No todos vemos un cuadro con los mismos ojos, cada uno lo
vemos de manera diferente, a mí me ha impresionado este cuadro de Jesús
Martínez López, un pintor autodidacta atrevido con las formas y colores, que ha
hecho de los bosques un espacio multi colorista de luz, con un estilo personalismo
que se identifica al instante, que transmite alegría o tristeza según el
cuadro.
Son dos manos rojas, tal vez las manos de barro del creador
que salen de un bosque verde oscuro sobre fondo morado y descansan sobre un
mosaico de colores llenos de luz. Son
manos que no imploran, que exigen la labor que toda mano debe realizar, que
quieren y buscan el cuerpo que moldear de la que debieran ser prolongación,
como si Dios al comenzar a moldear al hombre hubiese comenzado por las manos,
para que fuese el hombre quien moldease el mundo y se moldease a sí mismo, con
sus defectos y sus virtudes, con su libertad.
Manos fuertes que esperan, no la limosna, no son manos
implorantes a un Dios que se ha olvidado de ellas, que al igual que las copas
de los árboles del bosque se ha vuelto invisibles ante las plegarias de los
hombres, como si el hombre que espera no existiese, o tal vez no exista
realmente, sea tan solo una prolongación de un bosque que de tanto buscar el
infinito ha llegado a la estratosfera y al perder el oxígeno se han convertidos
en cómplices necesarios del fuego que ha quemado sus copas.
Manos desperdiciadas que capaces de apretar el azadón con
las manos y cavar el alboroque a cada uno de los árboles para que sigan
buscando el infinito, o desarrollen a través de sus ramas el milagro de la vida
dormida y den la sombra que se espera de ellos y el cobijo ante lo desconocido.
Son manos tristes que saben que pueden tocar las
castañuelas, que tienen un mundo de colores a sus pies, que pueden ver y dar
forma, que se han dejado las uñas en estrechos surcos que se pueden ver en
todas las piezas o parcelas del mosaico de colores, como arañando la tierra
capaz de dar los frutos más sabrosos tan solo con trabajarla, hacer brotar la
espiga de la vida, pero que ociosas esperan el trabajo que se les niega, se
puede ver como cansadas comienzan a cerrarse para convertirse en puño
dispuestas a luchar por su libertad, por su derecho a formar parte de un
cuerpo, del cuerpo de un ser libre y solidario.
Manos capaces de apretar con fuerza un tornillo, pero
también de cortar el cordón umbilical o sostener la criatura que acaba de nacer
con la más infinita de las ternuras, de acariciar el rostro del ser amado,
pintar los más bellos colores o escribir los más bellos versos, pero también
manos que si se les niega el pan y están dispuestas a luchar por él, manos que
lo han de arrebatar si es preciso utilizando su fuerza.
Otros miraran esas manos de otro modo, aquellas que piden
limosna, las que resignadas se quedan esperando la llegada del maná del cielo,
las que se unen para rezar, las que se quitan el sombrero ante el paso del
señor, pero yo es tal conforme las veo, lo que me transmiten, y lo que me
trasmiten escribo, utilizando estas manos para golpear el teclado y hacer de
las palabras un grito de esperanza y trabajo.
A mí estas manos me sugieren una tormenta de sensaciones, de
atrevimiento que tras ver el cuadro este domingo, regresaré para volverlo a
ver, antes de que tras su venta descanse en un salón donde ante otros ojos
provoquen otras sensaciones muy diferentes a las que a mi me ha provocado.
©Texto Paco Arenas
© Cuadro Jesús Martínez López
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