jueves, 4 de enero de 2018

Carta a mi hijo



Han pasado diecisiete años y parece que fue ayer cuando llegaste con prisas con el nuevo año, en el primer año del siglo XXI. El otro día pensé en regalarte la brújula que tienes entre tus manos, no para que sigas por mi camino, sino para que encuentres el tuyo; si bien, creo que lo tienes más claro de lo que yo pienso.

Cada persona tiene su destino y debe afrontarlo sin miedo a tropezar. Si tropiezas, nunca olvides que me tendrás a tu lado; aunque, deberás ser tú quien se levante y quien reemprenda la marcha, con tus miedos, tus dudas y mis pesados consejos de padre en tu mochila, quisiera que los tuvieses en cuenta, no como ordenes, sino como herramientas por si un día los necesitas y los quieres usar.

Los padres somos así, damos consejos a los hijos que no nos piden. Vemos a los hijos como aquellas indefensas criaturas que aprendieron a caminar de nuestra mano. No vemos que esa criatura ya se afeita y mira al mundo con sus propios ojos, que tiene su criterio, que no tiene por qué coincidir con el nuestro.  Eres ya un hombre, y como tal, debes equivocarte por ti mismo, cometer tus propios errores y asumiendo tus derrotas y victorias como el aprendizaje necesario que todos necesitamos para crecer, tienes derecho a ello.

Vuela, no temas a la niebla, todos nos hemos sentido inseguros, con más dudas que certezas ante el futuro. Es cierto que los jóvenes no lo tenéis fácil, que camináis por el camino con buitres acechando vuestro vuelo. Nosotros, vuestros padres, también teníamos buitres y cuervos a los que combatir, lo hicimos, era mucho más fácil, no llevaban disfraz. Logramos, con ayuda de nuestros mayores, un mundo mejor de lo que lo encontramos. Sin embargo, nos confiamos y hemos permitido que lo que tanta lucha y sacrifico costó, nos lo roben a golpe de criminales legislaciones.   No hemos sabido defender nuestro presente, ni lo que es peor, vuestro futuro, deberéis hacerlo vosotros, intentando recuperar ese futuro que os pertenece.

 Vuela, hijo mío, sin miedo a la niebla, ni a la oscuridad, vuela seguro, que sea tu mayor miedo el tener miedo a enfrentarte con tu futuro. ¿Recuerdas?

—¿Papá, a qué tienes miedo? —alguna vez me preguntaste.

—A tener miedo, tengo miedo a tener miedo —te respondí siempre.

Sin embargo, siempre he tenido miedo, los padres siempre tenemos miedo ante el futuro de nuestros hijos. Pero no debes hacer caso de esos miedos, que ahora sería imposible que comprendieses. Vuela, vuela sin ellos, no hagas caso de los míos; no obstante, permíteme seguir tu vuelo, en la medida de lo posible, hasta que cuando finalmente vueles solo, y con tu vuelo se aleje definitivamente mis miedos al verte volar.

Tu padre que te quiere más que a su vida.


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