jueves, 17 de noviembre de 2016

Asesinato a la luz de una vela



El día amanece nublado, desapacible, herido por el frío del invierno que aún está por llegar, cuando Dolores con gesto sereno comienza a rebuscar en el contenedor azul, el de papel y cartón; aunque, en España en los últimos cinco años resulta frecuente ver rebuscar entre la basura de residuos orgánicos comida o piezas metálicas, o ropa en los de Caritas, no es tan normal ver rebuscar entre los de papel.  Dolores lleva un pequeño gancho para acercar los papeles, busca tan solo periódicos o papeles lisos. Subida sobre un pequeño pedestal de madera se yergue hasta la ventana del contenedor y con el gancho va revolviendo los papeles, cuando encuentra algún periódico lo engancha y antes de guardarlo en su carrito de la compra lo hojea. Llama la atención que a algunos los rechaza, otros los aprieta con rabia arrugándolos, después, los alisa y doblándolos con cuidado los introduce en el carrito. Manuel, la ve desde la ventana, baja a la calle con una bolsa repleta de periódicos, le toca la espalda.

—Disculpe, busca periódicos.   Tenga estos.

Manuel le entrega la bolsa de periódicos, y se introduce la mano en un bolsillo de la camisa, donde previamente había guardado un billete de diez euros, lo saca y se lo entrega a la anciana.

—Tenga, puede que le vengan mejor que a mí, yo los quemaría en tabaco y a usted… —dice Manuel entregándole los diez euros.

La mujer en principio los rechaza, mira a Manuel y ve los ojos del hombre, su cara de pena, insistiendo para que los coja.

—Me estoy quitando de fumar —dice el hombre, forzando una sonrisa. —Si quiere periódicos yo se los guardo todas las semanas…, o bueno de un día para otro, los periódicos caducan nada más ser impresos, y si ya en el día, solo dicen una verdad, que es la fecha, al día siguiente solo sirven para liar el bocadillo, ya ni para eso…

—Sirven para quemarlos…—replica la anciana, extendiendo la mano y cogiendo el billete —sirven para quemarlos, como usted quemaría este billete fumándoselo…

Manuel se fija en las manos llagadas de la mujer, tiembla al ver las llagas en sus dedos, se las coge.

—¿Qué le pasa en las manos?

—El frío, hace frío y mucho, además mi casa da al norte y en el invierno hace mucho…

—Pero mujer, para eso está la calefacción —dice sin pensar Manuel.

—¿Usted cree que si yo pudiese pagar la calefacción buscaría periódicos en el contenedor? —Replicó la anciana, con gesto dolorido; aunque el dolor no era físico, sino moral.

—Como he visto que hojeaba los periódicos y desechaba algunos… —musitó Manuel como disculpándose, al tiempo que echaba mano al bolsillo trasero para sacar la cartera…

—No, por favor, no me dé nada más, usted es un buen hombre, no es a usted a quien corresponde ayudar a esta vieja. ¿Quiere saber por qué hojeo los periódicos y algunos los vuelvo a echar en el contenedor?

—Sí, por favor.

—Los de deportes no me sirven, las revistas tampoco hacen mucho humo, y; aunque suelen salir gente parasitaria, no me interesan. Cojo los periódicos según quienes salgan en las portadas, para quemarlos y calentarme. Algunas hojas las arranco, si sale alguna buena persona, hay tan pocas. Pero, en los periódicos los que más salen son sinvergüenzas y miserables, quienes permitieron que le robasen el piso a mi hijo, y se tirase por el balcón, y que yo que lo había avalado, me quedase sin nada y con una nieta a la que cuidar, así que cuando veo las lenguas de fuego envolver las caras y los cuerpos de esos miserables, me reconforta. Y aunque no creo en cielos ni infiernos…o tal vez sí: en el cielo están los ladrones y sinvergüenzas, quienes nos han robado todo, el infierno lo tenemos en esta vida, quienes hemos sido cobardes y nos resignamos a que nos sigan robando, conformándonos con ver arder sus retratos en un brasero que encendemos porque tenemos frío…

—Mujer, dios aprieta, pero no ahoga…, todos no son así…

—Quienes no lo son, no sienten el desasosiego, dudan entre un filete de ternera y uno de merluza, entre una pera y una manzana, entre vino o cerveza. Yo no tengo que dudar que debo comer o cenar esta noche. Comeré en el hogar social, y cenare pan que es barato, y unos tomates maduros que me ha dado el frutero de la esquina, de postre una manzana, de esas que me guarda en lugar de tirarlas, porque como usted es buena persona y prefiere dármelo en lugar de tirarlo…

—Yo se lo doy de corazón…y si quiere comer hoy en mi casa…

—Lo agradezco, pero mejor no. Sentar a un pobre a la mesa calma conciencias, y no es eso lo que necesita este país, sino rabia y conciencia…, además, me podría aficionar a comer bien y no rezaría todas las noches para que el demonio se lleve a tantos malnacidos…

Aquella noche, Manuel no pudo dormir pensando en la anciana Dolores.

—Debería haber insistido, tal vez, a comer no, pero al menos, todo lo que quemo con el tabaco se lo podría dar —pensó en voz alta mientras miraba el humo del último cigarrillo, que saboreo, con el firme propósito de no volver a encender otro. —La veo muchos días, se lo propondré, o mejor no, le diré, que bueno, que lo que necesite, una estufa, o algo de fiambre para la cena…

Dolores, a las seis de la tarde, en la chabola donde vivía desde que el banco le robó el piso, fue seleccionando, de nuevo el interior de los periódicos, aquellos en los que aparecían determinados políticos, banqueros, miembros de los consejos de administración de las grandes empresas energéticas, los iba apartando, el resto iba introduciéndolos en un barril metálico con agujeros que tenía en una improvisada chimenea. Encendió una cerrilla y prendió el fuego, después fue echando aquellos que había separado antes, y fue echándolos poco a poco.

—Sí, estoy desquiciada, pienso que del mismo modo que se retuercen en este mini infierno, se retorcerán en la caldera de Satanás, pero me equivoco, hasta para eso van a tener suerte los hijos de puta. Van a tener tanta suerte, que lo más seguro es que el infierno no exista, ¿malditos sean mil veces!  

llenó la botella de cristal y cogió un vaso de agua, sacó el pan de la bolsa, y comenzó a cenar, pan con tomate y un par de chorizos, que se había atrevido a comprar, aprovechando que ese día tenía diez euros en el bolsillo.  Cenó a la luz de las velas, añorando a Benjamín su marido, recordando cuando comían a la luz del candil.

La gente todavía bullía por la calle cuando Dolores a la luz de la vela se acostó, dejo la vela encima de la mesita de noche, como siempre, desde que la empresa eléctrica le corto la luz, dos meses antes, y comenzó a leer las noticias del día.

—España está en el camino de la recuperación y así seguiremos llevando a cabo estas políticas sociales que tanto desarrollo están trayendo a España… —decía un político en la primera plana del periódico…

Al día siguiente, cuando Manuel bajo al kiosco a comprar el periódico, leyó la noticia.

Fallece una anciana al incendiarse el colchón de su cama con una vela que usaba para alumbrarse”.


—No ha fallecido, ha sido un asesinato a la luz de las velas.

© Asesinato a la luz de la vela
© Lágrimas secas ( futuro libro de relatos)
© Paco Arenas

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