso mayo, era el inicio de la dura siega, y junto a junio se hacía eterno. Desde antes de que saliera el sol, hasta después de ponerse, pasaban 14 o 16 horas agachados regando con su sudor la tierra. Por la noche, sin lavarse, ni siquiera cambiarse de ropa dormían sobre el rastrojo con la paja clavándose en sus carnes, un día tras otro sin domingos ni fiestas de guardar si trabajaban para patrón, si era en sus propias tierras, eran multados por la Guardia Civil, porque el domingo era sagrado.

 

Paraban después del crepúsculo, cuando el arrebol dominaba el horizonte, la víspera de 29 de junio, día de San Pedro y san Pablo. Era la fiesta de los segadores y solían hacer bailes y verbenas. Ese día lavaban la ropa y con un poco de suerte podían bañarse. La ropa por el sudor y el barro se quedaba de pie al secarse. El río o las ramblas, después de días, sin llover, bajaba marrón, porque en las casas no tenían agua o era de pozo las artesas parecían de chocolate rojo. Luego llegaba la trilla y las noches en la era.

 

Nacer o morir en el barbecho era de lo más habitual. Las mujeres segando, vendimiando o cogiendo aceitunas, traían sus hijos al mundo. Morir por insolación estaba al orden del día. Sin mucho velatorio, porque si no trabajabas no cobrabas y había que comer.

 

A mediados de septiembre la vendimia, primero la propia, cogida de correprisa, porque para poder comer era preciso ir Socuéllamos a vendimiar.

 

Tras muchas penurias, con el otoño, quienes tenían tierras sembraban y se comían lo poco ahorrado, si es que habían ahorrado algo. Quienes no tenían tierras propias, pasaban hambre. Porque, amigos míos, todo ese sacrificio en el que participaban desde los niños hasta los viejos, todo ese trabajo de luna a luna, porque era antes de salir el sol cuando comenzaban a trabajar y mucho después, cuando dejaban de hacerlo, no les daba para pasar el invierno, solo para hambrear.

 

En ocasiones, paisanos míos, debían pasar por la usura, pedir un costal de trigo y devolver dos. Cambiar tocino magro (jamón) por tocino gordo (tocino), porque así tenían pringue para poder guisar, o peor, poner a sus hijas a servir por un pico de pan, y que al menos, no pasasen mucha hambre…

 

Sí, a veces reían, es cierto, y eran felices. Sí, la mayoría nunca perdieron la esperanza y soñaron porque nosotros fuésemos felices y fuésemos a la escuela para ser hombres y mujeres de provecho. Sabían que abusaban de ellos, pero no los engañaban, en todo momento fueron conscientes de quiénes eran los culpables de que a sus hijos les faltase el pan. Si somos lo que somos es gracias a ellos, no lo olvidéis.

 

Aunque ahora, vivamos bien, en las ciudades a las que emigramos, no olvidemos a aquellos que se tenían que conformar con la luz de un candil, porque como se suele decir:

 

«De mal a bien, todo el mundo se acostumbra, pero de bien a mal, resulta más complicado».

 

Y si alguien os dice que con Franco se vivía bien, responder sin dudarlo:

 

—Sí, lo ladrones y sinvergüenzas.

 

©Paco Arenas

 

El poema en cuestión, que me ha dado a conocer el profesor don Jaime Flores Flores es este:

 

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,

porque nunca me diste ni esperanza fallida,

ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino

que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,

fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:

cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:

¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;

mas no me prometiste tan sólo noches buenas;

y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

 

Amado Nervo

 

 

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